Desde hace algunas décadas, una de cada diez mujeres se somete a intervención quirúrgica del aparato urinario o digestivo y del canal sexual. Se prevé que ese riesgo pronto alcanzará a una de cada tres mujeres con el alza de la esperanza de vida
A raíz del tema publicado la semana pasada, varias personas nos han preguntado si en Cuba se hace cirugía plástica genital y bajo qué circunstancias, teniendo en cuenta lo controversial del asunto tanto en el plano ético como en sus consecuencias físicas y psicológicas.
En un artículo de la revista Ginecología y salud reproductiva (http://bvs.sld.cu/revistas-/gin/vol3), las doctoras Blanca Manzano y Georgina Areces precisaron que el capitalino Hospital Gineco-Obstétrico González Coro ofrece el servicio de plastia labial para superar asimetrías o hipertrofias y la himenorrafia o reconstrucción del himen, pero con mesura y según indicaciones individualizadas.
También se practica en el país desde hace algunos años la cirugía de reasignación de sexo para personas transexuales, decisión que en todos los casos es precedida por un riguroso proceso de diagnóstico, tratamiento hormonal y acompañamiento psicológico por parte de un equipo nacional multidisciplinario.
Durante las sesiones del congreso Sexología 2012, las doctoras Manzano y Areces se declararon partidarias de la cirugía correctora solo ante evidencia de daños que afecten la calidad de vida de la mujer y provoquen insatisfacción sexual o impidan las relaciones eróticas.
Estos problemas pueden derivarse de traumas en partos o cirugías previas, pero también son fisiológicamente esperables: la disminución de estrógenos en la edad madura provoca menor elasticidad y un adelgazamiento del epitelio vaginal, lo cual lleva a atrofia vaginal por el déficit de colágeno.
También influyen las deficiencias nutricionales, dietas incorrectas que provocan pujo crónico en la defecación, el alza de la presión intrabdominal en mujeres obesas o asmáticas y ciertos hábitos o posturas perjudiciales que asumimos en las tareas cotidianas.
Todo esto puede provocar distensión, compresión o roturas en los músculos y el tejido conectivo del suelo pélvico, síndrome doloroso crónico, desgarramiento perineal, prolapsos, cistocele o rectocele (descenso de la vejiga o el recto) y hasta alteraciones de la percepción o el vaciamiento del tracto urinario o digestivo.
Claro que no tiene sentido sufrir en silencio estas dificultades cuando hay medios diagnósticos y tratamientos para resolverlas, pero lo más importante es evitarlas con un cuidado sistemático del suelo pélvico y los órganos internos durante el embarazo, el trabajo del parto y su recuperación posterior, y también al llegar al climaterio.
Desde hace algunas décadas, una de cada diez mujeres se somete a intervención quirúrgica del aparato urinario o digestivo y del canal sexual, pero ya se prevé que ese riesgo pronto alcanzará a una de cada tres mujeres con el alza de la esperanza de vida.
A nivel mundial la incontinencia urinaria afecta a muchas más mujeres por encima de los 65 años que otras patologías como la diabetes o la hipertensión. Por eso es un asunto priorizado en los sistemas de salud de varios países. El Parlamento francés, por ejemplo, lo incluyó entre sus cien objetivos de salud a partir de 2004.
Ante esa realidad, las citadas expertas abogan por el abordaje conservador como primera opción, atendiendo al peso de los factores nerviosos, hormonales, vasculares y musculares. Esto significa valorar con la paciente la conveniencia de terapias medicamentosas, el uso de pesarios, cambios en su estilo de vida y rehabilitación muscular con fisioterapia a partir de los ejercicios de Kegel y las estimulaciones eléctricas o magnéticas.
El entrenamiento de los músculos pélvicos es una medida preventiva que se puede iniciar a cualquier edad y siempre influye positivamente en la respuesta sexual, pues mejora la autoestima y favorece el placer de la pareja.
Si la severidad del daño aconseja operar es importante tener en cuenta estrategias disponibles en la actualidad para minimizar el trauma local y preservar la funcionalidad de los órganos. En algunos casos de prolapso basta con fijar el órgano para que no salga al exterior, pero si se opta por histerectomía (extracción del útero) y colporrafia (reconstrucción de las paredes de la vagina) es preferible emplear la vía abdominal o las técnicas de mínimo acceso, antes que la vía vaginal.
Este tipo de cirugía puede provocar disfunción urinaria, sexual o defecatoria, o puede no curar una ya existente, pero la paciente no debe perder las esperanzas porque existen otras medidas para enfrentar esas dificultades.
Así lo confirman otros números de la revista citada. Especialistas de cirugía general como René Borges Sandrino y Enia Ramón Musibay, del hospital Carlos J. Finlay, han enfrentado decenas de reparaciones del suelo pélvico con materiales protésicos, específicamente bandas de polipropileno multiporo que se moldean en el momento de la intervención.
Lo más importante en cualquier caso es mantener el largo y calibre adecuado de la vagina para que luego el acto sexual no sea doloroso, y preservar el tejido encargado de estimular al pene y los sistemas de lubricación y sensibilidad, filosofía con la que coinciden la uróloga Haydé Wong, del Hospital Joaquín Albarrán, y la psicóloga Ivon Ernand, especialista del Cenesex, partidarias también de involucrar emocionalmente a la paciente y su pareja, si la tiene, para garantizar el éxito de la recuperación y el posterior disfrute de la intimidad.