Acuse de recibo
La doctora María Matilde Serrano Cisneros (Avenida Camagüey No. 11238, Apto. 56, reparto Antonio Maceo, Cerro, La Habana) es una cooperante cubana que retornó de Cabo Verde al país el 30 de abril pasado, no sin antes enviar desde el 28 de abril, procedente de esa nación africana, una carga no acompañada con su menaje de casa, vía Air France.
Ya en Cuba, el 12 de mayo a María Matilde se le informó que su carga había arribado a los almacenes de Aerovaradero el 7 de ese propio mes. «Solo nueve días para cruzar mi carga el Atlántico y en más de tres meses ha sido imposible su recogida en la Aduana de Aerovaradero», enfatiza la doctora.
Desde entonces y hasta el pasado 7 de agosto, cuando María Matilde me escribió, sus gestiones con Aerovaradero habían desbordado más de 20 correos electrónicos y cinco entrevistas. La primera de estas últimas fue el 12 de mayo, cuando el funcionario Abilio le informó que su carga ya estaba, pero por razones de seguridad habían cerrado y mudado los almacenes, por lo cual había un retraso en la entrega de ese mes.
Así, supo que podía demorar unas tres semanas en recibirla. Pero han transcurrido tres meses y todavía su carga no está lista. La última visita de la doctora fue el 19 de julio, y posteriormente se ha comunicado vía correo electrónico en cuatro ocasiones más.
La última respuesta la recibió el 6 de agosto, de Guillermo Suárez, quien le sugirió que se dirigiera y reclamara ante la Dirección General de la Empresa, pues ellos han informado en repetidas ocasiones a la Dirección de la Terminal de Carga y no han recibido respuesta. O que se presentara ante el especialista de Reclamaciones.
María Matilde señala que conoce cooperantes que viajaron y arribaron un mes después de su llegada y antes de los 15 días recogieron sus cargas. «¿Acaso ya debo reclamar la pérdida de mis pertenencias?» manifiesta la lectora, quien se siente maltratada por lo que llama «el deficiente trabajo y descontrol de la empresa».
Lázara Bárbara Torres Ruiz (calle 99 No. 9413, entre 94 y 96, Cuatro Caminos, Cotorro, La Habana) surcó una «laguna» de maltratos y desastres en el campismo La Laguna, en Jibacoa, entre el 27 de julio y el 3 de agosto.
«Las puertas de las cabañas no tenían seguridad de ningún tipo. El agua para beber tenía pésimas condiciones, lo cual obligaba a los campistas a comprar pomos de agua natural. Las tablas de las literas que sostienen las colchonetas se caían. Las piscinas supersucias y con una fetidez enorme en sus aguas. Basura por doquier. Los teléfonos públicos insuficientes, con colas interminables. «Además, deja mucho que decir la higiene de las áreas y las piscinas. ¿No hay problemas con los vectores y las enfermedades diarreico-contagiosas en el país? ¿Por qué permitir la suciedad y la falta de escrúpulos?», cuestiona.
Lázara exige que la Empresa que administra los campismos revise sus instalaciones antes de sacar idílicos anuncios en los que confiaron personas como ella.
Ante tantas impunes manifestaciones de maltrato, que nada tienen que ver con problemas materiales, sino con factores subjetivos, vale la pena destacar el edificante mensaje de Maritza Fernández González, residente en calle 10 de Octubre, edificio 366, apto. 11, entre Recreo y Simpatía, en el municipio capitalino de Regla.
Agradece la lectora al colectivo del Departamento de Fisioterapia del Policlínico Lidia y Clodomira, de ese municipio, «porque son dignos ejemplos de lo que es el buen trato, el respeto, el cariño, la profesionalidad y la amabilidad con todos sus pacientes».
No se sabe los nombres de todos los miembros del colectivo, y aun así menciona a Mayra, Betsy, Lisbet, Sandra y Maide, en quienes ha podido constatar tantas virtudes en los días en que ha estado allí rehabilitándose.