C.A.: Llevo una relación de diez años desde mi adolescencia. Al principio todo era perfecto, pero fuimos cayendo en la rutina y comenzaron a salir los problemas que hoy ponen en peligro la relación. Hemos tenido tres rupturas. Al final volvemos porque nos queremos y la calle está malísima. Ahora comencé a trabajar y solo nos vemos tres horas por la noche cuando llego a casa. Me preocupa terminar y no tener el valor de seguir adelante. Él dice que se siente igual; quiere buscar una solución, pero tampoco la encuentra. Es un buen hombre pero ya no estoy enamorada, solo siento que lo quiero y por la costumbre siempre estoy de mal humor a su lado.
Has elegido seguir acompañada, aunque malhumorada, porque contribuyes al malestar que te aqueja. Tanto para separarse o continuar tendrían que hacerse cargo de identificar sus deseos y consentir a ellos, con las dificultades que acarrea toda elección.
Tal vez ambos están aburridos, deseando algo más, sin darse la oportunidad de encontrar una respuesta que los anime. Ya no son adolescentes y sería otra la manera de vincularse hoy. ¿Cuál? Tendrían que inventarla ya sea estando juntos o separados.
La persistencia de esta inmovilidad con su cuota de mal humor puede ser un buen motivo para consultar un especialista, ya sea a solas o en pareja. Esta sería una buena opción antes de imponerse una separación que les resulta muy difícil.
Es posible que una consulta sicológica también ayude a comprender este acostumbrado malestar. Entre tantas opciones es esta la elegida. ¿Por qué? ¿Qué se resuelve con tanto mal humor y descrédito para este vínculo que se retoma después de cada ruptura? ¿Existirá algo más que costumbre, cariño e incertidumbre entre ustedes?