Sobre otro formato para atesorar el conocimiento
En el año 2000, el exitoso autor norteamericano Stephen King lanza su obra Cabalgando la bala solo en formato digital. Parecía el final de una guerra entre escritores partidarios y contrarios del libro electrónico, una batalla decisiva en la que uno de los más prolíficos y buscados narradores del hemisferio occidental inclinaba la balanza del lado de los que querían democratizar el conocimiento. ¿Qué sucedió antes de eso, qué encuentros «armados» se dieron entre los bandos contrarios?
Desde el surgimiento de la imprenta, la carrera por extender la lectura ha sido uno de los fenómenos más significativos en el campo cultural; de hecho, amplió el horizonte de muchas lenguas al ser llevadas al papel, o sea, al pasar del sonido a la letra. Así, el español, el alemán, el italiano y el francés, por solo mencionar algunas, iban del vulgo a las bellas artes, de la verbalización al enrevesamiento de ideas y metáforas. Obviamente también en aquel entonces hubo quien se opuso a la imprenta. Esos estaban interesados en mantener una sola lengua culta: el latín, forma además de enclaustrar en abadías y monasterios las verdades o mentiras hasta entonces escritas.
En la historia de King, lo cotidiano se torna macabro hasta caer en un torbellino de ideas sobre el más allá. Cabalgando la bala se convirtió así en otro éxito y tuvo su versión cinematográfica. Hoy se pueden hallar muchas de estas obras disponibles en formato de ebook o libro electrónico para ser consumidas en readers o dispositivos de lectura.
El camino desde el surgimiento de la imprenta hasta la publicación a través de portales web como Amazon atravesó casi los mismos escollos que los sufridos por los atormentados personajes del libro mencionado. Esta vez, muchos autores no querían que sus derechos fuesen violados, que sus obras anduviesen por ahí «cabalgando la bala», sin que ello reportase ganancia monetaria. Porque los ebooks se pueden copiar muy fácilmente, incluso ahorran espacio en la casa, al no ser necesario el viejo estante de biblioteca, pues en un dispositivo de lectura caben cientos de libros.
Antes del salto, otro exitoso autor, el también norteamericano Ray Bradbury, había hecho una campaña durante buena parte de su vida contra el ebook, curiosa manía en un hombre autodidacta, quien tuvo que poner mucho empeño para publicar y que se ganaba la vida en su juventud vendiendo periódicos.
El hereje que encendió el primer petardo electrónico fue Michael Hart, empresario y escritor que inició el Proyecto Gutenberg, cuando hizo una copia digital de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1971. A partir de allí logra copiar cientos de libros de autores clásicos, desde Homero hasta Shakespeare, y hace él mismo su propia obra como escritor solo para consumo digital.
En lo adelante, las compañías más poderosas en el mundo de la electrónica toman la delantera de la «impresión» en el nuevo tipo de tinta y se inicia la guerra entre los editores y los autores, unos por lanzar y vender más y más barato, y otros porque se respetara, como sello de los viejos tiempos del libro de papel, el derecho de autor. Los ánimos se calmaron cuando la International Standard Book Number (ISBN) reconoció en 2002 los libros electrónicos como sujetos al derecho sobre impresión. Aun así, todavía era muy fácil piratear un libro digital.
El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ha dicho que este nuevo formato hará disminuir la creatividad del autor. Sus argumentos no son muy convincentes, ya que todo apunta hacia una mayor democracia del conocimiento y también a la aparición de nuevas metáforas interactivas, hipertextualidad de las historias, rupturas y desasimientos en la poesía que solo se hacen posibles gracias a la navegación de un enlace digital a otro, en fin: una revolución del lenguaje literario solo comparable a cuando la imprenta llevó a los idiomas europeos a su mayoría de edad y aparecieron las grandes obras, hoy canonizadas, pero en su momento iconoclastas por el nivel de uso de giros y temas.
«Cabalgando la bala» parece ser la frase metafórica con que se nos presenta el libro electrónico o digital, quizá un formato —¿acaso un género?—, que está por entregarnos a los Rabelais y los Cervantes de este siglo.
En Cuba, quizá el ebook tenga un gran futuro, ayudará a dar a conocer a autores inéditos.
La extensión en nuestro país de los dispositivos lectores no es amplia. Sin embargo, ha crecido el consumo de libros digitales, sobre todo en las academias, donde resulta vital la actualización teórica. Aunque es mucho el camino por delante, se sabe que en la Feria Internacional del Libro de La Habana se coloca un pabellón con literatura electrónica accesible. La revista Criterios y el centro de investigación que dirige el intelectual Desiderio Navarro han puesto recientemente mil y un textos ensayísticos a disposición de los estudiosos cubanos, material traducido al español y que procede de culturas tan distantes como las de Europa del Este.
También el proyecto digital Claustrofobias ha dado quizá el primer paso en una amplia democratización del saber y la creación. La bala ya cabalga en nuestra Isla, pero con lentitud debido a las dificultades con la conectividad a internet y la tardía llegada de dispositivos electrónicos.
Además, tampoco somos inmunes a cierto conservadurismo que tiende a proteger el libro impreso. Pero no queda otra que montarnos sobre la munición si queremos sobrevivir a la balacera del nuevo siglo, un tiroteo de tinta electrónica en el cual el premio se lo lleva, como siempre, el talento creativo.