Como cada fin de año, muchas familias se esfuerzan por comprar regalos para sus seres queridos, y si se trata de la generación más joven, la primera opción es buscar juguetes que premien el buen comportamiento y garanticen distracción, pero ...
¡Envejece conmigo! Lo mejor está aún por llegar.
Robert Browning
Como cada fin de año, muchas familias se esfuerzan por comprar regalos para sus seres queridos, y si se trata de la generación más joven, la primera opción es buscar juguetes que premien el buen comportamiento y garanticen distracción, además de crear habilidades sociales y aportar modelos de conducta acordes a la época.
Al menos eso es lo deseable… pero muchos juguetes actuales no cumplen tales requisitos. Más bien plantean un dilema ético al promover actitudes banales, estimular el consumismo y el erotismo a destiempo e invitar a la pasividad. Los más caros, lindos y automáticos solo sirven para ser contemplados, lo cual frena la imaginación y el afán de experimentar, tan necesarios desde las primeras etapas de la vida.
¿Dónde están los juegos que enseñan a interactuar cara a cara e inspiran respeto por las reglas colectivas, aquellos que enseñan a disfrutar una victoria conquistada con esfuerzo y a sobrellevar una pérdida momentánea?
La sicóloga chilena Pilar Sordo nos alerta sobre las consecuencias a largo plazo de esa imprudente moda de entretener desde la cuna con objetos que limitan la imaginación y no invitan a hacer nada. Muchas familias modernas sienten pavor de que sus chicos se aburran, porque lo asocian con el peligro de la depresión, pero la creatividad requiere de un equilibrio entre los ratos de sosiego y los ratos de intensa actividad generada por intereses propios, algo que la especialista llama entretenimiento endógeno, y que de no adquirirse a tiempo augura una adolescencia muy dependiente de estímulos externos para lograr el placer y la realización personal.
La prueba está a la vista: cada vez más jóvenes en el mundo acuden a fiestas aturdidoras, al alcohol, al tabaco, a mirar pornografía y otras tentaciones de dudoso valor cognitivo o emocional, porque no dominan otras maneras de hacer algo refrescante.
Ya puede hablarse de una generación que no sabe expresar sentimientos si no los teclean en el celular o la PC; pero no es su culpa, no fueron ellos quienes eliminaron de sus casas muchas instancias de conversación, como la sobremesa familiar y los paseos de domingo. Hoy las pantallas hablan mientras la gente come en silencio y la música se escucha tan alto que es necesario hablar a gritos; pero como los temas sensibles no se manejan en esas condiciones, los convivientes terminan por incomunicarse y buscan contactos en el mundo virtual.
«Funcionamos en base a lo que pasa afuera, no a lo que construimos desde adentro», precisa Pilar Sordo y aclara que tampoco es culpa de la tecnología: Si olvidamos mirarles las caras para trasmitir criterios y sentimientos, aprenderán a enamorar por internet, dirán cosas por el chat que de frente no se atreverían y dependerán de caritas o signos para expresar sus estados de ánimo, porque en la práctica no encuentran las palabras correctas.
Nuestra tarea como padres y madres es marcarles el tiempo para soltar la pantalla y dejar volar su espíritu en otras actividades que además ejerciten el cuerpo, sobre todo al aire libre… Pero primero hay que dar el ejemplo: con un televisor o una PC en el cuarto matrimonial el sexo cae en un 50 por ciento, las parejas se duermen mirando a la pared en vez de mirarse entre sí y no sacan tiempo para hacer el balance de la jornada o felicitarse y consolarse mutuamente.
Para colmo, mucha gente vive como apagada, esperando que el teléfono suene y le dé sentido al día. Incluso posponen la comida o una conversación para priorizar el elemento ajeno, y eso es lo que inculcan a sus críos.
VER PARA CREER
Ocho de cada diez adolescentes en el mundo sienten que no se esperan grandes cosas de ellos. Sus mayores se quejan de que pasarán la vejez en las peores manos sin reconocer que ha sido su educación permisiva y descuidada la que generó esa costumbre de aceptar el mal menor en vez de trabajar por el bien mayor, filosofía que trasladan al mundo de las relaciones amorosas, sociales y laborales.
Cultivar los afectos debiera ser un hábito, y es mejor apelar a las virtudes, no a los defectos. En vez de gritarle a un hijo «¡Eres egoísta!», es mejor decirle: «Aprende a ser generoso», porque la palabra que queda en el inconsciente es la que verbalizamos, insiste Pilar Sordo.
Hoy se dedica mucho más esfuerzo a buscar el sostén material y hay menos control del tiempo libre de los menores, riesgo que se agrava porque hay más fuentes de información no seguras, alerta el Doctor Manuel Calviño.
Sin premio al esfuerzo ni castigo a la pereza no hay estímulo para emprender el camino, precisa este conocido sicólogo cubano. La autorresponsabilidad no nace espontáneamente: el éxito de una pareja, familia o empresa depende hoy menos de la supervisión ajena y más de la motivación interna, cualidad que se educa desde los primeros años.
Hemos perdido la noción positiva de la adultez y eso confunde a las nuevas generaciones, alerta Pilar Sordo. Cuando no ven coherencia ni placer en ser grandes, muchos prolongan el limbo de la adolescencia para no asumir tan amarga responsabilidad.
No sabemos entonces agradecer ni ser felices con lo que tenemos: siempre lo estamos cambiando en la cabeza o lo comparamos con lo que nos «venden» en la serie de turno. Si queremos familias más plenas debemos ser adultos que ríen y disfrutan su presente, no vivir lamentando lo perdido ni esperando cosas que tal vez ni lleguen.
Más allá de comprar objetos que nos liberen de cuidar a los pequeños, lo que debemos consolidar en ellos son las claves para conquistar afectos, ser constantes en sus metas y flexibles en las vías para lograrlas; mostrarles cómo ser creativos para recrearse y enseñarles que las cosas importantes se dejan «para ahora mismo», como suele decir Caridad Martínez, una lectora holguinera.