Acuse de recibo
El autoritarismo no da autoridad. El arbitrario concepto del control deriva en irrespeto, cuando se distorsiona un programa tan prioritario como la campaña antivectorial.
Tomás Rondón (Calle 34 No. 5, entre 9 y 11, reparto Nápoles, municipio santiaguero de Contramaestre) es un hombre de 64 años que cría ganado y produce leche que, con satisfacción, entrega para su comercialización allí en la localidad.
El pasado 25 de agosto, y sin pedir permiso, dos personas irrumpieron en la sala de su casa. Como Tomás está operado de la vista no distinguía bien a los aparecidos. Una persona que lo visitaba le explicó que eran los de la campaña contra el mosquito. Tomás les dijo que, para la próxima, debían pedir permiso antes de entrar en su casa.
Uno de los dos se dirigió al patio, donde el productor guarda sus caballos, según asegura, con todas las condiciones creadas y limpio el corral.
El inspector, dice Tomás, «me comunicó que eso era grave y conllevaba una multa bien grande; que habláramos y nos pusiéramos de acuerdo».
Tomás le explicó que él le pagaba a una persona para que mantuviera limpio el corral. Y el inspector le respondió que eso a él no le importaba, y de todas formas le iba a poner la multa.
«Al ver en las condiciones que él se puso —suscribe el remitente—, le pedí que abandonara mi casa y que el otro compañero continuara la inspección. Pero se negó a salir».
Cuando el inspector concluyó en casa de Tomás, fue directo a la estación de Policía y adujo que este lo había agredido y amenazado, lo cual él desmiente.
Tomás se disgustó tanto que comenzó a sentirse mal, pues padece de hipertensión arterial y ha sufrido ya tres infartos. «En el policlínico —precisa—, de no ser por la buena actitud del doctor Torreblanca y de la enfermera María Elena, yo hubiese colapsado».
Para colmo, el inspector había cometido otra violación: le había puesto a Tomás una multa de 150 pesos sin su presencia física, y se la había dejado con un agente de la Policía.
Al siguiente día, Tomás evacuó su queja con los superiores del inspector, para que conocieran de qué forma tan denigrante este había perjudicado la moral y el prestigio de esos compañeros de la campaña que sí dignifican su trabajo.
En resumen, el sexagenario sintetiza la cadena de violaciones: «No pidió permiso para entrar a mi casa. Era la primera vez que me visitaba, y desde que entró fue amenazando con poner una multa y tratándome en mala forma. Cuando lo mandé a salir, se negó; y eso es violación de domicilio. Para colmo, me pone la multa a mis espaldas, y sin reflejar siquiera mi dirección, cuando ello requiere la presencia física de la persona. Además, hay otras cosas que no reflejo, en espera de la visita de funcionarios de Salud Pública», concluye.
Hay que prevenir también contra el vector de la prepotencia.
Fue esta vez Jesús López (Campanario 306, entre Neptuno y San Miguel, Centro Habana) quien quedó desprotegido y estafado como consumidor por la pésima calidad de una mercancía que se vende en nuestras tiendas.
Cuenta él que el pasado 24 de agosto adquirió una brocha de pintar marca Arte, de factura nacional, en el Complejo Fornos, de Habaguanex. Y luego de pintar la sala de su casa, la cocina y un pasillo, la misma se deshizo: soltó las cerdas por doquier.
«Lo más indignante del caso —subraya— es que me costó 3,85 CUC. Estoy de acuerdo en que la sustitución de importaciones es sumamente necesaria para nuestra economía, pero cuando se hace, que sea con un producto que por lo menos tenga mediana calidad».