Acuse de recibo
Quizá el día en que los responsables de las indolencias institucionales tengan que satisfacer más directamente a las víctimas de sus maltratos, no ocurrirán historias como la que sufre Magdeleine Álvarez Vega, residente en Ignacio Agramonte 1, entre Camilo Cienfuegos y Máximo Gómez, Reparto Velázquez, en la ciudad de Las Tunas.
Relata ella que en abril pasado comenzó el largo y azaroso camino para legalizar su vivienda. Para ello, solicitó y pagó los servicios del Arquitecto de la Comunidad, planos y tasación. Y tras más de un mes de espera, y las correspondientes visitas a las oficinas de trámites, con extensas colas y consultas con la jurídica, presentó los documentos, con el correspondiente pago.
Los documentos finales se los debieron entregar el 27 de junio, dado de que disponen de 30 días hábiles para su preparación. Pero los 30 días se han convertido en una eternidad… Desde el 27 de junio, Magdeleine comenzó a visitar la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV) semanalmente. Y sus papeles no estaban aún.
A mediados de agosto la solicitante se quejó por tan larga espera, y pidió ver a la jefa de Trámites y Atención a la Población de la UMIV. Desde entonces, ha tratado de encontrar sus papeles. La citada funcionaria y ella hablaron con los técnicos, revisaron sus libretas de visitas y listados, los documentos de los Consejos Populares, y nada apareció.
Los técnicos presentes aseguraron que ninguno conocía del caso ni visitó el hogar de Magdeleine. Y luego de dos semanas, apareció en el libro de entrada, con fecha de junio, constancia de que los documentos sí llegaron allí.
La funcionaria le pidió a Magdeleine esperar diez días a que se incorporara la técnica que estaba de certificado para ver si ella los tenía. El 2 de septiembre, Magdeleine comenzó a visitar a la susodicha técnica en Planificación Física, pues por la reorganización registrada, ese departamento pasó a esta última institución. Y la técnica le pidió paciencia y tiempo, como si Magdeleine no hubiera esperado lo suficiente.
Cada vez que la solicitante iba por allí, le tomaba los datos para buscar, y le decía que se fuera porque demoraba. Y cuando volvía, le pedía de nuevo los datos, pues iban a buscar en el archivo.
Finalmente, cuando Magdeleine me escribió el 22 de septiembre, contaba que una semana atrás había vuelto, y la técnica le dijo que se debía sacar copias, porque no sabía qué pudo haber pasado con los documentos, y que necesitaba más tiempo.
«Al principio, precisa la remitente, le creí y toleré sus justificaciones, pero me di cuenta de que cuando me iba olvidaba todo, pues cuando yo regresaba me volvía a tomar los datos y me pedía que le diera unos días, porque no encontraba nada.
«Y todo sigue igual: no tengo mis documentos y no recibo una respuesta que me convenza de que algún día aparecerán. Lo que más me desilusiona es que no soy la única en esta situación. Hay personas esperando hace más tiempo que yo. No aceptan allí hablar de papeles perdidos, sino traspapelados, al decir del director.
«Es increíble lo que sucede en ese lugar, una institución del Estado, un organismo de servicio a la población, servicio que es pagado con antelación, sobre el que tienes certeza de que puedes confiar por la calidad, compromiso y profesionalismo del personal que te atiende… Y no es así.
¿Quién se responsabiliza con mis documentos perdidos? ¿Por qué personas tan negligentes se mantienen prestando servicios para los cuales no están capacitadas, y mucho menos tienen el sentido de compromiso con un cliente, para respetar sus documentos? ¿Cómo puede asegurar ese director que su colectivo de trabajo no pierde nada?, se pregunta Magdeleine.
En la UMIV me sorprendió en la recepción un cartel muy visible con el concepto de Revolución. ¡Qué pena que ellos nunca lo lean, no lo comprendan y mucho menos lo pongan en práctica!, concluye Magdeleine