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La calle bañada en flor (II y final)

En una tarde nublada se despidieron a las víctimas del sabotaje al barco francés La Coubre. Ante sus cadáveres, Fidel pronunció por primera vez la consigna de Patria o Muerte, la misma que ha acompañado al país en sus momentos más difíciles 

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

El barco quedó escorado a babor, partido a la mitad, con todas sus entrañas metálicas al aire, y con la proa casi encaramada sobre un almacén que se adentraba sobre la bahía en forma de espigón. La explosión de 75 toneladas de municiones y granadas desbarató las dos últimas bodegas de la popa, partió el mástil en varios pedazos y dejó solo la parte superior de la cuarta bodega en el aire, con sus andamios retorcidos con restos humanos colgando. En la antigua Clínica del Estudiante el embajador de Francia en Cuba, señor Du Gardier, se dirigió al pabellón donde se encontraba el capitán del mercante, George Dalmas. De pelo escaso, asombrado y adolorido por las fracturas en la pierna izquierda y la cara, Dalmas contó que se encontraba en uno de los camarotes cuando una puerta de hierro saltó por el aire y lo golpeó de lleno en  el rostro. «No me explico cómo pudo ocurrir la explosión —dijo con el rostro vendado y la mandíbula manchada de sangre—. No me lo explico».

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«El barco no explotó solo —afirma Maxime Ivol, el radiotelegrafista de La Coubre—. Eso es seguro. Lo hicieron explotar». «Yo me inclino a pensar —dice el general retirado Fabián Escalante Font, del Ministerio del Interior— que la carga explosiva fue puesta horas antes de la entrada del barco a La Habana. Imagínese lo que duraba un viaje en barco en esa época. ¿Quién iba a dormir pensando lo que podía pasar si por algún movimiento de la marea..., el mar.… por una tormenta, por algo, se movía el barco y la carga explotaba?».

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¿Quién voló La Coubre? El caso es que nadie lo sabe aún. La idea del accidente quedó descartada cuando varias cajas de granadas transportadas por el barco fueron montadas en avión y lanzadas de 400 a 600 pies de altura. Las cajas se destruyeron, incluso algunas se enterraron en tierra al caer; pero ninguna granada explotó. Las investigaciones apuntan a varias direcciones. El investigador José Luis Méndez señala la presencia de un periodista norteamericano, Donald Lee Chapman, uno de los dos pasajeros solitarios del barco, quien sacó pasaje en el vapor y se bajó en el puerto de Miami. Hernando Calvo Ospina sugiere una colaboración entre los servicios de inteligencia de Francia y Estados Unidos. En su investigación para el documental El enigma de La Coubre, Ospina accedió a la documentación de la Compagnie Génerale Trasatlántique, propietaria del barco. Por cerca de 60 años la firma mantuvo ocultos los datos de los expertos sobre la voladura y que eran necesarios para el pleito con las compañías aseguradoras. La Seguridad francesa, en cambio, no ha abierto sus archivos. La CIA tampoco.

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El cortejo con los 101 muertos avanzó hacia la calle 23 en carros fúnebres cubiertos de flores. Debió hacer un silencio sepulcral desde que sacaron los ataúdes, en medio de una muchedumbre, en la que apenas se podía caminar, hasta la intersección con la calle 12 a las puertas del Cementerio de Colón. Había madres que se tapaban el rostro. Muchachas que recostaban el rostro a un hombro cercano. Las familias andaban con la cabeza agachada. Las familias no ocultaban las lágrimas. Nadie podía hacerlo.

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«La tarde era un poco metida en agua, como aquel que dice: un poco gris —cuenta el fotógrafo Alberto Díaz (Korda), al recordar cómo tomó la mítica foto del Che, una imagen que habla por sí sola del momento—. Yo voy paneando mi cámara lentamente... Esa cosa que hay en el rostro de él, que es lo que se ve en la foto. Me impresiona tanto que, te digo... Lo que a mí nunca se me olvida es que instintivamente hice como una cosa así, hacia atrás... Me asusté, te puedo decir, un poco. Y, a la misma vez de asustarme, apreté el obturador».

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«Había rabia —recuerda Adelaida Bécquer Céspedes, trabajadora de la Oficina de Asuntos Históricos—. A nosotros nos convocaron para la calle 23 y 12 porque ahí hablaría Fidel. Y aunque no dijeran nada, nosotras íbamos a ir. La calle estaba repleta. No cabía más nadie. Todo el mundo lloraba como si se hubiera muerto un familiar muy cercano. Recuerdo que a mi lado había una muchacha muy bonita, con una sombrilla y con esta daba golpes en el suelo a medida que Fidel hablaba. Al final, la sombrilla estaba destrozada».

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«Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión —dijo Fidel—, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería patria o muerte».

«Y así, al despedir a los caídos de hoy, a esos soldados y a esos obreros, no tengo otra idea, para decirles adiós, sino la idea que simboliza esta lucha y simboliza lo que es hoy nuestro pueblo: ¡Descansen juntos en paz! Juntos obreros y soldados, juntos en sus tumbas, como juntos lucharon, como juntos murieron y como juntos estamos dispuestos a morir. 

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Los carros avanzaron lentamente. Alrededor avanzaban familiares y amigos. En las aceras las personas formaban un cordón apretado, que se extendía por toda la calle 12 hasta el cementerio. A la entrada, otra fila de personas, alineadas en silencio, señalaban el camino que debía seguir el cortejo. Quizá, en ese momento, solo se escuchaba el tono bajo del motor de los autos. A lo mejor se oía algún llanto o un sollozo. Es posible que alguien apretara la boca y bajara el rostro al recordar los cuerpos de un amigo sacado de los amasijos de hierros en el puerto. Mientras los carros avanzaban, unas personas lanzaban flores a su paso. Lo hicieron por varias cuadras, sin parar, hasta que los autos pasaron inmutables delante de ellos y se perdieron entre las tumbas por una calle bañada en flor. 

 

Al paso de los carros fúnebres, un silencio sepulcral, en medio de una multitud donde las madres se tapaban el rostro ante la fuerza del llanto.Foto: Archivo de JR. 

 

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