Doctor en Ciencias Luis Velázquez Pérez. Autor: Maykel Espinosa Rodríguez Publicado: 29/02/2020 | 09:21 pm
Al hombre que ocupa la presidencia, hace tiempo que le cuesta dormir. Lo dice sin complejo alguno, sin temor, sin misterios. No es un secreto; tampoco un privilegio. No es un padecimiento físico, más bien el resultado de un estilo de vida que fue adquiriendo desde su juventud, cuando colocó en el centro de su labor y de sus preocupaciones a la investigación científica en pos de la salud humana.
Quienquiera que no lo conozca más allá de sus méritos académicos, investigativos, doctorales…, quizá no entienda por qué se le nota tan natural al ceder el paso, con una cortesía de hidalgo, antes de entrar o salir del ascensor que conduce a su oficina; por qué, cuando acepta conversar sobre la ciencia cubana y sus desafíos, no ocupa la silla detrás de un gran buró, sino que se sienta como en la sala de su casa, cómodamente, muy cerca del maestro Finlay.
Quienquiera que crea que el Doctor en Ciencias Luis Velázquez Pérez ahora tiene que ser irremediablemente otro, se equivoca. Él se niega a serlo, porque —alega— «siempre he conservado la persona que soy; no puedo transformarme en otro, ni por títulos ni rangos».
Sus amigos lo saben: quien asumió desde 2017 la presidencia de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), sigue siendo el mismo hombre apasionado —hasta los límites de la obsesión— con la cura de la ataxia; el mismo revolucionario, soñador, enamorado… ahora con otras muchísimas responsabilidades.
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Nunca soñó con vivir en La Habana. Vino, estudió, regresó a su tierra natal, volvió a la capital a superarse, retornó a su pueblo, vino varias veces más a recibir reconocimientos… Y un día, con el premio de Relevante con Distinción Especial entre las manos, y el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz delante felicitándolo y preguntándole sobre las ataxias hereditarias, supo que aquella suerte de vaticinio del líder histórico de la Revolución se estaba cumpliendo: él ya era un hombre de ciencia.
Pero aquello no había comenzado allí, en la premiación del Fórum de Ciencia y Técnica de 1998. Ni siquiera el día en el que se había graduado de médico y estaba entre los más integrales del país del primer contingente de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, a quienes Fidel les entregaba el título y los conminaba a investigar, a resolver problemas de la ciencia cubana.
Hubo varias pistas anteriores: el interés por un grupo de ingenieros agrónomos que iban a la secundaria básica donde él estudiaba a investigar las plagas de la papa, y un libro que no podía pagar: La quimioterapia de las enfermedades malignas.
«Estaría ya en el preuniversitario cuando lo descubrí en la librería Pedro Rogena. El libro costaba 20 pesos y en esa primera etapa no lo pude comprar. Tiempo después mi padre me lo regaló. Hoy todavía lo conservo», rememora Luis Velázquez.
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Muchos años acumula ya el muchachito que corría descalzo por los senderos de Sabanilla de Damián, comunidad rural a poco más de 20 kilómetros de la ciudad de Holguín. Décadas han pasado desde el día en que llegó por vez primera, con el corazón a galope, hasta la escuelita primaria Antonio Moreno Osorio a recoger los libros para comenzar las clases, luego de que su padre lo iniciara en el mundo de las letras y los números mediante cartillas, a los seis años. Obvio que no es el mismo, pero mucho queda de él, y así lo recuerda.
«La escuela estaba a una distancia relativamente lejana de donde vivía. Por eso mi papá me regaló un caballo para que llegara con facilidad. Esa fue una etapa decisiva para mí, porque hubo una combinación en la enseñanza que recibí allí y la de esa otra escuela que fue mi familia», cuenta mientras la nostalgia se le dibuja en los ojos, un sentimiento que crece mientras rememora el legado ético de sus padres.
