Acuse de recibo
EL doctor Antonio Blanco desea fervientemente que alguna solución ilumine sin demoras ni letargos las sombrías realidades que vive por estos días el parque Piñera, en el Cerro capitalino.
Blanco, quien reside en Clavel 410, entre Piñera y Lombillo, en ese municipio, relata que desde hace cerca de un mes, la calle Clavel, desde el parque Piñera hasta la esquina con Lombillo, dos manzanas aproximadamente, se encuentra sin alumbrado público.
Los vecinos, precisa, han reportado esta irregularidad en varias ocasiones, por el número telefónico 1888888. El mismo Blanco llamó varias veces también, y sin resultados hasta hoy.
Las respuestas, refiere, han sido muy variadas: que en 24 horas se enviará el camión de urgencias, a partir de la fecha del reporte (nunca fueron). Que hay muchos problemas con las piezas de repuesto. Que hay muchas zonas afectadas y hay que tener paciencia. Que el problema es el bloqueo. Que llame a la OBE de Zapata y 4, pues son los que se ocupan de ese asunto (respuesta de la OBE: nosotros no recogemos ese tipo de queja).
Y todo se complica, porque el parque Piñera fue convertido en zona wifi a finales de 2018. Se hicieron algunos arreglos para darles condiciones a los clientes para conectarse. Se pusieron nuevos bancos, algunas lamparitas,
cuya luminosidad es pobre. Pero era compensada con el alumbrado público.
Algunas áreas fueron sembradas con nuevas plantas. La gente estaba feliz con el nuevo servicio; pero, afirma, la euforia duró menos que el merengue del cuento, con la rotura de las lámparas públicas, que sumieron al parque y sus alrededores en densa oscuridad.
Desde entonces, cuando anochece nadie, o casi nadie (los pocos que se aventuran lo hacen bajo riesgo), puede usar los servicios wifi recién instalados. El parque se convierte en algo desagradable y peligroso. Es la hora del «aquelarre», expresa.
«Con total impunidad, solos o en grupo, van personas a embriagarse, a destruir, escandalizar, arrojar basura y otros restos indeseables tras de sí. Riñen, tiran botellas y apedrean las fachadas y puertas de las casas colindantes, amparados por la negrura del entorno. Y por allí no pasa ni de reojo la patrulla. Las pobres plantas recién sembradas son pisoteadas por niños y jóvenes jugando fútbol.
«En fin —señala—, un lugar de recreo y reunión de generaciones, es blanco constante de la indisciplina social y la falta de rigor y control de las autoridades. Hasta la cerca peerles para la protección de los aparatos fue desmontada limpiamente y se esfumó.
«Ahora, después de una seria inversión tecnológica para dotar al lugar con ese necesario y moderno servicio, la población se ve impedida de noche de usarlo desde hace varias semanas por falta de alumbrado público», concluye.
Siempre se habla críticamente de los inventarios ociosos en entidades y empresas estatales, pero no los de la propiedad personal, que se van acumulando en casa sin facilidades para venderlos, y de paso satisfacer necesidades de otros.
Alfonso Ali Chea (edificio 665, apto. 31, zona 18, Alamar, La Habana) refiere que se hace muy difícil a un ciudadano vender públicamente esos bienes, pues de hacerlo así incurre en el delito de actividad comercial o económica ilícita.
Recuerda Alfonso que antes existían las llamadas casas comisionistas, que cumplieron un rol importante en la dinamización del mercado de bienes; pero prácticamente han desaparecido.
El remitente sugiere que, acorde con los tiempos actuales, bien pudieran resucitarse las llamadas casas comisionistas, o lo que en otros países se llama venta de garajes o portales un día a la semana, con una licencia de «vendedor eventual de artículos varios, ya de uso».
«No se trata de abrir un comercio, sino de liquidar bienes acumulados y en desuso, que a otros pueden resultar beneficiosos y económicos», concluye.