La Habana renace del destrozo y seca sus lágrimas. No busca cosméticos para disimular las grietas. Se levanta y anda, a despejar los escombros del sufrimiento y rehacer paredes, también las de su alma. Restaña sus heridas físicas y sentimentales, y la emprende contra el infortunio que deja un tornado, con las energías misteriosas de la cubanidad: Ese enigma de retoñar siempre, ¿verdad, Fidel?
A partir de la destrucción sin misericordia, los vientos feroces del 27 de enero destaparon, una vez más, ese tesoro escondido de la entereza que nos redime ante cada golpe. Resanando las heridas entre todos, uno siente orgullo del genoma identitario de esta tierra, sin chovinismos baratos ni umbilicales arrestos.
Catástrofes como la sufrida nos unen en un haz solidario, en un solo nervio doliente. Se deja atrás el tormento y el drama individual de cada quien, para convertirnos en un único y multitudinario sanador de la ciudad. Y uno pretende desentrañar el milagro de ese poder de convocatoria que nos desatan las situaciones límite y las tragedias. Y uno sueña con que esa clave de la resolución y la acometividad eficaz, con cariño y ternura, pudiera anclarse en la vida común de todos los días, para despejar tantas asperezas.
Entre las lecciones que deja la efervescencia salvadora tras el tornado, está la urgencia de trasladar y vigorizar esa demostrada capacidad movilizativa de lo mejor de la gente, también en las rutinas asfixiantes de la cotidianidad, con tantos problemas. Misión muy difícil, porque estímulos materiales y de bienestar escasean, pero hay una zona poco explorada de la motivación y la seducción mediante la participación popular.
Sin ambages hay que decirlo: el cubano hoy sigue siendo el pueblo más solidario del mundo, no solo Malecón afuera, sino consigo mismo. Y ese sentir colectivo, que el socialismo prohijó, se ha multiplicado en emprendimientos populares en la Cuba diversa de hoy.
Junto a la gran misión estatal, gubernamental y partidista de rescate, salvamento, reparación de los daños, restitución de los servicios y protección y sustento de la población, ya hace un tiempo ante estas catástrofes fluyen de manera súbita los arrestos generosos de la ciudadanía y diversos sectores de la sociedad, tanto en las labores de escombreo y reparación de lo dañado, como en las donaciones de lo que a muchos solidarios ni les alcanza. Y, por sobre todo, el compartir el dolor, llevarles palabras de aliento, y hasta la música y la creación balsámicas, en el caso de los artistas. O la fuerza de nuestros deportistas, rompiendo récords de bondad.
Otra lección: En esta Babel de entregas sin precio alguno, habría que situar en la vanguardia a los estudiantes y el resto de la juventud. Fueron, y son, constantes y excedidos en compartir el sufrimiento. Pala a pala, en una cadena de desobstrucción de escombros y tristezas, nuestros muchachos obran de corazón, un corazón herido, sin necesidad de que los convoquen, ni formales listas de asistencia. El amor y el deber no se administran ni se fiscalizan. Habrá que estudiar las claves de esa motivación juvenil y sondear cuánta necesidad de darse hay en ellos que no siempre encuentra cauces ni estímulos en el marasmo de las abulias.
La creciente iniciativa de cada quien, como nunca antes, puede imbricar perfectamente con las misiones del Estado, el Gobierno y las instituciones. Al margen de ciertas escaramuzas de incomprensión y desencuentros entre las voluntades regeneradoras, este súbito tornado nos alertó a buscar organizadamente la sinergia para la ayuda, entre el funcionario y la personalidad apasionada y sensible que irrumpe. Entre la institución y la iniciativa ciudadana.
Hubo intentos desde el exterior y con algunas resonancias a lo interno, de desacreditar el rol del Estado, el principal garante y organizador de la reconstrucción material y de vidas de los damnificados, y presentarlo como un inquisidor de la iniciativa ciudadana. Pero al final, el amor y la grandeza unen.
En el bazar de este mundo-mercado, en el cual el poder del Estado se debilita cada vez más y pierde las riendas, Cuba en contraste, defiende el sentido protector de la institucionalidad y debe elevar mucho más el papel del ciudadano. Eso se está demostrando desde aquella aciaga noche del 27 de enero, hasta en las actuales labores de reconstrucción. Y con las experiencias vividas tras el tornado, de integración y cooperación institucionales gubernamentales y populares —condición única del socialismo de aunar voluntades y planificar y controlar— habrá que estudiar por qué en el diario a diario del país se resienten tanto, y, sin embargo, fructifican con fuerza en las situaciones límite.
Al final, volverán la calma y la paz. La Habana se recuperará de los estragos de un tornado sin nombre que no podremos olvidar por el magma de virtudes y valores que derramó sobre la conciencia de la nación. Son lecciones para estudiar a fondo, y contrastarlas con nuestras desordenadas tramas cotidianas.