Acuse de recibo
La solidaridad que se aprecia ante catástrofes como los recientes huracanes y el espíritu de enfrentamiento y solución a los problemas que generan tales calamidades debían ser el estilo permanente de nuestra sociedad. Muchas veces lo damos todo en un minuto y luego llenamos de zancadillas e imposibles el camino de todos los días.
Así está la calle principal de Murgas, un pueblito del municipio capitalino de Boyeros, donde vive Yusleivis Cabrera, en el número 31616. La arteria destrozada provocó, ya hace tiempo, que la única ruta de ómnibus que pasaba por allí se espantara definitivamente.
Nunca se solucionó esa calamidad vial, y los vecinos al menos llenaron de piedras los cráteres. Pero ahora hay un problema más grave: para situar una conductora de agua que llega casi a Santiago de las Vegas, se rompió todo el borde de la misma, pero luego no se selló. La sempiterna chapucería.
Refiere la lectora que zanjas y lomas de tierra acompañantes, cuando llueve, convierten aquella vía en un tremebundo fangal. En la zona misma donde vive ella cubrieron la zanja con planchas de metal, que se hunden progresivamente, hasta que un vehículo quede estancado allí.
Así las cosas, como diría el colega Fritz Suárez, el ómnibus fantasma ahora da el recorrido por Boyeros, pasa por la Terminal 3 del Aeropuerto José Martí y muere en Murgas. Pero ya ni siquiera los choferes quieren entrar en Murgas, y dejan «botados» a los pasajeros en El Wajay.
Todo el mundo se desentiende, y al final los ciudadanos sufren las consecuencias.
La segunda carta la envió Marly María Aladro Pérez, desde calle 2 Sur número 401-A, entre Pedro Pérez y Martí, en la ciudad de Guantánamo. La misiva está fechada el 1ro. de septiembre, precisamente una semana antes de que el huracán Ike embistiera con saña el extremo oriental.
Es inevitable barruntar ahora cómo estará la cuadra de Marly, si decía ella que desde junio vienen sufriendo graves problemas de obstrucción en las acometidas centrales, al punto de que varias viviendas se inundan de aguas albañales, al igual que los registros ubicados en las aceras. No más comienza a lloviznar, y ya se desata el pernicioso y desagradable anegamiento.
Desesperados, se dirigieron a Acueducto y Alcantarillado de la ciudad, y el director les atendió muy amablemente; pero la cordialidad, aunque es tan necesaria, por sí sola no resuelve si no hay manos a la obra. El funcionario les refirió la imposibilidad de darle solución por ahora al asunto, pues el único carro especial de destupición con que cuentan pertenece a la provincia de Camagüey. Deben esperar a que preste sus servicios y se traslade hasta allí.
«¿No habrá en nuestra hermana provincia de Santiago de Cuba un carro similar?, pregunta Marly. Creo que debemos ser capaces de resolver situaciones como estas, que atentan contra la salud del ser humano», sentencia la lectora.
Y desde Artemisa, en la provincia de La Habana, escribe Samuel César Pérez no para protestar ni denunciar, sino para connotar el valor que tiene el darse y apoyar al prójimo, especialmente cuando más se necesita, cada quien desde su propio rincón.
Samuel, quien reside en calle 50 número 1120, entre 11 y 15, en esa localidad, desea reconocer públicamente al colectivo del servicio de Hemodiálisis del hospital Ciro Redondo, de ese municipio.
Refiere Samuel que su padre falleció el 30 de agosto, luego de atenderse allí durante cuatro largos y difíciles años. Y destaca la calidad humana de cada uno de los trabajadores de esa sala, desde la doctora María del Carmen, la jefa, hasta el último.
«Fueron más que una familia, no solo para nosotros, sino para pacientes y familiares... Esa atención no se paga con todo el dinero del mundo; por eso le escribo, para que mucha gente sepa que allí en ese hospital hay un colectivo que merece una estatua».