Marcar un antes y un después convierte al coito en vórtice del sexo, y esa tensión puede restarle lucidez al encuentro, sobre todo cuando se trata de una nueva relación
Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena.
Proverbio sueco
En una de las peñas recientes de Sexo sentido, alguien cuestionaba el valor del llamado preámbulo en las relaciones sexuales, asumiendo como tal el juego erótico previo a la penetración, sea vaginal o anal.
Parte del grupo criticó su punto de vista, pero luego entendieron que no estaba equivocado: marcar un antes y un después convierte al coito en vórtice del sexo, y esa tensión puede restarle lucidez al encuentro, sobre todo cuando se trata de una nueva relación.
Es mejor disfrutar cada gesto en sí mismo y ejercer la libertad de interrumpirlo, prolongarlo o repetirlo cuando les plazca a ambos amantes. En esa entrega, nada lineal, la penetración llega como algo más, pero el orgasmo y la eyaculación no están atados a ese acto concreto ni al grado o tiempos de la erección.
En ese caso, la calidad se mide por la conexión física y espiritual alcanzada, el placer experimentado en cada caricia, el ambiente, el deseo alimentado paso a paso y la felicidad de saber que lograron algo especial e irrepetible, sin cumplimentar rutinas prediseñadas.
Este no es un enfoque novedoso, como decían en la peña. Tal era la concepción dominante en materia de sexualidad en las antiguas civilizaciones, cuando cada encuentro se concebía como ritual para conectarse con la naturaleza, despertar la energía creativa, elevar los ánimos y cultivar al ser humano potenciando su divinidad interior.
El rol del falo o pene era mucho menos importante de lo que es ahora. La penetración para fecundar requiere pocos segundos: luego, hacer que el semen cumpla su cometido depende del ciclo ovulatorio y el ph de la vagina y, a menos que haya problemas conocidos de fertilidad, ¿qué pareja está pendiente de esos detalles cuando hace el amor?
Para la académica y terapeuta sexual española Miren Larrazabal, el falocentrismo, hijo del patriarcado, le hace mucho daño a la autoestima masculina al exigir erecciones indiscutibles, eyaculaciones cronometradas y orgasmos de película.
Por eso las disfunciones eyaculatorias están entre las causas más frecuentes de consulta, incluso en pacientes femeninas, quienes actúan como víctimas o victimarias del poco control de su pareja, como si fuera lo más importante para cumplir con los estándares de eficacia sexual.
¿Quién dice que hay un tiempo ideal para eyacular? Un mismo hombre puede tener experiencias en que apenas aguanta unos segundos luego de penetrar, otras en que retiene el semen media hora o más y etapas en que no derrama una gota en días o meses.
Ninguno de esos extremos es un problema en sí mismo si no hay una causa fisiológica o una enfermedad de base; por eso ni los ejercicios ni las píldoras tienen el poder de cambiarlos mágicamente. La verdadera transformación ocurre en la mente, cuando el pasar de los años o la ruptura frecuente de relaciones lleva a muchos hombres a aceptarse y a lidiar con las causas subjetivas de su «fracaso».
Los que tienen una personalidad muy cerrada o se agobian por otros conflictos existenciales suelen sufrir depresión y más disfunciones sexuales o afectivas. Si son de mente abierta y tienen el apoyo de su pareja, optarán por buscar más información y se volverán mañosos y benevolentes para garantizar su placer y proporcionarlo a raudales.
El rol de la terapia es lograr que ese hombre con eyaculación precoz o retardada entienda cuán molesto es para la otra persona, no tanto que la penetración dure mucho o muy poco, sino verle enfocado en ese asunto y olvidado de lo demás.
Esa fea costumbre suele incorporarse en la adolescencia, cuando hombres de mucha ¿experiencia? aconsejan a los novatos que piensen en deportes o en problemas. Para eso mejor van al estadio o abren un libro de matemáticas. Cuando el sexo es un acto de dos no tiene sentido escapar de las sensaciones para retardarlo unilateralmente.
Incluso los manuales más serios resultan ineficientes si se aplican sin tener en cuenta a la otra parte. Por ejemplo, retirar el pene sin avisar y reintroducirlo de pronto convierte a la pareja en mero recipiente sin valor, y ese irrespeto a su ritmo y necesidades puede generarle anorgasmia, ansiedad, desinterés…
El placer tiene más caminos que Roma. No está de más explorar nuevos trillos, desinhibirse y preguntar de vez en cuando si hace falta un descanso o un cambio de actividad.
Como suele decir Larrazabal en sus charlas terapéuticas, la vagina no es un garaje para que el otro practique hasta que aprenda a aparcar bien. Hay muchos modos de lidiar con los tiempos y cada pareja debe encontrar el suyo, sin perder el bosque por intentar sortear los árboles.