«Vivíamos en una casa muy humilde y mi madre nos hablaba siempre con el pensamiento puesto en el futuro. Era muy estricta y nos enseñó —a mi hermano y a mí— que las cosas había que hacerlas bien. Ella lavaba el piso de la casa que era de tierra con sus propias manos. Quedaba muy duro y limpio. Eso demuestra cómo era. Siempre nos incitaba a estudiar y a que, en todo lo que hiciéramos, quedara el sello de lo bueno», dice y se queda unos segundos en silencio, esperando a que los recuerdos y el nudo en la garganta lo dejen hablar. Entonces ofrece disculpas y continúa.
«Todo eso lo aprendí de ella y de mi papá que, desde que tendría yo como cinco años, me levantaba con él de madrugada y me iba a la lechería a ordeñar las vacas. Mi padre me hablaba del valor que tiene la palabra del hombre, de no fallar a esa palabra, de esos valores que solamente se pueden inculcar en el seno de una familia».
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El doctor Armando Gómez Taboada, brillante neurólogo habanero con fama de ser muy estricto con sus estudiantes y con una fractura en el brazo derecho, examina al paciente, le hace preguntas, analiza el caso. Está en Holguín cumpliendo su servicio social, pero no puede abusar de su mano derecha. El joven Luis Velázquez, estudiante de 5to. año de Medicina, no pierde la oportunidad que le ha abierto la Facultad: escribe en la historia clínica, hace las recetas, lo ayuda en todo. La Neurología comienza a apasionarlo.
«Juntos hicimos un trabajo que se llamaba Trastornos mnésticos (de las funciones cognitivas y de memoria) en los pacientes con ataxia hereditaria, porque él venía de una escuela que estudiaba las funciones cognitivas del ser humano. Fue en la década de los 80, cuando había un gran incremento de esa enfermedad en la región oriental. Fue mi primer vínculo con las ataxias hereditarias», recuerda.
El profesor Gómez Taboada termina su trabajo social en la Ciudad de los Parques y decide retornar a la capital, pero antes lo recomienda con otros especialistas de Neurología dedicados al estudio de la ataxia en ese territorio. Luis Velázquez, tras un intenso trabajo con pacientes y el intercambio de experiencias con numerosos doctores, decide escoger la especialidad de Neurofisiología clínica, que estudió en el capitalino Instituto Superior de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón —hoy Universidad Médica—, el Centro de Neurociencias de Cuba y el Instituto de Neurología de La Habana.
«Allí tuve la oportunidad de interactuar con el profesor Rafael Estrada González y el resto de los investigadores del campo de las ataxias y las neurociencias en general, además de los profesores Michel Valdés Sosa y Pedro Valdés Sosa, quienes incentivaron en mí el interés por la investigación científica. Por eso la tesis con la que me hice especialista se centró en el área de las ataxias hereditarias», afirma.
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Ya casi todo está listo para volver a Holguín, pero en el Complejo Científico Ortopédico Internacional Frank País, de la capital, no quieren perderse su talento y le proponen trabajo. Contra cualquier pronóstico lógico, Luis Velázquez rechaza la propuesta y regresa a su tierra natal.
«Sentía un compromiso muy importante de volver a Holguín, porque mi padre y mi madre habían hecho un gran esfuerzo para que me superara y entendí que donde debía estar era al lado de ellos. Así que regresé y empecé a trabajar en el hospital pediátrico, inicialmente en el laboratorio de neurofisiología, donde me dediqué al estudio de niños con parálisis braquial obstétrica (lesión que tiene lugar como consecuencia del parto), y a los que tenían traumas craneoencefálicos, trastornos de conducta e hiperactividad», refiere.
Pero el estudio de la ataxia no había terminado, aunque las inquietudes científicas del joven Luis Velázquez tuvieron que combinarse con la construcción de su casa, los requerimientos de la investigación doctoral y el primer embarazo de su esposa. Entre tantas responsabilidades, se trasladó al hospital general universitario Vladimir Ilich Lenin, donde lo esperaban, en un nuevo laboratorio de neurofisiología, aprendizaje y desafíos relacionados con el estudio de problemas de columna cervical y lumbar previos a las cirugías espinales.
