Como la pared abdominal tiende a debilitarse a la altura de la ingle, la llamada hernia inguinoescrotal representa el 75 por ciento de las hernias operadas en el mundo, sobre todo en mayores de 70 años
El dolor es inevitable;el sufrimiento es opcional
Buda
El hombre avanza despacio por el pasillo del hospital. Sabe que ha esperado demasiado, pero esta vez no hay vuelta atrás: renuncia a sus miedos o la pesada carga entre sus piernas puede llevarse para siempre, no solo el simbolismo de su hombría, sino incluso su vida.
Cuando era joven, solía ver a muchos hombres en su condición. Hoy son infrecuentes porque la atención primaria de salud logra detectar las hernias antes de que lleguen a ese punto que la literatura médica llama «con pérdida de derecho a domicilio», cuando además del intestino, varias vísceras escapan de la cavidad abdominal.
Dejó avanzar su molestia por temor a las cirugías, sobre todo las que pican tan cerca de su miembro viril, pero ¿de qué virilidad puede hablar ahora, si su escroto se dilató hasta las rodillas y desaparecieron los límites entre el pene y los testículos?
Sus pantalones amplísimos no logran esconder el bulto, del que todos desvían la mirada en silencio. Hasta respirar es una tortura, porque sus músculos abdominales perdieron el tono y el diafragma no logra hacer presión para que circule el aire en los pulmones, y ni hablar de las molestias para orinar o evacuar las heces, o de la vergüenza de depender de la nieta para vestirse y calzarse cada día…
Como la pared abdominal tiende a debilitarse a la altura de la ingle, la llamada hernia inguinoescrotal representa el 75 por ciento de las hernias operadas en el mundo, sobre todo en mayores de 70 años. En algunos países se reportan hasta 13 casos por cada mil hombres.
Cuando aún es pequeña se puede detectar en una tomografía (TAC) o por ultrasonido, pero en general su diagnóstico clínico es sencillo porque esa protrusión o saco en la entrepierna se palpa al hacer fuerza, toser o saltar.
No es un padecimiento a minimizar, pues a medida que crece provoca más dificultades para caminar, practicar el coito, trabajar… De tanto ceder, la bolsa escrotal puede ulcerarse, o infectarse con bacterias porque permanece húmeda y en continuo roce.
Una hernia gigante disminuye significativamente el retorno al tórax de la sangre y el fluido linfático debido a la compresión del anillo herniario (puerta de salida) sobre el tejido que cuelga. Esto provoca edemas (inflamación), y por tanto será muy difícil retornar todo a su lugar y cerrar el defecto con una hernioplastia, que a tiempo es un proceder bastante sencillo.
A veces esta cirugía demandará colocar una prótesis (malla artificial) para contener en su sitio el tejido atrofiado, y aún así es significativo el riesgo de recidiva (que se repita el problema), pero si no se opera, la calidad de vida continuará depauperándose y puede ocurrir una isquemia en la zona, o una hernia estrangulada que lleva a una complicada intervención de urgencia, según varios artículos publicados en la Revista Habanera de Ciencias Médicas, Revista Médica Electrónica y otros sitios especializados.
Como alternativa para evitar complicaciones posoperatorias, desde 1940 se recomienda una técnica llamada Neumoperitoneo progresivo, que consiste en inyectar aire filtrado u oxígeno en el abdomen en varias sesiones previas a la cirugía. Así se acondiciona la cavidad para albergar de nuevo el contenido expulsado y evitar infecciones o rechazo del material protésico.
Este proceder está contraindicado en edades avanzadas, si el paciente tiene otras enfermedades descompensadas, si ha sufrido eventraciones múltiples (otras cirugías que se herniaron) o alto riesgo de complicación intestinal.
El quirófano está cada vez más cerca. Lleva ambas manos a la inquietante bolsa y siente las tripas removerse, ya no sabe si por miedo o por anticipación del alivio.
Mientras pudo, escudó su vergüenza en las prioridades de la familia o el trabajo y no dejó de hacer fuerza para demostrar «que todo estaba bien». Tampoco «obedeció» a la doctora en eso de cuidar otras condiciones crónicas de mala salud, como la obesidad o el estrés, y negó, mientras pudo, los intensos dolores y cambios visibles en sus genitales.
El pasillo termina. Su suplicio también lo hará, en algunas horas. Su esposa y una nieta esperan fuera, dispuestas a ayudarlo a recuperar lo que alegraba su vida hace 15 años, cuando el problema comenzó con una simple penita.
«Nos vemos en un rato», dice la anestesióloga, sonriente, y le propone contar juntos: 3, 2, 1…