Desde Freud sabemos que la sexualidad se va desarrollando junto con la subjetividad. Tiene que ver con el placer que se puede experimentar en el cuerpo a partir de los lazos construidos con otro.
Hay muchas maneras de aprender a disfrutar con nosotros y los demás desde la infancia más temprana, y esa experiencia va conformando nuestra relación con el placer, el propio y el de los demás. Desde ese referente se elige la pareja, se configura un modo de hacer y disfrutar en la intimidad.
Formamos en sexualidad desde la acogida al futuro bebé. Luego, desde muy pequeños, formulan preguntas y desarrollan teorías propias a partir de lo que logran entender en torno a lo sexual: enigmas a los que necesitan responder, desde cómo nacen los niños hasta qué hacen los adultos, o qué significa ser hombre o mujer.
Es responsabilidad de la familia aprovechar el diálogo para interesarse por esas hipótesis y explorar esa imaginación. Más allá de lo biologicista, debe entenderse lo que motiva a reflexión y responder sus posibilidades de comprensión.
La pregunta sobre la concepción lleva detrás la necesidad de saber «de dónde nací yo»: qué lugar ocupaba en el deseo de mis padres, cómo surgió la posibilidad de mi existencia en este momento y familia, por qué me acogen.
También es importante guiarles en sus juegos con sus cuerpos o el de otros infantes. No hay que alarmarse ni ver esto como un comportamiento adelantado, ni tampoco consentirlo sin explicación. Se puede aprovechar para enseñarles el cuidado de su salud genital y el valor de lo que se hace en público y privado, quién puede acceder a su cuerpo y para qué.
Tu hijo es todo un universo. Antes de pautar acciones o imponer una identidad, escúchalo. Transmitir valores también implica aceptar el consentimiento inconsciente de quien los recibe. Dale tiempo para que atraviese todos los procesos hasta la conformación de su subjetividad, sin etiquetas ni metas forzadas, ni en la sexualidad, ni en otros parámetros.