La violencia contra las mujeres es un fenómeno complejo que supera fronteras y períodos históricos, y en el que entran en juego los clásicos mecanismos de dominación machista Pregunte sin pena Sabías que...
Su texto es curioso, porque se vale de refranes de las diferentes culturas para interpretar el fenómeno. La exhaustiva labor de recopilación de dichos populares efectuada por Schipper comprendió el análisis de 15 000 de estos, provenientes de más de cien países.
En el libro No te cases con una mujer de pies grandes —una de las tales frases— la autora se asombra ante la gran cantidad de refranes negativos sobre el sexo femenino (más de 4 000), y la inmensa cantidad de ellos formulados desde una perspectiva masculina.
El volumen dedica una prolongada sección a la violencia. En entrevista para Radio Netherland la estudiosa opina: «Golpeando a la mujer, el hombre demuestra que es la parte dominante de la relación», a lo cual añade que «la violencia es una señal de impotencia y falta de aptitud verbal. En todo el mundo, los dichos populares ilustran la necesidad varonil de sentirse superior a la mujer».
«Si amas a una mujer deberás pegarle», es un refrán sajón que tiene su equivalente en varias culturas, dice Schipper.
¿Habrá sido tan malévola y errónea idea la barajada por el sujeto que se hizo tristemente célebre esta semana en España, al apuñalar en el cuello y darle así muerte a su novia rusa de 30 años?
Muchos no llegan a tanto —de una vez—, como este asesino de Alicante, pero convierten en martirio permanente la relación de pareja mediante expresiones continuas de maltrato físico.
El fenómeno, lejos de perder magnitud, cobra relieve y expresión diaria. Para redactar este texto me he rodeado de informes de organizaciones diferentes, todos conmovedores e impactantes en cuanto a las estadísticas.
Pero no creo que el asunto pueda ser descrito del todo por las cifras. Hace falta leer los testimonios de algunas de estas mujeres, o verlas narrar su calvario para llegar a tener cierta idea de su grado de sufrimiento. Los números son pasmosos, pero sus palabras duelen más.
Si bien la violencia de género constituye un mal cuya concreción habitual traspasa culturas, niveles económicos e intelectuales, o incluso períodos de paz o guerra, es en medio de las conflagraciones donde se agudiza.
Del conflicto entre hutus y tutsis —clara recidiva de la enfermedad colonial— casi todos tenemos noticia, si no mediante los reportes en su momento publicados en la prensa, al menos gracias al filme Hotel Rwanda.
Gaudiose Mukandamage es una de las 20 000 jóvenes tutsis que quedaron embarazadas tras las violaciones de sus enemigos. Ella le contó lo siguiente al periodista John Carlin, para un semanario europeo:
«Entraron los milicianos hutus en la iglesia donde nos refugiábamos un grupo de familias y me llevaron a un cultivo de plátanos, detrás de la parroquia, y empezaron a violarme. Uno de ellos me llevó a su casa como objeto sexual, para él y sus amigos, por tres días.
«Salieron a robar a las casas abandonadas de los vecinos y me escapé. Volví a la iglesia y encontré que habían matado a toda mi familia. A mi padre, mi madre, mis cuatro hermanas y cinco hermanos».
Como resultado, la muchacha de 23 años contrajo el sida. Su hija, Dianne, sobrevivió al parto y hoy está a punto de cumplir los 13 años, pero Gaudiose dice que no le resulta posible amarla, porque la ve como la semilla de la maldad de los asesinos de su familia.
Mas, la esclavitud sexual supera fronteras y períodos históricos. Alrededor de 800 000 mujeres y niñas son vendidas cada año a través de las fronteras internacionales. Solo en Estados Unidos las redes de tráfico humano ingresan cada mes 1 500 esclavas sexuales.
Interrogado por el periódico italiano Il Manifesto sobre el alto nivel de violencia hacia estas mujeres, el antropólogo francés Mar Augé respondió: «Se trata de un fenómeno muy complejo, en el que entran en juego los clásicos mecanismos de dominación machista.
«El hecho de que estas mujeres no sean prostitutas, sino verdaderas esclavas, personas que no han elegido desarrollar esa actividad, sino a las que se les ha impuesto por la fuerza, las hace todavía más atractivas para un cierto sadismo que se nutre de la imagen del blanco dominante que maltrata a la mujer, ser más débil, y encima, perteneciente a poblaciones consideradas inferiores.
«Tal es el esquema, alimentado y difundido por los medios de comunicación y por la naturaleza archicomercial del actual capitalismo».
Ana Belén - Un extraño en mi bañera
Con la boca amarga y seca
Que el peligro está tan cerca
Y mis ojos siempre alerta
Nunca sabes lo que piensa.
Sus miradas se lo cuentas
Le descubren le delatan
Y mis manos temblorosas
Van buscando cualquier cosa.
Hay un extraño aquí en mi casa
No es el mismo que yo amé
Es otro loco que anda suelto
Y ya me veo mañana en primera plana.
Hay un extraño en mi bañera
Con alcohol entre sus venas
Y no me atrevo ni a toser
Que el último morado aún sigue marcado.
La verdad no te conozco
Nunca sé por dónde vienes
Al principio era distinto
No había más que vino tinto.
Y con el pasar del tiempo
Hoy pasa, pasa de todo
Y es mejor no estar tan cerca
Por si acaso le entra el moro.
Hay un extraño aquí en mi casa
No es el mismo que yo amé
Es otro loco que anda suelto
Y ya me veo mañana en primera plana.
Hay un extraño en mi bañera
Trae de todo entre sus venas
Y no me atrevo ni a toser
Que el último morado aún sigue marcado.
Hay mujeres que lo viven y lo esconden
Y que sufren en silencio porque nadie les responde
Y quién lo iba a decir que lo que tanto quería
Terminaría algún día arrancándole la vida.
Y a pesar del ruido de los golpes y los gritos
Saldría de nuevo absuelto por falta de testigos
Y prometen y aseguran que no volverá a pasar
Pero cuánto han mentido, hasta cuándo mentirán.
Hay un extraño aquí en mi casa
No es el mismo que yo amé
Es otro loco que anda suelto
Y ya me veo mañana en primera plana.
Si no fuera por el miedo
Que me metes en el cuerpo
Me lo cayo me lo trago
Que aún te quiero bueno y sano.
Disco: Peces de ciudad