En la construcción de la identidad femenina tiene mucha fuerza el sentirse atractiva
Déjate seducir por la plenitud.
Proverbio inca
«Ya estoy lista para volver al sexo activo: ¿Qué debo hacer?», pregunta una lectora de 54 años, divorciada hace tres. Luego de varios meses de terapia sicológica, ella logró una rutina de ejercicios físicos y distracciones saludables. Así conoció a un hombre de 62 años, también divorciado, y está dispuesta a intentar un idilio, pero se siente «oxidada».
Entre otros materiales, le copié el libro Lecciones de seducción de la sicóloga chilena Pilar Sordo, y una semana después se dispuso a cambiar su «ropa de señora» por lencería atrevida. A fin de cuentas, aún tiene un cuerpo que habitar…
En la construcción de la identidad femenina tiene mucha fuerza el sentirse atractiva, cuidar detalles de la apariencia propia y escuchar de las personas adecuadas que nos ven bonitas.
Más que la moda, en ese cuidado íntimo influyen paradigmas culturales, tabúes y hábitos heredados de la familia (como guardar la ropita nueva para los hospitales y dormir con la más viejita). También se impone el clima, el estatus socioeconómico y la autovaloración entre esos dos extremos de mujer estereotipada: la de casa y la vampiresa.
No hace falta un amor nuevo para modelar algo bonito antes de completar tu atuendo. No hay una edad límite para mimarte, y si esa coquetería se traduce en seguridad y autoconfianza, puede aflorar sin tapujos. Como ritual vale también para personas solas y matrimonios de larga data, atrapados en una anorexia sexual que Sordo achaca, entre otros motivos, a la sobreerotización social: ese derroche de sexo implícito para publicitar productos o promover cierta música.
Su libro invita a cuestionar saberes y emociones. Estructurado en tareas por meses, apela al valor subjetivo de la ropa íntima como hilo conductor para reflexionar sobre autoestima y autoaceptación, porque «el cuerpo es el vehículo que traslada nuestra alma, y al verlo reflejado en un espejo, también surgen ahí lo mejor y lo peor de nuestra historia».
Si tienes relación estable o estás iniciando una, puedes planear sorpresas, como una pasarela «al descuido», improvisar un baile de cebolla o jugar a las prendas para que cada quien suelte las suyas a medida que pierda, hasta llegar a ese excitante mínimo que tanto alimenta la imaginación.
Lo único de mal gusto es arrancar con brusquedad las piezas, a menos que se pacte como fantasía común. Si no es el caso apela a la paciencia de ambos y avancen con delicadeza: apresurar el desnudo es ignorar lo placentero del juego.
Nada impide explorar a gusto esa osadía consciente, atreverte con nuevas texturas, colores y modelos… Eso sí: no se cambia apariencia por salud, porque si impides a tu sangre circular libremente, el malestar sacudirá tus piernas y subirá a tu rostro, perdiéndose todo efecto autosanador.
Cuando la relación tiene ya cierto tiempo, hay dos dudas femeninas fundamentales para renovar el ropero, comenta Sordo: que la otra parte sospeche una infidelidad o que interprete el gesto como «luz verde» para más sexo carnal.
En el primer caso, quien tiene problemas de inseguridad es la otra persona y eso va más allá de tu estilo de ropa: Si vives en función de sus miedos, revisa cuánto de amor hay, y cuanto de costumbre tóxica en esa relación.
El segundo caso también es alarmante: Si te preocupa dar señales equívocas, ¿por qué no hablan del asunto? Sería bueno renovar, junto con el contenido de sus gavetas, el de sus conversaciones, porque no ser osada para no ser acosada por tu propia pareja habla mucho de tus prejuicios y autoestima.
El simbolismo de la ropa sexy no se limita al acto de quitarla, sino al performance de exhibirla con amoroso pudor, sorprender y recibir halagos de la persona que te importa. Consolidar el afecto y la espiritualidad es parte esencial de la relación, más allá de la cama o la mesa compartidos.
Incluso si decides que nadie más la vea, una ropa interior bonita y cómoda es muestra de autocariño, un acto de seducción asociado a tu encanto o simpatía,y te sirve para sentirte a gusto, como la depilación, las cremas o el maquillaje.
La lencería femenina es el mayor ícono de ambivalencias en el marco cultural moderno, diseñado para que una mujer sola (muy diferente en expectativas a la soltera) crea que «no tiene el cuerpo, ni las habilidades, ni la conducta emocional para conquistar»; se frustre y desvalorice, no goce su condición de ser sexuado y viva entregada a las necesidades ajenas.
Por eso la experta habla de resucitar la seducción como un don privado, íntimo, y luego desarrollarlo, hacerlo público, en el sentido de dejar fluir con naturalidad ese encanto hacia otras áreas vitales, como la laboral o familiar: Salir «vestidas» con esa seguridad de quien se aprecia a sí misma y aprecia a las mujeres, sin que ellas pertenezcan a alguien más.