Acuse de recibo
HOY esta columna ensancha su alcance y es feliz. El Consejo de Redacción de Juventud Rebelde, sopesando el ascendente nivel de correspondencia de esta sección, decidió ensanchar el espacio de la misma hasta 80 líneas. Ese es un espaldarazo a nuestro trabajo, y un compromiso mayor con los lectores.
Me escribe el ingeniero Roberto Hernández Conde, vecino de Bembeta 310, entre Cristo y 20 de Mayo, en la ciudad de Camagüey. Y él aborda un tema que, aunque pudiera parecer nimio, en su consideración entraña importancia social.
Refiere Roberto que ya es generalizado que cuando uno visita una entidad u organismo estatal, le soliciten el carnet de identidad y retengan este en la entrada, como constancia y vía de protección física. Y eso es ilegal, señala.
Manifiesta el remitente que, de acuerdo a la legislación vigente, cuando uno arriba a un centro, debe hacérsele el pase con el número del carné de identidad, pero nunca retener este en la puerta, porque es ilegal que un ciudadano esté dentro de la entidad sin identificación oficial.
Roberto ha sufrido innumerables contratiempos e incomprensiones al visitar, por las características de su trabajo, múltiples instancias. Y prácticamente los que lo atienden en la puerta lo ven como un «bicho raro» cuando esgrime sus derechos como ciudadano de este país, con respecto a su identificación.
Efraín Santos Díaz, de La Conchita 69-A, en Santa Marta, Varadero, Matanzas, recuerda que, a raíz de los aumentos de precios en 2004 en el comercio que vende en divisas, se dijo que no se le subiría el mismo a ningún producto en lo adelante de manera indiscriminada y unilateral, y que esto sería controlado con celo.
Pues el lector precisa que, en cuanto al paquete de 12 perros calientes de pollo, que se comercializaba a 1,50 pesos convertibles, se comercializó entonces a 1,65. Luego el producto se perdió de las tiendas, y unos dos meses después resurgió con el precio de 1,80 CUC.
También con las conservas de sardinas pasó algo similar: irrumpieron en las tiendas a 80 centavos de CUC las de aceite y a 85 centavos las de tomate. Desaparecieron después, y ahora abarrotan los mercados a 1,10 CUC y 1,15 CUC, respectivamente.
Efraín pregunta por qué.
La tercera carta es reiteración en cuanto a un asunto muy sensible, que entraña la visión de las personas:
El pasado 6 de octubre reflejé la queja de Renso Yohandy Miranda, de Andrés Berro Macías 162-A, en la ciudad de Trinidad.
Aquella vez, Renso manifestaba que padece una enfermedad progresiva, denominada keratoconus, que le ocasiona visión doble. Los lentes para él son imprescindibles, y el pasado 12 de abril entregó la receta en la óptica de 19, entre 22 y 24, Vedado, en la capital. Y hasta entonces no había recibido respuesta alguna, a pesar de que sigue perdiendo visión. Ahora me escribe de nuevo Renso para informarme que la situación sigue siendo la misma.
A propósito, me escribe Zoila Bruquetas, de Pedro Figueredo 81, en Veguitas, municipio granmense de Yara. Ella está desesperada, pues desde adolescente usa lentes de contacto por la alta miopía que padece. Los mismos tienen que refractárselos en Santiago de Cuba, y cada vez que va allá, le dicen que el equipo está roto hace varios años. Y ella cada día tiene más miopía.
Y por si fuera poco, Irisday Sosa Pérez me escribe desde calle 20, Edificio 2-B, apartamento 3, Calos Manuel de Céspedes, en la provincia de Camagüey: también problema de lentes.
Irisday cuenta que tiene un hijo de 7 años, operado de catarata traumática en el 2001, y necesita de por vida usar lentes de contacto. El pasado 9 de mayo, después de asistir a la consulta en el Hospital Oftalmológico Ramón Pando Ferrer, donde cambiaron la graduación al pequeño, se dirigió al taller de 19, entre 22 y 24, en el Vedado.
Allí le plantearon que demoraría dos meses el pedido. Pero hasta ahora nada. La respuesta siempre es la misma: todavía. A Irisday le preocupa que el aprendizaje de su niño se está retardando.
Esta columna ha publicado muchas veces insatisfacciones de ciudadanos con dilaciones del servicio de fabricación de lentes. Y nunca de allí hemos recibido una respuesta: casi como para pensar que hay bastante «miopía» en torno a la necesidad de responder a los clientes.