Acuse de recibo
El despacho debió comenzar a las ocho de la mañana. Pero, previsores, muchos usuarios estaban desde antes. El camión con las balitas de gas llegó casi a las diez. Las voces de un popular y desacoplado coro no se hicieron esperar: «Qué molote»... «Qué lentitud»... «Esto es una falta de respeto»... «Es un abuso»... «Caballeroooo»...
Allí, en el punto de venta situado frente a la Fábrica de Hielo, en la ciudad de Pinar del Río, el cliente No. 0346, Manuel Álvarez Álvarez, vecino de Coronel Pozo No. 12, e/ Alameda y Antonio Rubio, sentía que estaba ante una película lamentablemente conocida.
La cola se organizaba «presentando tu tarjeta y la balita vacía para que comprobaran si estabas entre los que recibirían el servicio. Un empleado revisaba, él solo, un gran número de papelitos, hasta encontrar el que te correspondía. Ah, cada vez que no aparecía el de un cliente, ¡qué rollo!, ¡cuántas cosas se gritaban!», narra Manuel.
«Había hasta quienes insistían, para no hacer la cola, en que les dijeran si estaban o no en la lista —recuerda el remitente—, pero, con lógica, la cola y el empleado no lo aceptaban... El malestar seguía creciendo. La lentitud era desesperante. El empleado, agobiado ante tantos reclamos, llegó a gritar: “¡Yo no tengo apuro!...”».
Pero la cosa no acababa allí. Después había que pasar a otra fila, con la balita vacía, los documentos y el papelito de la cola anterior, recibir y pagar la nueva balita, evoca Manuel.
Ante los criterios, y el cansancio de muchos, el empleado llegó a sentenciar: «Esto es Cuba»; a lo que Manuel contestó: «¡No, esto no es Cuba, esto es desorganización, indolencia, mal trabajo de los que debían organizar debidamente...».
Y por supuesto que no estaba enfrentando específicamente a aquel trabajador que cumplía, en condiciones no ideales, su cometido, sino la actitud de apatía y conformismo de algunos que identifican al país con sus baches.
«Logré salir con mi balita alrededor de las 12:20 de la tarde. Quedó aún un gran número de clientes, y aproximadamente una hora después cayó tremendo aguacero... ¡A la intemperie! ¿Qué pasó?»..., se pregunta el pinareño.
Cualquiera puede imaginarse. Y cualquiera también puede dolerse de conocer lo sucedido. No hay otra opción que conseguir, como procura el país, un cambio radical y permanente.
A la matancera Raiza Pérez Álvarez (calle Valencia No. 20, entre Prats y Hermanos Galloso, Santa Ana, Limonar) le preocupa que como profesora deba inculcarles a sus alumnos la importancia del ahorro de agua y cuando llega, día a día, a su barrio, observa cómo se derrocha sin que ni siquiera las personas puedan consumirla.
Ocurre que el Consejo Popular Santa Ana-Jesús María, donde reside la remitente, «recibe el agua de una turbina aledaña a la zona de San Francisco, la cual presenta aproximadamente 50 salideros. De esto hace varios años, pero de un año a acá se ha agravado la situación y los estados de opinión... son pésimos», apunta Raiza.
Refiere la lectora que funcionarios de Hidrología y Acueducto Provincial la visitaron y argumentaron que no existían recursos para acometer los arreglos. Y ella les propuso entonces que enviaran el agua en pipas, y así se derrochaba menos, pero ante esta posible variante se arguyó la falta de petróleo.
«El compañero (de Hidrología y Acueducto) me sugirió bajar la llave, que tenía un metro de altura, y la bajé a 50 cm... Tampoco llega... Acordaron (...) que los viernes pondrían el agua por 12 horas para la zona 36, donde resido, ya que es la más afectada; pero hubo un exceso del gasto energético asignado para el bombeo de la turbina y eliminaron esa opción», narra.
En la misiva de esta cubana late la idea de si al final no será más gasto para el país seguir afrontando los agujeros y el consiguiente perjuicio público en lugar de encontrar alternativas sostenibles y duraderas de solución. La respuesta, como el líquido imprescindible, ha de ser transparente.