Acuse de recibo
No merecen Celaida Fernández y su hijo desesperar por el derecho que les corresponde, como consecuencia de olvidos, tropiezos y dilaciones con algo tan urgente y sagrado como lo es una pensión por viudez.
Ama de casa y residente en General Suárez No. 37-A, esquina a Emilio Núñez, en El Platanito, municipio capitalino de Cerro, Celaida cuenta que su esposo Redel Escobar Velásquez, integrante de la cooperativa César Escalante del municipio habanero de Boyeros, falleció el 9 de septiembre de 2012 por un infarto agudo.
En octubre de ese año, la viuda entregó los papeles solicitados, para tramitar la chequera, a la presidenta de la cooperativa, Yamilet Robaina. Y en noviembre, sin tener noticia, llamó a Yamilet, quien le dijo que la persona que atiende Asistencia Social en la cooperativa tenía un problema personal y no pudo seguir tramitando sus papeles.
El 26 de diciembre de 2012, Celaida llamó de nuevo a Yamilet, quien esta vez le explicó que los papeles estaban atrasados, pues aunque Redel residió junto a ella durante 20 años, siempre había tenido su dirección oficial en casa de sus padres, pues no le daban entrada en el Libro de Registro de Direcciones en El Platanito por ser considerado este un barrio insalubre.
Entonces le solicitaron a Celaida cartas del CDR y otros factores del barrio, explicando el tiempo que llevaba viviendo allí, las cuales entregó inmediatamente.
En enero de 2013, el suegro de Celaida fue a averiguar el porqué de la demora, y la responsable administrativa de la cooperativa, Alicia Grillo, le dijo que los papeles se habían extraviado. El hombre, como es lógico, se encolerizó y les dijo que los iba a denunciar. Entonces, Alicia le rogó que esperara unos días. Efectivamente, días después lo llamaron para comunicarle que los papeles habían aparecido, y los habían enviado para la filial de Seguridad Social en Boyeros.
«La realidad —señala Celaida— es que llevo ocho meses en este papeleo, y aún no me han dado la chequera. Tengo un hijo que estudia, vivo sola con él. Estoy enferma y tengo serios problemas de vivienda. Necesito que le den solución a mi problema lo más rápido posible, pues mi esposo era el sostén de la familia y no tenemos ayuda de nadie», concluye.
Como amoroso dueño y protector de un perro, Juan Carlos Flores Monjes (Carlos III No. 655, entre Franco y Oquendo, Centro Habana, La Habana) se pregunta por qué la clínica veterinaria de animales afectivos José Luis Callejas, del propio Carlos III, presenta elevado deterioro y estado carencial para brindar sus servicios.
Juan Carlos señala la paradoja de que tal centro asistencial, de Referencia Nacional y con un equipo profesional con conocimientos y voluntad de dar un excelente servicio, tenga tantas limitaciones para lograrlo.
El lector conoce que esa clínica la atiende el Ministerio de la Agricultura y admite que a él le faltan elementos para responsabilizar por esa falta de condiciones a quienes la atienden directamente por ese ministerio. «Pero no me falta visión ni experiencia —lo he vivido con mi mascota— para señalar la falta de equipamiento clínico veterinario fundamental y medicamentos esenciales o primarios para atender a los animales afectivos que allí asisten…».
Lamenta Juan Carlos que al menos no haya un centro asistencial donde por lo menos se les haga rayos X a esos animalitos, para saber dónde pueden tener un problema y hacer un diagnóstico preciso, al igual que un análisis de sangre, una transfusión, un ultrasonido, una operación de urgencia… problemas no tan difíciles de resolver y que ayudarían a seguir sembrado afecto hacia los animales.
Quizá no sea tan fácil garantizar todos los recursos. En caso de que haya limitaciones, al menos el cobro de los servicios podría considerarse como una fuente de financiamiento para mejorar la disponibilidad de esa y otras clínicas veterinarias de animales afectivos.