Fidel, carboncillo de Jorge Luis Avilés Guadamuz - agosto 13 de 2011. Autor: Jorge Luis Avilés Guadamuz Publicado: 21/09/2017 | 06:44 pm
Sin duda, la Revolución Cubana que triunfa en 1959 encabezada por el líder Fidel Castro fue un parteaguas en la historia de Cuba y también de América Latina. De ahí en adelante esta sería una herejía no solo frente al imperialismo estadounidense, sino ante las propias prácticas socialistas del siglo XX y, en algunos terrenos, hasta para la propia Unión Soviética.
Fidel se rebeló contra todos los pesimismos, derrotismos, prejuicios y dogmas de la época. Hizo la Revolución alejándose de lo que planteaban los manuales marxistas en relación con que el cambio revolucionario solo era posible cuando se produjera una ruptura en la correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, es decir, cuando las condiciones objetivas estuvieran creadas. Siguiendo esa lógica, ¿cuánto más hubieran tenido que sufrir los cubanos y las cubanas, en espera de una revolución?
Fidel fue el más marxista entre todos los marxistas de su tiempo, al asumir el marxismo como un método, no como una doctrina, e interpretar correctamente las condiciones de Cuba y las vías adecuadas para hacer una revolución verdadera. No es que obviara las condiciones objetivas, todo lo contrario; pero entendió que el factor subjetivo es fundamental para producir el cambio revolucionario y crear nuevas realidades, las que no cambian por sí solas, sino a través de la praxis revolucionaria, consciente y organizada.
A pesar de determinadas «verdades establecidas», como aquella que planteaba que se podía hacer una revolución con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, Fidel dirigió una Revolución contra un ejército poderoso y moderno, que contaba con el apoyo de Estados Unidos.
Asimismo, ciertos teóricos del marxismo planteaban que solo el partido comunista podía hacer la revolución social, pero en el caso de Cuba fue a la inversa: la revolución social hizo al partido.
Otros señalaban que un hombre de extracción acomodada como Fidel no podía ponerse al frente y defender una revolución verdaderamente radical. Fidel barrió con todos esos prejuicios y esquemas de pensamiento. Demostró una vez más en la historia, que el hombre no es la clase, e incluso, puede llegar a enfrentar su propia clase al cuestionarse la realidad que lo circunda y asumir una conducta en correspondencia con ideales revolucionarios.
Pocos creían que a 90 millas de Estados Unidos, en su tradicional esfera de influencia y en un país donde el anticomunismo había sido inoculado hasta el cansancio, en especial a partir del comienzo de la Guerra Fría, fuera posible el socialismo. Sin embargo, la Revolución Cubana, bajo la guía de Fidel, barrió también con todas las teorías geopolíticas del momento y solo tardó dos años y unos meses en declararse su carácter socialista.
Fue significativa también la herejía de la Revolución Cubana en el campo cultural. Desde las históricas Palabras a los intelectuales de Fidel, el 30 de junio de 1961, quedó claro que el realismo socialista no dominaría el ambiente y las condiciones creativas en la cultura cubana. Fidel dedica una buena parte de sus Palabras... a despejar cualquier duda en ese sentido: «Permítanme decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad; que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de algunos es que la Revolución va asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser».
Más avanzada la intervención expresa: «La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo».
Hubo quien pensó que el proceso revolucionario cubano tendría una corta vida, pues era imposible resistir por mucho tiempo el embate de la agresividad de los distintos gobiernos de Estados Unidos. Sin embargo, ya es una realidad histórica que la Revolución Cubana ha sobrevivido a 11 administraciones estadounidenses y sus más disímiles e impensadas variantes de política, dirigidas todas sin excepción a destruir el proceso revolucionario.
También pocos imaginaban que una isla tan pequeña en extensión, tuviera una política exterior tan influyente en el mundo —casi como la de una superpotencia— y, al mismo tiempo, totalmente independiente de los grandes poderes de la Guerra Fría. Y así fue durante décadas bajo la sabia conducción del Comandante en Jefe.
En determinados momentos, incluso, como ha demostrado en sus brillantes libros el investigador Piero Gleijeses, Cuba no solo desafió a Estados Unidos, sino también a la propia URSS. Así fue durante toda la década del 60 con el apoyo que dio Cuba a los movimientos de liberación en América Latina y cuando decidió sin consultar a Moscú, enviar tropas militares a Angola en 1975 para repeler la invasión de Sudáfrica y Zaire, dos países que contaban con el apoyo del Gobierno de Estados Unidos. Cuba no fue jamás satélite de nadie.
Al producirse la caída del campo socialista, los agoreros del sistema imperial pensaban que Cuba no resistiría, que sus minutos estaban contados. La Revolución no solo resistió, sino que en estos últimos más de 20 años ha logrado avances insospechados en el orden económico, social, científico y cultural. Eso ha sido una herejía no solo del liderazgo de la Revolución, sino de todo el pueblo cubano.
Pero habrá algo que parecía más imposible y también fue posible, como los anuncios del 17 de diciembre del 2014 y, con ello, el regreso de Ramón, Antonio y Gerardo. Se demostró una vez más en la historia de Cuba, como tanto ha advertido Fidel, que «no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
La herejía de resistir y luchar durante más de 50 años sin hacer la más mínima concesión de principios, terminó doblegando a la potencia más poderosa de la historia que, aunque no ha cambiado en su objetivo de derrocar la Revolución, se vio obligada a reconocer el fracaso de una política de corte agresivo que no dio el resultado esperado.
La Revolución Cubana, con todas sus conquistas sociales e ideales revolucionarios, continúa siendo hoy una herejía en un mundo donde lo que impone el sistema capitalista imperial es el egoísmo, el individualismo, la explotación, la discriminación, la violencia, la guerra, el consumismo, la enajenación, la pobreza y la desigualdad extrema.
A pesar de la triste noticia de su partida física, Fidel seguirá siendo el mayor hereje que ha enfrentado el imperialismo en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Esa herejía se hace inmortal, pues los revolucionarios del mundo, en especial los cubanos, llevamos con nosotros su espíritu y sus ideas. Nuestro mejor homenaje será seguir su senda hasta las últimas consecuencias. Gracias Fidel, una vez más. Seguirás dando batallas y obteniendo victorias en este mundo. ¡Hasta la victoria siempre!