«En esa etapa me dediqué también al trauma craneoencefálico grave, para identificar factores pronósticos de la evolución y definir cuándo un paciente estaba en una situación mucho más grave a través del encefalograma, así como aplicar técnicas de potenciales evocados somatosensoriales para explorar el daño al nivel del cerebro y seguir trabajando el área de la ataxia», relata, y recuerda cómo empezó a ganar premios en diferentes eventos hasta el Fórum de 1998. Poco tiempo después llegaría una de las mayores misiones de su vida profesional: el liderazgo del proyecto de investigación de la ataxia en Holguín.
«Para darle respuesta a una orientación del Partido en la provincia, realizamos un estudio epidemiológico en todo el territorio, con el fin de evaluar la magnitud de la situación. Eso marcó un antes y un después, porque encontramos a muchas familias que tenían la enfermedad.
«Gracias a ese estudio determinamos los problemas sociales que poseían aquellos pacientes y se generó una serie de políticas públicas, sobre todo relacionadas con la construcción de viviendas, la entrega de electrodomésticos y la vinculación de los niños con círculos infantiles para que fueran atendidos de forma especial», explica.
Fue así como en Holguín comenzó una etapa más integral de atención a las personas que padecían ataxia hereditaria, con Luis Velázquez (ya especialista de Segundo Grado en Neurología Clínica) al frente del Centro para la Investigación y Rehabilitación de las Ataxias Hereditarias (Cirah), enfermedades neurológicas calificadas entre las más crueles a lo largo de la historia de la humanidad, pues, como él mismo refiere, «en el siglo XVIII las personas con este padecimiento eran consideradas como embrujadas y condenadas a la muerte».
Llegaría una etapa exitosa para el Centro, no solo porque atendía a pacientes de toda Cuba —que poseía la mayor cantidad de casos en todo el mundo—, sino porque comenzaron a desarrollarse ensayos clínicos, se graduaron sus primeros doctores en Ciencia, establecieron colaboración con diferentes instituciones extranjeras y se les abrió la posibilidad de publicar en revistas de alto impacto. Para tanta superación había un método, que el ahora Presidente de la ACC insiste en defender: la integración.
«Mi experiencia está en eso, en lograr aunar esfuerzos y en que todo funcione de manera integral. Desempeña un papel fundamental la conformación de un equipo dominado por la motivación», afirma y seguidamente recuerda la comprensión de Fidel sobre la necesidad de ayudar a los pacientes y el apoyo con financiamiento para el equipamiento del centro.
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No se le ve incómodo, apurado, evasivo, a pesar de todas sus responsabilidades. Habla en períodos largos, sin exceso de terminologías incomprensibles que habitualmente hacen poco potable entender la ciencia. Hemos dialogado mucho sobre su historia profesional, sobre el proyecto que ha ocupado su vida, todo lo cual explica por qué asume ahora un encargo mayor. Se impone entonces hablar de los retos actuales, esos que también le provocan desvelos.
—¿Cómo resumiría el trabajo que se desarrolla hoy al interior de la Academia?
—La idea es darle continuidad a la labor que se venía realizando. La Academia está conformada por casi 400 académicos del país y 27 extranjeros. Por eso incorporamos a nuevas personas, para fortalecer el trabajo en la institución física y atender con mayor efectividad todas las cuestiones que nos competen.
«Le damos prioridad a la creación y fortalecimiento de las filiales provinciales, de las que formarán parte otros científicos con relevantes méritos que pudieran ser académicos en el futuro.
«Estamos llamados a pensar en cómo diseñar la nueva Academia de esta etapa, porque de la manera en la que la tenemos en estos momentos es muy difícil cumplir todas las expectativas. La Academia tiene que ser ese verdadero consejo científico transversal a todos los ministerios. Por eso el mayor reto está en la integración».
—¿Qué papel desempeñan los jóvenes en estas nuevas proyecciones de trabajo?
—Esta es la única del mundo que tiene dentro de su membresía la categoría de jóvenes asociados a la Academia de Ciencias. Se trata de los menores de 35 años que tienen un destacado trabajo en la producción científica en el país y que son parte imprescindible de nuestra labor.
«Pero todavía se necesita incentivar más a los jóvenes científicos, comprometerlos y motivarlos en diferentes proyectos en cada una de nuestras instituciones y centros de investigación. Por eso es tan importante la integración de las Brigadas Técnicas Juveniles, del Fórum y de las mismas organizaciones que aglutinan a los jóvenes».
