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«Superhéroes» del MS Braemar

En la operación de atraque del crucero británico, y en el desembarque y traslado de los pasajeros que venían en él, participaron especialistas cubanos con gran experiencia en las tres modalidades del transporte: marítima, automotor y aérea. Juventud Rebelde les propone conocer las experiencias del práctico que subió a bordo, y del patrón y el maquinista de la lancha que lo trasladó

 

Autores:

Yuniel Labacena Romero
Liudmila Peña Herrera

LA inglesa Anthea Guthrie está de vuelta a su hogar. El peligro inminente ha pasado. Pero el agradecimiento y el cariño por la gente desconocida que les ayudaron a regresar a su país —a ella y a otros 681 turistas más—, luego de largas jornadas de incertidumbre a bordo del crucero británico MS Braemar, han quedado sembrados en su pecho.

Mientras ella agradece, a través de sus redes sociales, la decisión de Cuba de permitir el atraque del crucero de la línea Fred Olsen en el puerto del Mariel, en el país se mantienen bajo estricta vigilancia epidemiológica todos los que participaron en la operación.

El aislamiento

A 198,5 kilómetros aproximadamente del Mariel, lejos de sus hogares, aislados de sus familiares, pero al cuidado del personal médico del  centro hospitalario Mariscal Antonio José de Sucre, en Jagüey Grande, provincia de Matanzas, los tres trabajadores de la Unidad Empresarial de Base Prácticos de Occidente, perteneciente a la Empresa Prácticos de Puertos de la República de Cuba, se encuentran bien.

Tendrán que permanecer allí un mínimo de 14 días bajo vigilancia epidemiológica, para detectar a tiempo cualquier síntoma de enfermedad respiratoria. Son los gajes del oficio, y de la valentía.

El maquinista de la lancha de prácticos, Denis Efrén Echevarría Martínez, de 35 años de edad, rememora cómo se procedió, luego de culminada la operación, con el fin de protegerles la salud y evitar posibles contagios:

«Nos trasladaron a un área donde nos quitaron la ropa protectora y, rápidamente, montamos en la guagua que nos trajo hasta aquí. Al llegar, nos explicaron las medidas que se ponen en práctica en este tipo de centro, donde nos vigilan cualquier síntoma relacionado con la enfermedad».

Sus teléfonos no paran de sonar. Familiares, colegas, amigos… se interesan por su salud, tanto como el personal especializado que los atiende.

«Me siento bien», asegura el práctico Mario Martínez Lahera, de 57 años de edad, el único de los cubanos que subió a bordo del crucero, y añade: «Aquí hay buenas condiciones de estancia, de alimentación y atención médica, con chequeos periódicos de parámetros como presión arterial y temperatura, tres veces al día».

A su lado, el patrón de la lancha, Alean Torres Pacheco, de 21 años de edad, lo corrobora: «Nos atienden muy bien. Las enfermeras están, como decimos en buen cubano, “arriba de uno”, preguntando todo sobre nuestro estado de salud».

La misión

Mario Martínez Lahera, con 31 años de experiencia como práctico, no conocía a fondo la misión desde el principio. Le preguntaron si estaba dispuesto, si se sentía capaz, y él dijo que sí, que estaba preparado física, sicológica y profesionalmente.

«Al principio nos escogieron a otro compañero —Luis Alberto Guerra Valdés, con similar experiencia— y a mí, y nos dijeron que era una misión muy compleja. Luego nos explicaron todos los detalles del barco y los enfermos que traía a bordo», asegura quien es, además de práctico, capitán de la marina mercante.

La misión de realizar la maniobra de entrada y de salida al puerto del Mariel del MS Braemar no era demasiado diferente a las que ya había realizado durante sus 28 años de labor en el puerto de La Habana. Lo difícil estaba en los cuidados para no contagiarse.

«Debía permanecer a bordo del buque aproximadamente 18 horas, aunque el tiempo se extendió hasta 20 horas porque el traslado de los enfermos debía hacerse con más cuidado, tanto en el puerto como en el aeropuerto», recuerda.

Para Alean Torres Pacheco, el patrón de la embarcación cubana que llevaría al práctico hasta el buque, la misión lo tomó por sorpresa: «Cuando me dijeron que había sido seleccionado, me sentí un poco extraño, y hasta se me hizo tremendo nudo en la garganta. Imagínense, llevo solo un año de experiencia trabajando en el puerto.

«Apenas podía hablar. Pero al comprender que tenían confianza en mí, no titubeé en decir que sí. Por supuesto, nos explicaron qué medidas de seguridad debíamos cumplir, nos dieron un chaleco, nasobucos, una bata, cloro para desinfectar las superficies… Con toda la información en nuestro poder, nos fuimos a nuestras casas».

Cuenta Denis Efrén Echevarría que cuando se lo comunicaron sintió mucha tensión, pensó en los riesgos, en su familia. Después se relajó un poco. «En nuestras escuelas nos educan en los valores de la solidaridad, el compañerismo, la entrega, y qué mejor momento para ponerlos en práctica que con esta ayuda.

