Acuse de recibo
Nidian Quiñonez González es una campesina, asociada a la cooperativa Miguel Salcedo, en Flores, municipio holguinero de Banes. Y ha sufrido mucho porque su hija, Liliet Hidalgo Quiñones, sufrió una fractura patológica como consecuencia de una caída.
Liliet recibió la atención primaria en el hospital de Banes, y fue remitida al provincial Vladimir I. Lenin. De allí fue trasladada al Hospital Militar Carlos J. Finlay, en la capital. Y todos los médicos que la atendieron desde un inicio, coincidieron en que no era una simple fractura.
El servicio de Ortopedia del Finlay la remitió para el Instituto Nacional de Oncología, donde le diagnosticaron un tumor de célula gigante en el fémur de la pierna derecha, lo cual requería la amputación, o el implante de una prótesis, para evitar la malignidad del mismo.
La variante amputación era traumática para la muchacha. Se optó por solicitar, mediante el sistema de salud cubano, la compra de una prótesis de fémur, rodilla y tibia en el exterior. La madre pensó que aquello era inalcanzable, y recibió una conmoción de esperanza cuando le comunicaron que el Ministerio de Salud Pública había aprobado el financiamiento para la inversión.
En diciembre de 2010 se recibió la prótesis en el Instituto de Oncología, y ya el 23 de ese mes Liliet fue operada en el CIMEQ por un equipo conjunto de ambos hospitales. Fue un éxito la intervención, y hoy la joven continúa rehabilitándose en la Sala de Fisiatría del CIMEQ.
Tras haber sufrido tanto, Nidian agradece al Gobierno cubano por ni dudar en hacer lo imposible por la hija de una campesina. Y su gratitud incluye a todos los que le atendieron, desde el inicio en Banes; en especial al servicio de Ortopedia del Finlay, a su director; a los doctores Erasmo Gómez y Alina, del Oncológico, al doctor Balmaseda y el equipo que realizó la operación.
«¡Cuánto amor, dedicación y empeño con mi hija sin nada a cambio: solo la salvación de la pierna y su salud! Según datos de los médicos que la operaron, esa intervención en un país rico cuesta unos 250 000 dólares; y en los subdesarrollados, ni se hace. Solo la prótesis le costó al Estado cubano más de 7 000 dólares. ¿Qué le hubiera pasado a mi hija si no viviera en Cuba? Yo, una campesina, ¿con qué hubiera pagado todo lo que se ha hecho?», concluye.
El 21 de febrero pasado, Manuel Álvarez salió de su casa en Coronel Pozo No. 12, entre Alameda y Antonio Rubio, en la ciudad de Pinar del Río; y arribó a las 2 y 25 de la tarde a la farmacia de Alameda No. 71. Había una cola de clientes urgidos de comprar sus medicamentos, por supuesto. No era la cola para darse un gusto y comerse una pizza. Pero solo una empleada atendía detrás del mostrador, con toda la lentitud del mundo.
Hacia el interior de la farmacia, separadas apenas por una pared divisoria, cuatro o cinco trabajadoras con vestimenta característica de quien trabaja en farmacias. Al parecer, se ocupaban de controles y papeles. Y la única dependienta, en cámara lenta. En la cola, el malestar en su punto de ebullición…
A las 3 de la tarde, otra dependiente hizo por incorporarse al mostrador. Y cuando fue a escribir, no sirvió el bolígrafo, por lo que salió a buscar otro.
Manuel logró comprar sus medicamentos a las 3:20 p.m. Durante esos 55 minutos de espera, el teléfono de la farmacia sonaba reiteradamente y nadie lo atendía. Una de las que estaba en el interior salió al mostrador para conversar con una amiga que la llamó. Manuel le preguntó: ¿Quién atiende el teléfono? La empleada no le respondió y se retiró nuevamente al interior de la farmacia.
Al pagar sus medicamentos, con toda educación Manuel le preguntó a la dependienta que quién atendía el teléfono, y por qué si había varias, solo ella atendía la cola. La mujer se encogió de hombros e hizo un comentario vago, algo así como «figúrese»…
Durante la larga espera en la cola, Manuel leyó reiteradamente una consigna estampada vistosamente en la pared, que decía: «El esfuerzo por la excelencia en nuestros servicios farmacéuticos será tenaz y profundo».