—Pero la juventud no siempre encuentra apoyo y posibilidades de superación, de intercambio internacional incluso, frente a científicos ya consagrados…
—Es cierto, y es imprescindible que las personas con mayor experiencia en el campo de la investigación sean capaces de entender que es preciso lograr que los jóvenes sean mejores que nosotros. Eso tiene que ver mucho con los valores y con la capacidad de compartir los saberes. El egoísmo no debe ser propio de un científico cubano, pero existe y habrá que ir quitando esas barreras para que se pueda avanzar.
—¿Cuál podría ser la fórmula para lograr la integración en el campo de la ciencia en Cuba?
—De momento estamos tratando de motivar un pensamiento más colectivo, de que se liberen las islas que a veces existen en el complejo mundo de la ciencia, y de que todos nos integremos en una fuerza, una especie de ejército que es a lo que estamos llamados por la máxima dirección del país, porque todos tenemos el interés común de que Cuba se desarrolle. Hay cuestiones de burocracia que tenemos que vencer y deberemos enfrentar conflictos, pero podemos lograr la Academia de Ciencias que este país necesita.
Integridad y desarrollo de una cultura científica en los investigadores y en la población en general es vital para comprender que la ciencia puede ser la locomotora del país. Foto: PL
—¿De qué manera explicarles a los decisores en cada área de la economía que la ciencia debe ser la «locomotora del país»?
—Ante ese llamado del Presidente cubano, lo fundamental es tener claro que los fenómenos complejos de hoy no se resuelven si no se aplica el método científico. Por lo tanto, se tiene que desarrollar esa cultura científica no solamente en los investigadores participando en equipos multidisciplinarios y asesores de cuanto se vaya a realizar, sino en la población en sentido general.
—Ante tanto quehacer en la Academia, ¿cómo encuentra tiempo para continuar estudiando las ataxias y seguir atendiendo a pacientes?
—A veces las personas no imaginan el impacto que puede tener una leve mejoría en los pacientes con ataxia, enfermedad incurable hasta ahora. Ayudarlos también desde La Habana ha sido una especie de soporte para mí, una inspiración en medio de esta tarea compleja que tiene la ACC como institución asesora y consultiva del Estado, adscrita al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
«Sí lleva un sacrificio extraordinario, porque debo trabajar en horarios extra, pero me reconforta ver su mejoría y también el hecho de haber podido abrir un área de rehabilitación en el capitalino hospital clínico-quirúrgico docente Comandante Manuel Fajardo, además, de colaborar con el Centro de Neurociencias de Cuba, el Instituto de Neurología y Neurocirugía y el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, aunque la semilla de toda esta pasión está en el Cirah».
—Y su familia, ¿cuán determinante ha sido en su labor científica?
—Si no hubiese tenido esta familia, no hubiera podido consagrarme a la investigación y a la sociedad, partiendo desde mis padres, con su apoyo desde la infancia; pero también gracias al de Cira, mi esposa, y al de mis hijos, Karina y Frank Luis. Ellos han sido capaces de entender, por ejemplo, que en vez de estar departiendo en una actividad festiva, he debido estudiar o investigar.
«Cuando mi esposa estaba embarazada de Karina, hospitalizada en la sala de maternidad, yo alternaba para cuidarla, pero seguía trabajando abajo, en el laboratorio de neurofisiología. El hecho de entender, de ayudarme, de estar al tanto de todo, ha significado para mí que, dentro de los conflictos de la ciencia, Cira sea, además del amor, la calma. La familia es trascendental para un científico. Si no está la familia no se puede avanzar».
¿Qúe es la ataxia?
Ataxia viene de la palabra griega taxia, que significa coordinación y el prefijo «a» se refiere a la incoordinación en el movimiento de miembros superiores e inferiores. Se caracteriza también por trastornos del habla, pues el paciente padece de disartria de tipo cerebelosa, o sea, manifiesta un lenguaje silabeado y lento; presentan temblor intencional, temblor postural, alteraciones de los reflejos osteotendinosos, trastornos importantes del sueño, de la funciones cognitivas, entre otras.