Acuse de recibo
Como no tenía menudo, pero tampoco quería violar su deber ciudadano, Yamile Fajardo (Edificio D-43, Apto. 10, Zona 8, Alamar. La Habana del Este) tomó su monedita de diez centavos CUC y se dispuso a pagar la guagua.
Sucedió este 17 de abril, 6 y 30 de la tarde, cuando Yamile subió a aquel P-4 (No. 440, Chapa 466) en la parada de Yumurí con destino a la Terminal de trenes.
La ley estipula que el pago del ómnibus se realice en moneda nacional, pero la solución dejaba a la lectora con su conciencia tranquila. Quién sabe si por ello pensó que el chofer la entendería y hasta podría devolverle algo de menudo para su viaje de regreso.
Del otro lado, el encargado de la guagua solo tenía que explicarle que no podía pagar en esa moneda y que era responsabilidad suya disponer de centavos para abonar el pasaje; algo que con dos o tres frases amables, alguien que trabaja con público podría explicar, especialmente a un pasajero que no desea evadir el pago.
En cambio, el conductor aceptó el dinero y cuando Yamile le reclamó...
«Ahí mismo me “tragó”, como decimos en buen cubano, pues comenzó a gritarme. Le pedía que no me gritara»... Pero el hombre, según narra la impactada capitalina, vociferaba que fuera a quejarse con quien ella deseara, a lo que Yamile le ripostó irónicamente que claro, que él era el «dueño» de ese ómnibus.
«Lo dejé gritando sus improperios y le pedí a su “copiloto” —una persona que viajaba junto al chofer y recogía dinero en su mano— que de los 40 centavos que le estaban reclamando a los pasajeros que subían, no los echara en la alcancía y me diera vuelto; pero no, el “dueño de la guagua” le dijo que no me diera nada, que lo echara en la alcancía», rememora la lectora.
Y más allá del análisis puntual del irrespeto, que nunca está justificado, sería oportuno se valoraran opciones para que siempre se cumpla el deber de pagar el transporte y también el derecho a recibir vuelto.
Quienes transitan a menudo por las apretadas calles de La Habana Vieja —a cuya reparación se dedican tantos esfuerzos—, saben cuán peligroso puede ser un balcón resentido, una columna que se quiebra, una pared que hace agua. Pocas opciones de esquiva quedan para los viandantes y menos para quienes sufren directamente el problema.
Daylén Hernández Vega (Villegas No. 216, Apto. 19 e/ Obispo y Obrapía) anda con el sobresalto a cuestas. Vive en un pequeño apartamento cuyo balcón hacia la calle Obrapía fue valorado por el arquitecto de la comunidad para demolerlo lo antes posible por las condiciones de desprendimiento en que se encuentra y las filtraciones que ya afectan a los vecinos de abajo y de al lado.
«Esto implica que tengamos la puerta cerrada por miedo a caer uno de nosotros, a la hora de tender ropa. Además, fue planteado en Vivienda (no especifica en qué instancia) que tengo un niño de dos años con problema de hiperactividad.
»Después de tantos días de demora, la institución (Departamento de Demoliciones) plantea que tiene el plan del primer semestre del año por cumplir; que de hecho está atrasado y que si (el balcón) se cae, que llamáramos al técnico de guardia y emergencia», evoca la capitalina.
¿Habrá que esperar a una emergencia para recoger los escombros de un peligro alertado?
Nada deshonroso o de poco valor hay en enviar una carta a mano. Célebres escritores como nuestra Dulce María Loynaz solían redactar así sus conmovedores poemas. Pero, por favor, cuando se trate de una misiva para Acuse y el remitente no posea buena caligrafía, pídale a un familiar o amigo que se la transcriba: con textos ilegibles nada podemos hacer. Gracias.