Acuse de recibo
¿Tan bueno y no es en pesos convertibles? A Yosmany Mondeja mucha gente no se lo cree, pero todo comenzó con los preparativos de su boda, cuando junto a su prometida visitara El Palacio de las Novias, en Galiano, entre San Rafael y San José, en Centro Habana, para alquilar los trajes de ambos.
Cuando entraron allí, no pudieron sustraerse a tantas atenciones y cordialidades; a más de todos los excelentes servicios que allí se ofrecen en pesos, sin ese fatalismo monetario que te condena si no hay de por medio CUC.
Yosmany, quien reside en el Edificio 963, apartamento 25, en la zona 1 del barrio capitalino de Alamar, se casó allí el pasado 17 de julio, y quiere contárselo a media Habana, para que muchas otras parejas se entusiasmen y se lleven siempre un recuerdo inolvidable de su día nupcial.
«Mi novia y yo entramos para alquilar los trajes —manifiesta el joven—, y resulta que todo lo hicimos allí. Hay muchos servicios que prestan en moneda nacional, y que la población no conoce: se alquilan trajes y se toman fotos y video; te dan derecho a un auto de PANATRANS por cuatro horas y te llevan hasta el hotel; se alquila un salón para el brindis por cuatro horas y se garantiza un buffet con variedades de muy buena calidad. Todo el local está climatizado».
Pero lo más trascendente para ellos fue «la atención y profesionalidad de las compañeras y compañeros que allí laboran. Llegue a ellos mi más sincera felicitación por su trabajo. Que nunca decaigan, que sigan en ascenso. Y, sobre todo, que nunca se apague esa sonrisa con la cual me hicieron pasar un día tan importante, muy feliz y sin tropiezos».
Vaya, que dan deseos de volver a casarse. Mis respetos para esa institución. Ojalá que supere las pruebas del tiempo y no se le apague ese amor e ilusión. Que nunca se «divorcie» de la pasión por la excelencia.
También desde Alamar me escribe Idalmis Rodríguez Suárez, quien vive en el Edificio 874, apartamento 56, en la Zona 7. Pero, lamentablemente, esta lectora no debe andar de muy buen humor. Su carta destila desconcierto y pesar por lo que vivió hace unos días.
Idalmis llega a las 7 y 17 p.m. a la farmacia de la zona 7, y se la encuentra cerrada, cuando el horario de cierre es a las ocho. Solo está abierta la ventanita, y ella solicita que le atiendan. Le responden que no hay vales.
Idalmis se resiste a creer lo que acaba de oír, e insiste por la ventanita. Le dicen que el almacén está cerrado, que la administradora es nueva y cerró al irse. Y los vales que había afuera se agotaron.
Entonces, una de las dos empleadas le dice a la otra que le despache a Idalmis. Abren la puerta. Pero el dinero no le alcanza a la cliente y va por más a su casa. La que había tomado la iniciativa le dice que no se preocupe: ella está de guardia...
En el camino a su casa, Idalmis sigue tratando de explicarse aquello de los vales. Y cuando retorna, indaga sobre ello. La empleada le informa que la empresa hace mucho tiempo que no asigna vales ni tarjetas de estiba, esas donde se lleva el movimiento de los medicamentos, tan necesarias para un estricto control. Gracias a la ayuda de los vecinos, hacen los vales en cualquier papel y las tarjetas con cualquier cartón.
La empleada, muy amable siempre, le cuenta que ella es la secretaria general de la sección sindical de la farmacia, y ha planteado el problema en múltiples reuniones, pero no se soluciona definitivamente, como no mejoran otras situaciones de atención a las trabajadoras de la unidad.
Idalmis retorna a su casa con lo que necesitaba, pero no deja de reflexionar en que el Estado hace grandes esfuerzos para que el medicamento cubano, uno de los más baratos del mundo, se controle y llegue a los ciudadanos. Y es muy triste que luego no haya vales ni tarjetas. Y tampoco deja de pensar en que aquella amable empleada es más importante de lo que muchos puedan imaginarse, y merece trabajar más estimulada. Esas dolencias requieren también de óptima «prescripción facultativa».