Acuse de recibo
«Coger botella», esa ciencia nunca exacta en la que los cubanos somos doctores, puede resultar a veces una tarea titánica. Imagine por ejemplo que la búsqueda y captura del aventón ocurre en una zona rural de poco tráfico en horas de la madrugada. O desde una cabecera municipal hacia ese sitio campestre casi al anochecer…
Los profesores pinareños Dayán Meléndez Acosta y Daniel Morejón Fernández no tienen que imaginarse la escena de marras. La viven todos los días para poder trasladarse desde sus casas, en San Juan y Martínez, hasta la capital provincial, a impartir clases de Informática en el Instituto Politécnico provincial.
Dayán reside en la cooperativa Isidro de Armas No. 80, reparto El Jíbaro; Daniel, en el kilómetro 4 de la carretera Panamericana, reparto Campo Hermoso, finca La Yaya. Ambos pasan las «mil y quinientas» para alcanzar en la mañana el ómnibus de docentes que hace la ruta San Juan-Pinar y para, al final del día, arribar a sus hogares después de que los deje el mismo transporte.
«La guagua solo llega hasta el centro del pueblo y nosotros vivimos cinco kilómetros después, narran los remitentes. Podrá imaginar la odisea para llegar a nuestras casas después de que llega el recorrido a San Juan, cerca de las 6:30 p.m. A esa hora, a “coger botella”… Al otro día: levantarnos a las 5:00 a.m., volver a “coger botella” y tratar de llegar a tiempo para alcanzar el recorrido que sale del centro del pueblo a las 6:30 a.m.».
En esa batalla diaria, enfatizan los profesores, no ha faltado la ocasión en que tengan que hacer el trayecto a pie hasta sus domicilios; llegar a las ocho, nueve o diez de la noche, para madrugar la otra jornada. O a la inversa, perder la guagua en la mañana y tener que seguir, de tramo en tramo, para arribar, tarde y cansados, a la escuela.
El problema, relatan, fue comunicado a la dirección del centro y al sindicato, para que en coordinación con Transporte Escolar gestionaran que la guagua siguiera los cinco kilómetros adicionales. La respuesta fue: «no»
Y los docentes se preguntan: ¿Será tanto el combustible que hay que invertir para que el recorrido se extienda unos kilómetros más y les resuelva la compleja situación que atraviesan?
Bastantes dificultades sortean con austeridad nuestros profesores como para no brindarles alguna alternativa a problemas como este.
En esta columna, por suerte, nunca faltan las cartas que ennoblecen la condición humana con un simple y perdurable: gracias. Bien lo sabe Antonio Pestana Hernández (Calle 4ta. del Oeste, No. 166, entre 7ma. y 8va. del Sur, Placetas, en Villa Clara), quien nos envía sus letras manuscritas, como para que le salieran más pegadas al cuerpo y al alma.
El pasado 19 de septiembre, mientras se encontraba en Matanzas, a Antonio se le presentó una eventualidad médica con su esposa y necesitó el auxilio del Servicio Integrado de Urgencia Médica (SIUM) en Varadero.
«Los compañeros del turno de trabajo de ese día —enfatiza el villaclareño— son merecedores del mayor reconocimiento, por su profesionalidad en el tratamiento a mi señora y sus deseos de que no me sintiera solo estando lejos de mi pueblo… Esto lo lograron por su dedicación».
Las enfermeras Dania Esquijarrosa y Digna Morales, el jefe de Enfermería Carlos González, el galeno Luis Manuel Cuán y el paramédico Juan Miguel Quero, tienen un sitio en los afectos de este hombre de Placetas.
En las líneas finales, alertamos sobre algo que nos preocupa. Algunas misivas nos llegan con extensas parrafadas de términos jurídicos, que estarían adecuadas para alguna reclamación legal, pero resultan casi ininteligibles a los fines de Acuse. Y no se trata de que se omitan detalles importantes de los asuntos, sino de exponerlos de manera clara y sencilla. Es una regla de la comunicación.