Las desviaciones de las normativas sexuales constituyen uno de los principales retos en materia de salud sexual. Cuba presta atención especializada a estas personas
Pasaba el tiempo. Desde su escondite acechaba la concurrida calle. Uno a uno los transeúntes desfilaban por su mirada sin despertar el menor asomo de atracción, hasta que en la lejanía apareció una silueta con grácil feminidad.
Las pupilas ensancharon su diámetro, la adrenalina se disparó en su cuerpo y a escasos metros de la dama irrumpió frente a ella exhibiendo sus atributos masculinos. La cara asustada de la mujer le excitó mucho más, y a pesar de los insultos terminó su práctica estremeciéndose en espasmos de placer antes de correr a ocultarse nuevamente.
De esta manera, u otras, pudiera describirse cualquier acto de exhibicionismo callejero: una conducta sexual caracterizada porque sus practicantes (generalmente hombres) experimentan placer al mostrar sus genitales por sorpresa en sitios públicos, de acuerdo con su preferencia sexual.
Por ese motivo escogen lugares con mucho tránsito de personas, y se sitúan tras los arbustos o delante de las ventanas, semiocultos pero dispuestos a mostrarse cuando la oportunidad se les presente.
Si la reacción de la persona es de perplejidad y miedo, el exhibicionista lo interpreta erróneamente como que esta también se excitó. Por eso la actitud adecuada frente a estas personas es la indiferencia, no la agresión o el insulto, pero es recomendable alejarse pronto del lugar y notificar la presencia del individuo al sistema de salud para que puedan ser atendidos y evitar males mayores.
Algunos de estos sujetos no pasan en toda su vida de la exhibición, pero otros son capaces de llegar a actos violentos y de entrar en contacto físico con sus víctimas cuando mostrarse ya no les satisfaga lo suficiente.
Más allá del exhibicionismo, la escala de variantes de las parafilias resulta bien amplia, y pueden incluso darse combinadas. Entre ellas se cuentan el fetichismo, el frotteurismo, la zoofilia erótica, el voyeurismo, la pornofilia y la pedofilia como las más comunes en nuestro país, según estudios de casos presentados en varios eventos de salud sexual en este año.
Los voyeurs o mirones son la contrapartida de los exhibicionistas. Ellos satisfacen sus deseos al contemplar cuerpos desnudos o una pareja que efectúa el coito. La complacencia de mirar no es un problema en sí, pero cuando es la única forma de sentir placer ya no es normal, y si además implica violar la intimidad de otras personas es un problema social grave, penado por la ley.
¡Cuánto goce encuentran dos enamorados al estrecharse en un abrazo, o simplemente rozar sus cuerpos en un rápido gesto! Según estudios de muchos años, este gusto natural por las caricias proviene de nuestra infancia, cuando acurrucarnos en brazos de mamá o papá nos hacía sentir seguros. Pero de ahí a manosear a una mujer extraña sin intenciones de establecer relaciones amorosas o de cualquier tipo con ella, hay un trecho muy grande.
Tal es el caso del frotteur (frotador), gran partidario de los ómnibus llenos porque le facilitan pegarse a alguien y alcanzar el orgasmo, y de los cines y zonas de poca iluminación, donde tratan de acariciar las piernas de su compañera de asiento para aliviar su tensión sexual.
Generalmente son hombres, pero existen también frotadoras, solo que por un condicionamiento cultural muy arraigado rara vez un hombre protesta si una mujer desconocida lo roza con intenciones eróticas, y difícilmente se le identifique como persona que necesita ayuda psicológica.
Por su parte los fetichistas (término proveniente del portugués que significa embrujo, idolatría, veneración excesiva) se identifican porque su erotismo no está relacionado con personas en sí, sino con objetos que les pertenecen.
Son comunes entre estas prendas la ropa interior, los zapatos, pañuelos, camisetas… Al interactuar con tales objetos la persona fetichista se masturba o alimenta fantasías a las que luego acude durante el coito con sus compañeros sexuales fijos o de ocasión.
En este tipo de acto incurren tanto hombres como mujeres. A veces se conversan tales inclinaciones con la pareja y se llega a algún acuerdo. Otros prefieren robar prendas para sumar el peligro como elemento de placer.
En las zonas rurales de cualquier país es habitual que las primeras experiencias sexuales de adolescentes varones involucren a animales domésticos.
Usualmente se habla de ello en público como cosa de broma, no se critica tanto como otros hábitos típicos de esa edad y hasta puede practicarse en grupo. En varias culturas del mundo es parte del ritual de iniciación de los hombres.
Pero una vez rebasada cierta edad el asunto no se ve con la misma naturalidad de los púberes. El practicante adulto puede ser acusado de zooerastia, zoofilia o bestialismo, categorías que corresponden a quienes utilizan animales como objeto exclusivo de su satisfacción sexual. Hay también mujeres con tales gustos.
Según la mayoría de los especialistas, el origen de estas tendencias parafílicas se asocia a trastornos de la personalidad derivados de ciertas afectaciones del sistema nervioso, en las que influyen características adversas del medio social.
En ciertas sociedades este sector de la población vive casi siempre enajenado y sus gustos se convierten en negocio de unos pocos, aunque afecten la vida de otros muchos y la salud mental de los implicados.
En Cuba estas personas pueden recibir atención de salud especializada y la mayoría evoluciona muy bien, explicó a Sexo Sentido la doctora Elvia de Dios, colaboradora del CENESEX y experta en el tema, quien ofrece consulta en el Centro Comunitario de Salud Mental de La Habana Vieja.
Según cuenta, las personas con parafilias son atendidas de inmediato en consultas multidisciplinarias cuyo principio esencial es respetar la identidad del paciente, tanto si se presenta por decisión propia como si es remitido por órganos de justicia, como medida accesoria a una sanción penal por incurrir en delitos que atenten contra la moral o la salud de otras personas.