La obra de Belkis Ayón nos contempla desde las salas del tercer piso del Convento de San Francisco de Asís, lugar elegido para mostrar la primera exposición antológica de la artista, fallecida repentinamente hace una década Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
Con ojos que no dan tregua, la obra de Belkis Ayón nos contempla desde las salas del tercer piso del Convento de San Francisco de Asís, lugar elegido para mostrar la primera exposición antológica de la artista, fallecida repentinamente hace una década. Imposible permanecer inerte ante una propuesta de esa magnitud. No solo por la calidad de las piezas que la conforman (83 en total) sino también por la maestría con que la joven creadora logró atrapar emociones, mediante las más variadas técnicas del grabado, y transmitirlas al público.
Intimida su espacio tan envolvente. Su viaje del color al blanco y negro, del sonoro cromatismo de su primera cena a ambientes oscuros y sofocantes… Poblada de signos enigmáticos y graves, Nkame, título de la muestra (y de un libro homónimo en proceso de edición), da fe de la profunda espiritualidad que caracterizó a Belkis, quien apenas en diez años de trabajo logró formar parte de los imprescindibles en la historia del grabado contemporáneo.
Nkame, que en la lengua de los abakuá es sinónimo de elogio y salutación, invita a recorrer la trayectoria creativa de Belkis desde 1984, durante sus estudios en la Academia San Alejandro, hasta la última serie, realizada entre 1998 y 1999 y exhibida en una exposición personal en Los Ángeles, California, titulada Desasosiego.
Conmueven la frescura de la primera etapa, la pasión con que la artista se sumergió en el estudio de una creencia que a pesar de no ser suya le cautivó profundamente; la solidez con que fue construyendo su discurso y, finalmente, el tránsito de formatos monumentales a espacios reducidos.
Belkis Ayón volcó su mundo interior sobre el grabado y creó una iconografía impresionante. Interpretó el mito religioso desde su posición de artista e investigó con respeto sobre el tema hasta donde le fue permitido.
A infinitas lecturas se presta el legado plástico de Belkis, el cual enfatiza la historia de la Sociedad Secreta Abakuá, que llegó a la Isla desde Nigeria, e incorpora personajes de las leyendas de esa religión para discursar sobre variados conflictos.
«A pesar de que mi obra trata de un tema tan específico como las creencias, ritos y mitos de la Sociedad Secreta Abakuá, no significa que sea dedicada únicamente a este sector de la población que profesa y practica esta fe. Me interesa sobre todo el cuestionamiento de lo humano, ese sentimiento fugaz, lo espiritual. Por ello puede ser apreciada por el público universal, aunque es muy difícil escapar de la impresión, de las formas de la imagen, a primera vista», dejó escrito Belkis Ayón en sus manuscritos.
Sobresale la gestualidad de los rostros en figuras tatuadas, mudas, sin bocas, mirándonos con fijeza, y la presencia de atributos religiosos y del paisaje, como palmas, ceibas, ríos, la serpiente, el pez sagrado… Todo ello en medio de una composición equilibrada, donde los blancos, negros y grises, y el uso de la técnica, transmiten un mensaje original, que le permitió a la artista ascender rápidamente a los circuitos más exigentes del arte en la década de los 90.
Diez años después de su muerte, el Estate Belkis Ayón, encargado de la conservación y promoción de la obra de la artista, montó esta exposición. Nkame «no es un homenaje a quien no está, sino el estudio de una obra vigente para que crezca», afirmaron sus organizadores.
Vale destacar la rigurosa selección realizada por Cristina Vives, la curadora; Katia Ayón, directora del Estate Belkis Ayón; y José Veigas, investigador de arte. Ellos hicieron posible una muestra de esta magnitud, la mayor que de la artista (La Habana, 1967-1999) se ha presentado en Cuba.
La muestra posibilita igualmente apreciar por primera vez la obra La Cena en su versión color de 1988 (colografía, 138 x 300 centímetros, perteneciente al Museo Nacional de Bellas Artes), junto a la de blanco y negro, de 1991, y a la matriz original de la obra.
El criterio curatorial ha sido ver a Belkis no como una artista religiosa, sino como una creadora postmoderna que citó y desarrolló un tema mientras habla de lo que es común a los seres humanos, expresó Cristina Vives.
Belkis Ayón rescató el grabado en medio de las difíciles condiciones económicas de la década de los 90 en Cuba y lo recolocó en los circuitos internacionales del arte. Sus piezas forman parte de 14 colecciones de museos y centros culturales.
Cuentan quienes la conocieron que era alegre, optimista y estaba llena de proyectos. La encontraron muerta en su casa, con solo 32 años de edad. Habrá que seguir estudiando la obra de esta maestra para entender qué la llevó a partir de este mundo sin tiempo para despedidas.