«Claro, solo comenté sobre la misión que iba cumplir con la familia, con mi esposa… Fue todo muy discreto para que la gente del barrio y los compañeros de trabajo no se alarmaran, ni sintieran pánico en vano», asegura.

La operación

 La decisión cubana de permitir la entrada al crucero no extrañó a los cubanos, que tienen una larga tradición de colaboración médica y humanista. Todo marchó como un mecanismo de relojería. Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate

 

Eran alrededor de las cuatro de la madrugada del 18 de marzo cuando llegaron a buscarlos para trasladarlos hasta el puerto del Mariel. Había sido una noche corta, de mucha expectación, pero los tres estaban listos. Muy frescos en la memoria de Alean están los detalles de los preparativos de esa madrugada:

«En una pequeña sala del puerto, los especialistas nos explicaron cómo usar el traje y el resto del vestuario que llevaríamos. Ellos nos vistieron. Nosotros no podíamos tocarnos las manos, los ojos, ni romper los trajes que nos pusieron.

«Cuando llegó el momento de abordar la lancha para llevar al práctico hasta donde se iba a realizar la maniobra, todo lo íbamos haciendo con mucha calma, con mente positiva, hasta llegar hasta el crucero. Después que el práctico subió, nos retiramos para esperar a que él nos llamara para ir a buscarlo».

La responsabilidad de Denis como maquinista no era menor: debía garantizar el buen funcionamiento de los motores de la lancha, evitar que le entrara agua, lograr que se mantuviesen en forma su temperatura y las vibraciones, que no existieran ruidos para que el patrón se pudiera concentrar. La relación entre los tres compañeros durante la misión, Denis la resume así:

«Práctico, patrón y maquinista somos esenciales: todos dependemos de todos, y el éxito de uno es el del otro. Nosotros somos los garantes de la seguridad de la embarcación en el trayecto comprendido entre la intersección del barco en altamar, hasta que el práctico realice la maniobra de atraque en el muelle asignado.  Así sucedió con el crucero británico.

«Con el práctico nos comunicamos por el radio portátil, una vez que ya estaba en el crucero. Él nos iba explicando cómo se iban haciendo las cosas. En nuestra embarcación teníamos todo lo necesario a bordo (alimentación, medios para la higiene…), pues no sabíamos cuánto se iba a demorar la operación. En todo momento pensé mucho en el cuidado que tenía que tener, en mi hija de dos años. No lo voy a negar: me sentía un poco nervioso, con tensión; pero ver a tanta gente agradecida diciéndonos adiós, me hizo sentir más tranquilo».

Mientras navegaban rumbo al MS Braemar, cada cual iba sumido en sus propios sentimientos y pensamientos, atentos, además, a cada detalle. Mario Martínez, el más experimentado de los tres, no daba señales de preocupación, su rostro permanecía inalterable. Al menos, eso fue lo que percibió Alean durante la travesía:

«Sabíamos que el práctico estaba seguro de lo que iba a realizar, se le veía en su rostro. Eso nos daba confianza, porque uno piensa en muchas cosas cuando está cumpliendo una misión como esta: mejor ni cuento las mías», confiesa.

Ciertamente, Mayito, como le dicen al práctico sus compañeros, se sentía tranquilo. De hecho, cree que la vida lo había preparado para ese momento y «estaba confiado por todas las medidas de seguridad que se habían tomado por parte del Gobierno, y porque los médicos del puerto del Mariel pusieron todo cuidado para colocarme el traje, enseñarme a cambiármelo dentro del buque —porque llevaba otros cuatro trajes del máximo nivel—, me recalcaron todas las medidas que debía adoptar ya a bordo. Por todo eso, estaba seguro de que mi vida estaría garantizada».

La confirmación de que había sido a él a quien habían escogido para la misión, se la habían dado apenas el día anterior. Para él era suficiente. Luego de la travesía junto a Denis y Alean, alrededor de las 6:00 de la mañana, Mayito llegó junto al crucero, ascendió por el elevador hasta cubierta, donde ya lo esperaba el capitán de la nave, para darle la bienvenida a bordo, según los protocolos de navegación, pero sin extenderle la mano, primera señal de la protección que también recibiría el práctico por parte de la dirección de la naviera.

«Luego del saludo, lo primero que hizo el capitán fue agradecer el gesto de Cuba y luego me dijo algo así como: “adelante, el buque es suyo”. Entonces comenzamos las maniobras, teniendo en cuenta todos los detalles técnicos para el atraque seguro del buque al puerto», cuenta Mayito, quien, además de ocuparse de guiar al crucero, sirvió de enlace entre el capitán y las autoridades portuarias cubanas para todas las operaciones que se realizaron a bordo del buque, incluyendo el desembarque de los pasajeros y su traslado al aeropuerto.

