Acuse de recibo
Hoy esta columna deja atrás polémicas, debates y tensiones propios del escarceo cotidiano que generan las cartas, para felicitar y reconocer a tantas mujeres que alumbran el nacimiento de nuestro mensaje cada día.
Comienzo quitándome el sombrero ante esas hormiguitas solícitas que componen el equipo de Atención a los Lectores de Juventud Rebelde, esa legión de muchachas tan profesionales y delicadas que llevan el «trapiche» de estadísticas, informes, bases de datos y análisis; las que atienden a tantas personas por teléfono o cara a cara, para que este servidor pueda escribir a diario la sección: Flor, Idania, Dalia y Sarita. Las cuatro joyas del Acuse de Recibo.
Y me inclino, con una reverencia casi quijotesca, ante tantas cubanas de todas las edades, de calles o guardarrayas y las más diversas ocupaciones; esas que, con sus cartas a lo largo de años, han sostenido el filo y el amor de esta columna, ese malabarismo entre la ternura y el coraje a prueba de todo.
De las más de 5 mil cartas recibidas el pasado año en esta sección, el 43,8 por ciento fueron escritas por mujeres al borde del ataque de nervios, en la cumbre de la sensatez y la agudeza o levitando en el estado de gracia de sus sentimientos. Mujeres, al fin: no serán mayoría en los remitentes, pero cuando se deciden a escribir, lo hacen por los suyos con la franqueza y el valor de una madre.
¿Por qué será que a la hora de denunciar fealdades e injusticias de la trama cotidiana son tan decididas y precisas, sin temores ni autoprotecciones? Esas mismas son las que, al momento de alabar y agradecer, lo hacen con más sentimiento.
La clave está en que ellas son la matriz de la vida, de la familia, del barrio y del país. Ellas sufren doblemente las carencias, los problemas y tragedias. Y al final se resienten más con esos fardos de la desatención. Se laceran de una manera especial con las indolencias, insensibilidades y desentendimientos. Por eso siempre están prestas a barrer las sinrazones.
Hoy pongo a un lado discrepancias temporales —nada esenciales— e inevitables contradicciones. Y públicamente reconozco el valor y la entereza de las funcionarias que, mujeres al fin, son el rostro de muchas instituciones y entidades, al frente de responsabilidades tan sensibles como la Atención a la Población, Protección al Consumidor, Relaciones Públicas, Divulgación o como se llame. Mujeres como la inefable María Gudelia Méndez, en Villa Clara; Hilda Arias y sus muchachas en ETECSA; Marianita Hechavarría, en Comunales de Ciudad de La Habana; o María Antonia Alfonso y Katiuska en Correos de Cuba, para citar solo algunas de ellas, las que en el toma y daca de las quejas y respuestas, también son nuestras aliadas en este empeño del mejoramiento de la vida.
Al final, esta columna está sostenida por la fuerza de muchas mujeres. Ellas animan e inspiran, desde distintos ángulos, este ejercicio diario de la democracia, esta cruzada contra tantos yerros y demonios, por el bien y la virtud. Gracias por existir, mujeres.