Acuse de recibo
Las cartas que recibo en aluviones son tantas, que se agolpan unas a otras como las penas del gran Sindo Garay. Por eso no siempre puedo atenderlas como merecen. Hoy me disculpo con Omar Iruela González, quien en septiembre de 2017 me escribió, y ahora vuelve por sus fueros.
Omar reside oficialmente en Güines, pero convive con su esposa e hijas en Amistad 209, entre Neptuno y San Rafael, en el mismísimo centro del capitalino Centro Habana. En su primera misiva alertaba que se estaban robando las vidrieras de la clausurada tienda Fin de Siglo, en el mismo bulevar de San Rafael, la que fuera una de las joyas del comercio habanero.
«Tenía la esperanza de que si salía publicada mi denuncia, afirma ahora, alguna autoridad u órgano tomaría medidas para evitar esos robos impunes y escandalosos. Pero nadie hizo nada: ni el encargado de cuidar el lugar (si es que existe la persona), ni el periódico, ni la Policía, ni el Gobierno municipal o provincial de la capital.
«A pocos metros del lugar hay un sector de la PNR. Frente al mismo Fin de Siglo hay una cámara de seguridad. El bulevar es un lugar transitado hasta de madrugada, y otras cámaras de seguridad se ubican a lo largo de dicho lugar.
«Nadie vio nada ni hizo nada. Es increíble como ahora no queda ni una vidriera. Y alguna autoridad se preocupó ahora por tapiar cada hueco donde estuvo una vidriera, y cada entrada de la extienda, con unas planchas metálicas rojas.
«Esos que se preocupan hoy por tapiar los huecos, ¿serán los mismos que debieron adoptar medidas para evitar el delito consumado despacio durante meses? ¿Es el silencio de la prensa lo que merecen hechos como estos? ¡Qué bochorno!», concluye Omar.
Y este redactor se toma muy en serio su parte de culpa, aunque no pueda repartirse en mil pedazos ante tantos y tan complejos problemas que llegan a su buzón o a su bandeja de entrada. ¿Qué opinan los otros aludidos? ¿Estaremos corriendo el peligro de no ver, de no escuchar, de no actuar?
Nuestros viejos, los que todo lo dieron y nos han traído hasta aquí, son quienes más sufren los desvaríos, olvidos e inconsecuencias. Que lo diga Pedro Ariño Estrada, un señor de 84 años hipertenso y con artritis en los huesos. O su esposa Berta Durán Pérez, de 76, asmática crónica, débil visual, también hipertensa y con artritis en los huesos.
Los veteranos viven en San Vicente 11906, entre San Francisco y La Merced, en el barrio Pueblo Nuevo de la ciudad de Matanzas. Están penando desde que Recursos Hidráulicos hizo un trabajo en las calles San Vicente y San Francisco, en Octubre de 2016.
«Desconocemos si el trabajo realizado fue para beneficio público o particular, con los equipos, mano de obra y recursos del Estado, señala Pedro; lo cierto es que desde esa fecha no recibimos agua de la tubería de la calle».
Hace un año y cuatro meses, afirma, que su esposa y él tienen que cargar, cubo a cubo, y pomo a pomo, el agua desde casa de los vecinos del frente, para los quehaceres del hogar, amén de las incomodidades que causan con ello.
La agonía cotidiana de estos dos veteranos ha tenido dos momentos dramáticos: primero el 29 de mayo de 2017, cuando Berta, cargando un cubo de agua, se cayó en la calle y se fracturó el brazo izquierdo. La segunda vez, el 29 de diciembre pasado, cuando volvió a caerse la señora, y se golpeó el rostro.
«No hemos dejado de plantear ésta situación al delegado, al Gobierno y a los distintos directores de Recursos Hidráulicos que han pasado por allí, refiere Pedro. No menciono las veces y fechas, porque son incontables.
«Por último, el 3 de enero pasado conversamos con el actual director. Le planteamos el problema y prometió que comparecería en el lugar en 72 horas. Hasta la fecha nada. Es cierto que pueden existir otras prioridades, pero, no para que haya transcurrido tanto tiempo, puesto que hasta octubre de 2016 nosotros teníamos agua de la calle. Quizás no nos quede mucho tiempo, porque las circunstancias de la vida nos lo imponen. ¿Podremos tener agua antes de cerrar los ojos?», pregunta.