Durante las 20 horas que permaneció en el navío, donde los pasajeros que no tenían síntomas de enfermedad se relacionaban entre ellos normalmente, el práctico fue testigo de las medidas higiénicas que se tomaban para evitar que se propagara la COVID-19. «Cada media hora pasaba un tripulante desinfectando todos los pasamanos y las superficies. Creo que la naviera también tomó todas las precauciones para que no me contagiara», dice.

La familia

Alean es hijo único, vive con su madre y sus abuelos. Solo a ellos les comentó sobre la misión y recuerda cómo, al principio, no sabía cómo decírselos: «Cuando les conté, hubo un momento de silencio, los vi incómodos, pero después me dieron mucho apoyo».

En cambio, Denis ya es padre de familia y asegura que en esta misión su esposa fue un puntal muy fuerte desde el inicio. Aunque un poco inquieta, le brindó su apoyo instantáneamente y le decía que «todo saldría bien, que cumpliera con las medidas que me habían explicado. Ahora conversa con nuestra pequeñita y le dice por qué papá no está».

Mayito, por su parte, no le dijo nada a su familia para no alarmarlos, hasta que fue inevitable contarles. Recuerda el práctico que «su primera reacción fue de susto, pero yo les dije que estaba dispuesto y decidido, y tuvieron que confiar en que mi decisión era la correcta».

La solidaridad vs el riesgo

Ante el temor lógico que cada uno de estos tres cubanos pudieron haber sentido por el peligro de una enfermedad que hoy cobra miles de vidas diariamente en todo el planeta, y el propio riesgo que podrían enfrentar si algo no salía como estaba previsto, las imágenes de agradecimiento de los pasajeros del buque MS Braemar que recorrieron el mundo —y su propio estado de salud— son la mejor recompensa.

«Esta operación fue una cosa muy linda, aun en medio del riesgo que significaba, porque escuchar cómo las personas aplaudían, gritaban desde el crucero saludos y frases de agradecimiento hacia Cuba, nos dio aliento y fuerzas para cumplirla.

Aunque muchos fuera de nuestro país lo han criticado, todo lo hecho estuvo bien, porque demostramos, una vez más, de qué lado está el deber, la solidaridad que aprendimos de Fidel. Salvar vidas debe ser un gesto que acompañe siempre a los cubanos», asevera Alean.

Algo similar le ocurrió a Denis, quien se sintió estimulado con la responsabilidad que le asignaron, porque «ante una operación como esta tienes que alejarte del miedo y usar toda tu fortaleza porque no puedes quedar mal».

Pero sin dudas, quien se expuso al riesgo mayor fue Mayito, quien se sintió tan protegido que, cuando se le pregunta, todo lo que destaca es la satisfacción: «Fui testigo de mucho júbilo, alegría, agradecimiento.

«Se me erizaba la piel al verlos sin saber cómo agradecer, a través de mí, al Gobierno cubano, por lo que estábamos haciendo por ellos. El cartel y la bandera que se ven en la cubierta del barco fueron parte de un acto de homenaje que me hicieron para reconocer la gran ayuda de Cuba. Pero, por supuesto, no hubo abrazos».

Tres mensajes para Cuba 

Para estos tres «superhéroes» cubanos que estuvieron de cara al peligro con tal de salvar más de mil vidas —entre pasajeros y tripulantes—, lo prioritario es prevenir el contagio entre la población cubana. Por eso, aun en medio de su descanso, envían tres mensajes para toda Cuba:

 MENSAJE 1: «A la población y a las familias recomiendo mucha prudencia, serenidad, confianza...; que salgan de las casas solo lo necesario, que eviten las aglomeraciones, que el lavado de manos sea una práctica para ahora y para siempre, pues ello evita otras enfermedades y que, ante cualquier síntoma, acudan rápido a su médico de familia, que nadie baje la guardia. Mucha gente cree que esto es una enfermedad más, un catarro más, pero no lo es. Las cifras de países infectados, las muertes… todo es alarmante» (Denis Efrén, maquinista).

MENSAJE 2: «Les recomiendo que cumplan las medidas que se han establecido, que confíen en las indicaciones y las decisiones que ha tomado la dirección del país, que participen de la pesquisa activa que se realiza en la actualidad, que se aíslen cuando se sientan sospechosos y acudan al médico, que piensen en su familia, en el pueblo que puede contagiarse». (Alean, patrón)

 MENSAJE 3: «Por favor, tomen todas las medidas posibles y hasta las que parecieran estar de más. Les pongo mi propio ejemplo dentro del crucero: a veces me sentí inmovilizado porque me picaba la nariz o quería rascarme un ojo, pero sabía que no debía tocármelos. Estuve en una situación bien riesgosa y asumí que yo mismo me tenía que proteger, que nadie tenía que velar por mi salud más que yo, y que toda medida que tomara era poca». (Mario, práctico)

 

 

 

 

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