Acuse de recibo
Rolando Martínez pasaba frecuentemente frente a la esquina de 41 y 48, en el municipio capitalino de Playa, y atónito, observaba que en un edificio en ejecución, al parecer paralizado, personas sin escrúpulos «canibaleaban» a costa del abandono y el olvido. Con cincel y mandarria, los rateros sustraían los bloques.
Rolando entonces escribió a esta columna, y el 9 de junio pasado apareció su denuncia. El remitente comentaba indignado cómo era posible que, habiendo tantas familias con necesidades de vivienda, a nadie le interesara lo que sucedía a ojos vistas. Y preguntaba de qué entidad era ese edificio, al cual no se le daba conclusión. Preguntaba más: quién iba a pagar por eso.
Al respecto, responde Ivette Pérez Vuelta, directora de la Unidad Provincial Inversionista de la Vivienda (UPIV) de La Habana, que el inmueble citado pertenecía al fondo de viviendas paralizado, de la Unidad Municipal Inversionista de Playa.
Explica que la capital cuenta con un fondo paralizado que, por diversas razones, se detuvo. Y fue a partir de 2005, cuando se reanudó el programa constructivo de viviendas en la ciudad, que se les otorgó prioridad a esas edificaciones, teniendo en cuenta la inversión ya ejecutada. Asegura que ya ese fondo se ha reducido al mínimo.
Precisa que estas obras, para su reinicio, tienen que someterse a estudios de sus elementos, pues por su envejecimiento a la intemperie, tienden a perder cualidades que obligan al cambio de solución inicial.
En el caso del edificio de 41 y 48, informa que ya se encuentra conveniado con la empresa Constructora Blas Roca-Brigada 5, y está contemplado en el Plan de Desarrollo de 2012. Y en estos momentos se ejecutan todas las formalidades documentales normadas para su inicio.
Apunta la directora que «al ya haberse establecido un contrato con la empresa constructora, la edificación ya se prepara con los parámetros que exige la inversión, y dentro de ello la vigilancia para evitar que sigan depredando dicha instalación».
Agrega que también se estableció coordinación con factores de la comunidad y la PNR, para evitar que elementos malhechores sigan canibaleando la edificación, por demás peligrosa hasta para quienes ejecutan esas acciones depredatorias.
Agradezco la respuesta de Ivette, y el hecho de que se haya retomado la obra para su reinicio en 2012. Pero no queda esclarecido qué tiempo estuvo abandonada, y sin ninguna protección y vigilancia, y quiénes eran los responsables de velar porque no se sustrajeran elementos de lo ya levantado.
Eugenio L. Huerta (Asunción No. 1, Regla, La Habana) confiesa que llegó «más muerto que vivo» al hospital Miguel Enríquez, de la capital, y jamás imaginó que se recuperaría como lo ha hecho.
Aunque no explica la dolencia que le perturbaba, Eugenio expresa su agradecimiento al colectivo que le atendió esmeradamente en el servicio de Cirugía de dicho centro; en especial, al profesor Lázaro Rogelio Yera y a todo su equipo, y al resto de los médicos y paramédicos, «por la alta profesionalidad, y la exquisita atención recibida».
Con similar gratitud se pronuncia Maura Aguilar (Bulevar No. 15205, entre F y G, San Francisco de Paula), quien tuvo al abuelo de sus hijos ingresado en la Sala 5ta-B de ese hospital, con atenciones especiales.
Y, por contraste, ella cuenta que un día, cuando salía de la sala hacia el ascensor, por los pasillos oscuros, alguien intentó arrebatarle una bolsa que llevaba. Otra noche casi cae en las escaleras, también a oscuras.
Maura no concibe cómo en un centro de salud puedan prevalecer condiciones tan inseguras en la noche, cuando con un mantenimiento mínimo pueden colocarse, al menos, bombillos ahorradores.