La payasita Mantequilla, y a su derecha, el hada madrina Yuleidy Batista Corso, también payasa terapéutica. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 16/07/2019 | 07:25 pm
De pequeña nunca me estremecí de miedo ante un payaso. Quizá, porque no les temía a sus zapatos grandes, pelucas de colores chillones, y su nariz roja. Tampoco me llamaban mucho la atención. Simplemente los veía como personas obligadas a reír todo el tiempo y a las que les ocurrían situaciones inusuales. A veces me cuestionaba el porqué de su sonrisa, pues no me parecía divertido vivir con patadas en el trasero y pasteles en la cara.
Reina de la Paz Campo Falcón es uno de esos pintorescos personajes que no entendía, pero después de atravesar la puerta del Hospital Pediátrico Cardiovascular William Soler, donde se produjo nuestro encuentro, veo en los payasos más que buenos actores.
Mi entrevistada busca sonrisas donde resulta difícil encontrarlas, es payasa terapéutica. En una habitación abarrotada de juguetes, títeres, dibujos y libros infantiles tuve el placer de conocer parte de su vida.
Llegué antes que ella y, mientras esperaba, varias personas tocaron a la puerta deseosos de saludarla, incluido Richard, un muchacho de 22 años de edad que estuvo ingresado en el hospital hace mucho tiempo. La entrada de Reina no pasó inadvertida. Entre risas abrazó al joven, me miró con ojos muy abiertos y saludó.
Durante la entrevista se transformó en Mantequilla, personaje que interpreta hace más de dos décadas. «¡Qué rápido pasa el tiempo, tú ni siquiera habías nacido!», dice con cara de quien no cree las cosas.
Mientras se coloca unas largas medias blancas y azules, y un vestido color rosa con pequeños detalles bordados, cuenta que se inició en el mundo del circo en pleno período especial, cuando los compañeros de aula de su hijo Dayron necesitaban un payaso para una actividad pioneril. Entonces ella se dio cuenta de que esa sería su pasión.
En el 2do. Taller de Payasos Terapéuticos, Reina se formó como rehabilitadora. Comenzó a ejercer en los centros médicos en un momento complicado de su vida personal, pero al llegar a esos lugares se daba cuenta de que sus problemas no eran nada comparado con lo vivido por los niños.
Hablábamos y a la vez pintaba su cara de manera sencilla, pues reconoce que su vestuario debe ser lo más simple posible. Aunque le costó trabajo olvidarse de los trajes despampanantes del espectáculo, para ella es más importante la conexión y la amistad que logra establecer con los pacientes.
Sentada frente al espejo se alisa el pelo encanecido que le cae sobre los hombros. Coloca en su cabeza un gorro verde con un gran girasol y comenta: «Es una tarea difícil. Sin embargo, debemos olvidar lo triste y pensar en la evolución de los pequeños».
La mayor aspiración de Mantequilla es unir a estos terapeutas en una sola asociación o grupo, y que se rijan por una misma metodología, formación y guía de trabajo. Otro de sus sueños es profesionalizar a este tipo de payasos. Es una labor que necesita estudio, preparación emocional, sicológica y espiritual. Considera que todo no se aprende en un día y que ser payaso terapéutico no es ir al hospital y hacer dos o tres gracias, ni tampoco regalar un juguetico. Para ella es fundamental estar limpios de toda maldad y ser capaces de entregar amor a cambio de nada.
¿De qué se ocupa Reina cuando no está regalando sonrisas?, pregunto a esta humilde mujer. Entonces me cuenta que hace manualidades para sorprender a los niños con juguetes nuevos. Ama llegar a «su pequeña casa de cultura» —se refiere a su hogar—, porque donde vive casi todos son artistas, incluidos sus dos perros y el gato Rogelio.
Al indagar sobre cómo prefiere que la llamen, Reina o Mantequilla, recorre el cuarto con la vista y sentencia: «Todo el tiempo soy Reina y Mantequilla, no las puedo separar. Todo lo que hago tiene de una y de otra. Cuando camino, Reina da un paso y Mantequilla da el otro».