La dependencia emocional es un trastorno bastante común en personas de cualquier edad y de ambos sexos, pero no todas identifican sus señales de alarma o buscan ayuda para salir de ese círculo de dolor y frustraciones
Termina de vestirse y mira a la amiga en un rincón del cuarto. La expresión de duda en la muchacha la desalienta y sin esperar una palabra se quita la blusa y empieza a buscar otra en la gaveta con desesperación. Mientras lo hace vienen a su memoria las tantas veces que dibujó algo en su infancia y si mamá o papá no lo elogiaban de inmediato ella lo rompía, avergonzada de su trabajo.
Nada le gusta más que combinar colores, y ciertamente no lo debe hacer tan mal cuando estudia para instructora de Artes Plásticas, pero a la hora de elegir su vestuario o el decorado de su cuarto depende siempre del criterio de los demás: madre, padre, abuela, amigas, el novio.
Así es también con otras cosas para ella esenciales: el pelado, los paseos, la música, las expresiones de su afecto, la celebración de sus cumpleaños… Si las personas significativas para su vida no aprueban de inmediato sus decisiones ella sufre amargamente y se deprime.
Toda su lozanía y salud parecen quebrarse ante el más mínimo gesto de desacuerdo. Hasta un «quizá» rompe en un santiamén el equilibrio de su existencia. Por eso vive su adolescencia como el peor castigo de la vida. Su hermano Raúl no la llama Carla, sino Kristal. Dice que es un personaje de muñequito manga, pero ella sabe que el nombre responde a su evidente fragilidad emocional. De niña era igual de insegura, falta de criterio propio. De adulta nadie sabe qué le espera, pero es seguro que esa dependencia no cambiará por sí sola.
Raúl ha tratado de llevarla a un psicólogo amigo de la familia, pero Carla no se decide: aún está reuniendo coraje para contarle al novio y ver qué opina del asunto. ¿Quién sabe si no le gusta la idea de que ella le cuente su vida a un extraño…?
La dependencia emocional es un trastorno bastante común en personas de cualquier edad y de ambos sexos, pero no todas identifican sus señales de alarma o buscan ayuda para salir de ese círculo de dolor y frustraciones.
A veces no nos damos cuenta del modo en que las opiniones y actitudes de los demás condicionan nuestra vida, y sobre todo quienes tienden a regirse siempre por los criterios de otros suelen relacionarse con las personas equivocadas, asevera el sitio web argentino Construyamos salud.
Un buen ejemplo es el de esa gente que no saluda a sus viejas amistades porque la nueva pareja se disgusta con facilidad. Poco a poco dejan de frecuentar sitios habituales, abandonan el trabajo o los estudios, renuncian a las actividades que enriquecían su existencia, a sus gustos y proyectos, hasta que un buen día se percatan: han dejado de ser ellos por complacer exigencias ajenas.
El saldo en la mayoría de los casos es una personalidad insegura, con baja autoestima y pérdida de la identidad propia. Al principio la persona dependiente se sorprende con el enfado, la indiferencia o el rechazo de su «dueño» emocional hacia las cosas que le interesan a ella misma. Entonces viven ese proceso como una descalificación que lacera su propia percepción del asunto.
Poco a poco, la dependencia del criterio externo se incorpora de tal modo a su actuar cotidiano que hasta genera hábitos y reacciones ¿naturales?, como estar siempre pendiente de lo que puede pensar o decir la otra persona más que del interés propio por el tema.
Y como toda la energía y esencia de la vida se le va en complacer a los demás apenas queda para su realización personal. Para colmo sufre mucho porque tal nivel de «entrega» casi nunca es recíproco y por tanto asume que la otra persona no la ama tanto como debería porque aún no es lo suficientemente buena para mantenerle atrapado.
En una palabra: el individuo codependiente se acostumbra tanto a amar a otras personas que olvida amarse a sí mismo, y ese descuido lo coloca en situaciones desventajosas de todo tipo que derivan en más humillación, depresión, inseguridad.
Es un amor que duele: un mecanismo de autodestrucción que también afecta a la persona regente, no siempre al tanto de su papel en esta historia o de lo que pudiera hacer para cambiarla. Por lo general en esas relaciones falta paz y espacio para el crecimiento de ambos, y tanto seguir como romper puede interpretarse como un holocausto personal.
Regularmente estos seres codependientes provienen de hogares disfuncionales donde no cubrieron sus necesidades emocionales, y habiendo recibido tan poco tratan de compensar su insatisfacción proporcionando afecto a quienes a su juicio les parecen más «necesitados».
La pareja y los hijos son diana frecuente de este cariño ¿incondicional? No importa si reciben maltrato, deslealtad o mentiras a cambio: con tal de evitar el abandono se esfuerzan por complacer lo que asumen como exigencias o gustos de la otra parte y se desconectan de tal modo de sus propias carencias que pasan a ser voluntarias alfombras humanas con tal de lograr un poco de aceptación.
En el fondo, las personas codependientes no creen merecer la felicidad que mendigan, y lo peor es que no siempre están conscientes de cuánto laceran su identidad con esas actitudes.
Lo fundamental en estos casos es ser consciente de que esta situación puede revertirse, afirman especialistas de varios países. Lograr autonomía, aprender a lidiar con su pasado y ejercer el autorrespeto hasta lograr una imagen positiva de sí mismas es lo que urge a estas personas, para quienes el espejo es una fuente constante de contradicciones. Si no lo logran por sí mismas, pueden acudir a una consulta especializada, donde les ayudarán a encontrar el camino.