La cultura de la solidaridad que impera en Cuba, frente a la cultura de la individualidad de los Estados Unidos, puede explicar cómo se expresa el fenómeno de la violencia contra la mujer en ambos contextos
«¿Puedo decirte lo que tienes que no tienen otros hombres?... Es el valor de tu propia ternura».
D. H. Lawrence
Crecí en una cultura de violencia durante una época violenta. Mis ojos observaban la violencia masculina en muchos sitios de mi ambiente. En las calles de Filadelfia veía pandillas de muchachos con armas de fuego. En la televisión veía sus imágenes en Vietnam.
Una imagen que siempre me acompaña es la del periódico en la ciudad de mi juventud. Cada día en la portada aparecía una columna titulada Cuenta diaria del crimen: una lista del número de mujeres violadas (por hombres) en ese día, el número de personas asesinadas (por hombres), el número de personas asaltadas violentamente (invariablemente por hombres)…
Todos estos eventos ocurrían durante 24 horas en mi ciudad. Día tras día, atestiguaba esa violencia. Mi hogar, con una madre divorciada y una hermana, era mi refugio. Así aprendí que la ternura era femenina y la violencia masculina. Necesité viajar muy lejos para abrir los ojos y el corazón a una perspectiva diferente.
Mi primer encuentro significativo con la ternura masculina comienza en la madrugada del día que llegué a Cuba. Tenía tantas expectativas y deseos de absorber cada faceta del país que decidí explorarlo inmediatamente.
Dejé el hotel y entré en el bulevar de Obispo, en La Habana Vieja. Las calles estaban oscuras y vacías. Mientras amanecía llegué a la plaza de San Francisco y vi a centenares de hombres reunidos.
Mi experiencia y educación me decían que esta no era una situación segura para una mujer sola. Sentí miedo, emocionalmente. Entonces recordé donde estaba. Intelectualmente sabía que estaba segura porque estaba en Cuba.
Me acerqué a esos hombres y quedé fascinada. Había tropezado con una muestra exquisita de la suavidad y la belleza masculina: posados en sus dedos, acuclillados en sus hombros, había cientos de pájaros tropicales.
Miré la interacción entre hombres y aves. Ellos le prodigaban caricias. Hablaban a sus pájaros. Los besaban. Los mostraban con orgullo a sus amigos. Eran abiertos en sus afectos y suavidades. Nunca he visto un grupo de hombres tan abierto frente a otros hombres.
Esa ternura masculina de Cuba cautivó mi atención, mi fascinación y mi admiración porque era tan contrario a mi mundo. Hasta ese punto yo no había conocido tal ternura en una escala tan grande. En esta nueva tierra la veía en las calles. En mi tierra natal veía violencia, y el corolario de la violencia es una gran falta de ternura.
¿Por qué en Cuba? Creo que hay muchas explicaciones para la diferencia entre los hombres de acá y los de mi país. Diferencias de cultura, diferencias entre una vida de cooperación y una vida de competición, y en la educación sexual.
Por un lado veía el activismo de organizaciones nacionales en Cuba, por el otro la ubicua pornografía en los Estados Unidos, que glorifica la violencia contra la mujer y la trata como objeto, y el amor a las armas, que también glorifica la violencia.
Una cultura de la solidaridad frente a una cultura de la individualidad puede explicar cómo se expresa la violencia contra la mujer en ambos contextos. En Cuba, la FMC y el sistema legislativo son proactivos en la lucha contra el sexismo, raíz de muchos males. No hay organización comparable ni estatutos legales nacionales en los Estados Unidos que defiendan de ese modo los derechos de la mujer.
El concepto de solidaridad dentro de la Revolución Cubana acentúa la cooperación y engendra ternura, suavidad, consideración, empatía. En los EE.UU. la individualidad feroz acentúa la competencia y a menudo engendra agresión, dureza, aspereza, y suprime esa ternura.
No quiere decir que ningún hombre en Cuba muestre violencia o que todos sean tiernos. No estoy idealizando a los cubanos. Soy consciente de que el machismo y la violencia existen en todo el mundo. Mi punto es que vi algo diferente en los hombres de esa Isla, algo que me da esperanzas sobre un mundo mejor. Todavía hay trabajo por hacer, pero Cuba está haciendo activamente ese trabajo.
Las pandillas y la guerra eran mis antecedentes. Mis viajes por los Estados Unidos reforzaron esta construcción. No he encontrado una calle en mi país donde yo como mujer me sienta segura caminando sola de noche. ¡Ninguna calle!
Mi cultura violenta es lo conocido. Mi encuentro con hombres que expresan abiertamente su ternura es lo contrario, lo desconocido, un choque a mi psique. Por primera vez me sentí libre, segura, entre iguales de ambos sexos.
En mi esencia, aprendí algo profundo: que la ternura es una característica que se aprende, y que la violencia no es un rasgo masculino innato.
En mi vida adulta he vivido sobre todo en el mundo de las mujeres. He elegido rodearme de ternura femenina porque siento que esto me resguarda de mi cultura violenta. En una web del CENESEX, llamada Amigos y Amigas, he escrito a mujeres sobre lo que los hombres cubanos me han enseñado, y quizá ahora pueda tener un hombre en mi vida, un hombre cargado de ternura. ¿Tendré el valor de mi propia ternura para tender la mano?