Acuse de recibo
Hija de campesino, agradecida de todo lo que la Revolución ha hecho por los hombres de la tierra, a su vez Vivian Espinosa Serrano está muy molesta por lo que tiene que soportar con 82 años su padre, Arnaldo Espinosa Miranda, socio de la Cooperativa de Crédito y Servicios (CCS) Guillermo González Polanco, provincia de Granma.
Vivian, residente en calle 1ra. No. 41, entre C y D, reparto Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, revela que su padre efectuó el 26 de junio de 2018 una venta de cinco reses por valor de 14 600 CUP a la Empresa Agropecuaria La Bayamesa, mediante la mencionada CCS. Y hasta el Sol de hoy, bastante fuerte para el campesino, no le han pagado. Varias veces Arnaldo se ha presentado ante la dirección de la CCS y la respuesta ha sido siempre la misma: «Todavía la Empresa no nos entrega el dinero».
El 16 de octubre del pasado año padre e hija fueron a la referida Empresa, donde la directora adjunta y la financista les informaron que con la factura emitida por la CCS a nombre de Arnaldo, no podían hacer nada. Y la razón que se arguyó es que la CCS emite ese documento por separado a cada campesino con la cantidad de reses vendidas y el importe correspondiente a cada uno; pero, a su vez confecciona una factura global por la venta de todas las reses de varios campesinos realizada en la misma fecha. Y esa factura es la que entrega a la Empresa. Por lo tanto, al no saber en qué factura global se encontraba la venta de las reses de Arnaldo no les pudieron dar respuesta.
El 16 de noviembre de 2018, en la asamblea de socios de la CCS, se les informó a los campesinos que no se les ha efectuado el pago de las reses porque la Empresa no cuenta con financiamiento para ello. Tiene una deuda con la cooperativa de aproximadamente dos millones de pesos.
«Esta situación no es solo de mi padre —dice ella—, sino la de varios campesinos. Ya han pasado más de seis meses y no aparece el dinero por ninguna parte, lo cual consideramos una falta de respeto y consideración. Si la Empresa no cuenta con solvencia financiera, ¿por qué realiza estas compras de ganado mayor? ¿Adónde puede ir el campesino a comprar algo “fiado” y pagarlo cuando la empresa le pague lo que con tanto sudor produjo? ¿Para quién produce el campesino? ¿Cuantos meses más habrá que esperar para que el dinero llegue a manos de su dueño?», cuestiona Vivian.
Karelia Pérez Benet (calle Línea 152, entre Unión y Bofill, Manzanillo, Granma) denuncia que una perturbadora antena, situada en los altos de las oficinas de Contabilidad de Tecnoazúcar, también conocido el sitio como taller Manuel Fajardo Rivero, les hace la vida insoportable a los vecinos de la cuadra.
El artefacto provoca una interferencia sonora fortísima que afecta a los televisores, radios, equipos de música y DVD, así como a los teléfonos fijos. El ruido es ensordecedor y perturba sobremanera el uso de tales equipos, refiere.
La remitente asegura que han sido constantes los reclamos de los vecinos en las asambleas de rendición de cuentas, pero ya ni se confía en que algún día pueda resolverse tal anomalía; ni en que se logre colocar la antena en otro sitio, de manera que no afecte tan directamente a la población.
En ocasiones, cuenta, personal de Radiocuba y Etecsa han visitado varias casas del barrio, incluyendo la de Karelia. «Pero parece —manifiesta ella— que a los operarios que mantienen la funcionalidad de la antena alguien los pone sobreaviso, y entonces le bajan la intensidad sonora».
Entonces los visitantes, advierte Karelia, al comprobar que la interferencia es poca, y apenas se siente en las mediciones que realizan, no ejercen fuerza en el Gobierno municipal para quitarla. Y cuando se van, los operarios vuelven a poner más alta la intensidad, o igual que como estaba. Karelia lo califica de «falta de respeto y una burla total no solo a los vecinos, sino también a los de Radiocuba y Etecsa.
«Son casi ya 12 años sufriendo la interferencia de esta antena casi impuesta —afirma—. No discuto la utilidad que pueda tener, pero nadie nunca les ha explicado a los vecinos para qué sirve y porqué la mantienen ahí.
«¿Qué razón tiene presencia tan ensordecedora, cuando pudiera estar en otro lugar más despoblado o alejado de la ciudad?», concluye Karelia.