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OpenAI y un drama en San Francisco

Un titular comenzó a recorrer el mundillo tecnológico el pasado viernes: Sam Altman, fundador de OpenAI, la empresa líder de inteligencia artificial generativa, había sido despedido. En los siguientes cuatro días todo fue el caos en su estado más puro hasta un final que parece feliz, pero que podría tener otras consecuencias

 

Autor:

Yurisander Guevara

Era un viernes tranquilo, supuestamente como son todos los viernes en la ciudad de San Francisco. Una semana laboral finalizaba para dar paso al ansiado fin de semana. Pero, de repente, todo se volvió loco.

Un titular comenzó a recorrer el mundillo tecnológico: Sam Altman, director ejecutivo y fundador de OpenAI, la empresa que ha revolucionado al mundo y promete cambiarlo para siempre con su inteligencia artificial generativa, había sido despedido por decisión de su junta directiva. No confiaban en él, decía el comunicado que acusaba a Altman de no ser «consistentemente sincero en sus comunicaciones».

Era esta una junta de seis personas, Altman entre ellos. Otro de sus miembros, Greg Brockman, también fundador de esta organización sin ánimos de lucro, no estuvo de acuerdo con la decisión, y solo unas horas después renunció a su cargo de presidente de la empresa. Desde entonces y hasta este miércoles el caos fue de tal magnitud que OpenAI estuvo en centenares de titulares alrededor del mundo.

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Hasta noviembre de 2022, OpenAI era un ente tecnológico más. Fundada en 2015 como una organización sin fines de lucro, había creado asimismo una empresa capaz de generar ingresos, supeditada a la primera.

Esos primeros siete años engendraron un hijo, al que OpenAI llamó ChatGPT. Nació el 30 de noviembre de 2022, cumplirá su primer añito en apenas unas horas, y desde entonces la noción del mundo como lo conocemos ha comenzado a ser cuestionada.

ChatGPT es, hasta ahora, el más potente de los llamados modelos grandes de lenguaje, que alimenta el funcionamiento de una inteligencia artificial generativa que no solo asombra, también provoca temores.

Hay miedo a su capacidad de interactuar de una forma tan humana, más allá de los fallos que todavía presenta. Miedo porque, en apenas un año y dos versiones después, es tan potente y aprende tan rápido que ya transitó del modo de solo texto o fotos a ser capaz de escuchar y hablar a sus interlocutores. El propio Brockman dio la noticia de esta capacidad el martes último con un post en la red social X.

El objetivo máximo de OpenAI es crear una inteligencia artificial general, lo que, traducido a nuestro entendimiento del tema, es una herramienta digital que se comporte como un ser humano, con toda la complejidad que encierra esa condición.

Los miedos se han extendido de tal manera que no son pocos los gobiernos que han creado comisiones de trabajo para estudiar cómo regularán, o no, una tecnología que crece más rápido que la harina con levadura, acaso como ninguna otra antes.

Y parece ser que esos miedos son los que dieron al traste, al menos por unos días, con el puesto de Altman en OpenAI.

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Ilya Sutskever, el científico jefe de OpenAI, era también miembro de la junta directiva, y según numerosos reportes de prensa, fue la persona que encaminó el «golpe de Estado» contra Altman.

Sutskever es de las voces que temen el acelerado avance de la IA. Mientras Altman está a favor de poner cuanto antes en manos del público los últimos descubrimientos de IA que sean suficientemente seguros, Sutskever se posiciona en la otra orilla, la de los cautelosos. Y fue ese bando el que decidió despedir a Altman.

Los impactos de tal noticia no fueron, ni mucho menos, discretos. Medios estadounidenses reportaron que Satya Nadella, director ejecutivo de Microsoft, se puso furioso cuando se enteró. No era para menos. No todos los viernes por la tarde lees que un grupo de personas despidió al hombre con el cual decidiste invertir diez mil millones de dólares.

Microsoft fue, de hecho, quien dio el gran impulso a OpenAI, y cuenta con su tecnología para impulsar a Bing, su motor de búsqueda, y en general todo su ecosistema de software a base de IA.

Acaso fue este también un motivo para que los creadores de Windows movieran las fichas y empezaran las presiones. Todo el mundo comenzó a pedir explicaciones a la junta directiva de OpenAI, más allá de frases como la de no ser «consistentemente sincero en sus comunicaciones».

Entonces, la historia tomó otro giro. En la noche del domingo al lunes último, Nadella anunció en X que Altman y Brockman, junto a un grupo de trabajadores de OpenAI, se unirían a Microsoft para liderar una nueva división destinada a la inteligencia artificial. Al mismo tiempo, el Director Ejecutivo de Microsoft calmó a los inversores con una frase: «nuestro compromiso con OpenAI sigue siendo fuerte». 

Sin embargo, sería este un anuncio muy efímero.

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A las 9:30 de la mañana del lunes 21 de noviembre el reporte de prensa era claro: nadie llegaba a trabajar a la sede de OpenAI en San Francisco. Unas horas después, las imágenes fueron otras: centenares de personas protestaban fuera de la empresa con carteles que exigían la renuncia de la junta directiva.

No eran personas ajenas, sino los propios trabajadores de la compañía. Aunque los números difieren, lo cierto es que, en una carta abierta publicada en X, al menos el 97 por ciento de los 770 empleados de OpenAI aseguraron que si Sam Altman no era devuelto a su puesto de director ejecutivo, y además renunciaba toda la junta, se marcharían.

La amenaza no se podía tomar a la ligera en este caso. Nadella, desde Microsoft, había dado la bienvenida a Altman, a Brockam, y a todos los que deseasen ocupar allí un puesto de trabajo en torno a la inteligencia artificial. Mientras, en X se «reposteó» una y otra vez un mensaje: «Una empresa no es nadie sin sus trabajadores».

Pero, ¿cómo restituir a Altman si Microsoft le había dado empleo? Pues he aquí que tampoco era esa la verdad. En una entrevista televisada en la tarde del lunes, Nadella comenzó a patinar. No afirmó jamás que Altman tuviera un puesto en Microsoft, pero sí dejó claro que, hiciera lo que hiciera —tanto Altman como sus colegas—, contaba con su respaldo.

El martes en la noche, Altman no aparecía en el listado de empleados de Microsoft, ni tampoco había vuelto a OpenAI. Pero en la mañana del miércoles se publicó la esperada noticia: el Director Ejecutivo regresaba a su puesto, se conformará una nueva junta de hasta nueve miembros, y Microsoft, es muy probable, tendrá un puesto en esa mesa. Ya se especula, incluso, que Altman podría tener todavía más poder y acelerar procesos en torno a nuevas soluciones de IA.

Mirado desde la distancia, todo indica que lo que lograron las exigencias del Director Ejecutivo de Microsoft y de los empleados de OpenAI tuvo un final feliz: presionaron el botón de resetear para que todo volviera a ser como la última tarde de viernes en San Francisco. Y aunque así lo parezca, ya nada será igual.

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