La «última milla» es definida en las telecomunicaciones como el tramo final de una línea de comunicación, ya sea telefónica o un cable óptico, que da el servicio al usuario. Este es quizá el mayor problema al que se enfrenta una empresa e incluso un país cuando pretende extender los servicios de este tipo
Un mapa de las redes de fibra óptica tendidas en el mundo para las telecomunicaciones a alta velocidad, bien semejaría una inmensa y a la vez dispar telaraña de cables.
Inmensa, pues se calculan en millones los kilómetros de cables tendidos, que empatados linealmente alcanzarían para darle la vuelta al mundo más de una vez. Dispar, porque si bien el hemisferio occidental, y principalmente los países del Norte presentan toda una maraña tupida, al sur esta es mucho menor, e incluso algunas naciones ni siquiera son tocadas por esta.
Este es el caso de Cuba, enlazada a Internet vía satelital por obra y gracia de las prohibiciones del irracional bloqueo norteamericano. Solo ahora la Isla aspira en el futuro próximo a ver concretada su esperanza de un cable de fibra óptica en virtud de los acuerdos de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América.
Pero si complicado es el enlace a alta velocidad entre naciones e incluso dentro de estas, las conexiones físicas de las personas a la red de redes enfrentan un desafío mucho mayor en un sinnúmero de lugares, y especialmente en las naciones menos desarrolladas en materia de infraestructura comunicativa.
Ese es el problema de la «última milla».
La «última milla» es definida en materia de telecomunicaciones como el tramo final de una línea de comunicación, ya sea telefónica o un cable óptico, que da el servicio al usuario.
Este es quizá el mayor problema al que se enfrenta una empresa de telecomunicaciones e incluso un país cuando pretende extender los servicios de este tipo.
Hoy son muy importantes los avances a nivel de las redes de comunicaciones, y estas son mucho más consistentes, tienen alta capacidad de tráfico y un excelente nivel de confiabilidad, lo cual les permite ofrecer servicios de transmisión de voz, datos, video y otros.
No obstante, llegar al usuario final es mucho más complicado.
Si bien se requieren grandes inversiones para concretar los trazados de fibra óptica que conecten con el exterior, y los que enlacen internamente los centros de comunicaciones, en la última milla aparentemente la inversión de un solo cable es menor, pero en cambio es mucho mayor la cantidad de lugares a los que se debe llegar y por ende se multiplica varias veces su costo.
Esto significa que si, por ejemplo, para tender la Red Nacional de Fibra Óptica en Cuba hubo que perforar cientos de kilómetros, instalar repetidores, llegar a cada centro de servicio de ETECSA y demás, tarea que todavía debe concluirse en algunos tramos, en cambio sería por el momento casi una quimera llevar la fibra óptica hasta cada hogar.
A eso hay que sumarle que en muchos países menos desarrollados en este tema, las redes de telecomunicaciones se han ido estructurando sobre otras ya existentes, lo que implica que se produzca un salto en calidad y velocidad de la conexión cuando se pasa desde un sistema de transmisión de fibra óptica a uno de cable de cobre, mucho menos potente.
Incluso en no pocas ocasiones la densidad de este cableado es tal, que dificulta o impide tender otros nuevos, así como el equipamiento y accesorios inherentes a ellos.
En algunas naciones como Estados Unidos y algunos países europeos, el desarrollo de infraestructuras de televisión por cable ha favorecido que sobre estas se monten los servicios de transmisión de datos, e incluso ha acelerado la introducción de la televisión digital.
Sin embargo, el problema no se ha resuelto totalmente en ningún lugar, dado el alto costo que supone llegar hasta sitios muy alejados tendiendo postes para llevar los cables hasta allí.
Tan polémico y crucial es el tema, que en Estados Unidos el Gobierno creó un programa de implementación de la Infraestructura Nacional de Información, que involucra por supuesto a las empresas privadas, en aras de facilitar el acto de llevar voz, datos, video, información interactiva avanzada y servicios de entretenimiento a los usuarios.
Esta megarred es también conocida como la Superautopista de la Información, lo cual no es lo mismo que Internet, que es solo una parte de ella; y ya se ha ido estructurando poco a poco, si bien a muchos preocupa su alcance y las implicaciones de que falle y, por ende, colapsen servicios vitales que descansan en ella, no solo de comunicación, sino también los de navegación aérea, ferroviaria y marítima, de distribución de electricidad, agua o gas, y muchos otros.
El transporte de la información en la «última milla» es actualmente una de las áreas donde más dinero se invierte en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías para aprovechar al máximo las ventajas y ancho de banda que ofrecen las grandes redes.
Múltiples son las opciones que se han buscado en aras de saltar la barrera de la última milla, y aunque varían en sus formas de operar se pueden circunscribir a dos grandes campos, los que confían en el «aire» y los que creen que es más segura la «tierra».
Muchos creen que sería más conveniente utilizar las transmisiones inalámbricas de voz y datos; mientras otros consideran que pudieran utilizarse los cables ya existentes del tendido telefónico e incluso eléctrico.
Un tercer campo aboga por aplicar la mejor tecnología según las circunstancias específicas de cada lugar, e incluso por hacer una imbricación de ambas, de ser necesario.
Dentro de las diferentes tendencias existen también múltiples tecnologías que vale la pena conocer y entender su forma de funcionamiento.
En el caso de la «tierra», básicamente se trata de quienes creen que se deben seguir impulsando los nuevos tendidos de fibra óptica hasta llegar a las casas, oficinas y locales finales; aunque algunos creen que el «cobre» no tiene por qué desecharse totalmente, como lo demuestran muchas instalaciones que hoy funcionan con módems analógicos, si bien aseguran velocidades no tan altas.
En cualquier caso, lo más extendido en el mundo son los sistemas híbridos, que llegan con fibra óptica hasta las inmediaciones del hogar, y de allí mediante cables de cobre o coaxiales hasta los hogares y puestos de trabajo.
En este último caso se da la paradoja, incluso en Cuba, de que si bien la conexión llega por cable de cobre hasta el servidor en muchos lugares, desde allí se ha estructurado una red de fibra óptica hasta los puestos individuales, lo que hace que internamente la comunicación sea mucho más veloz que hacia el exterior.
Estas y otras soluciones, como el uso de las líneas eléctricas para las telecomunicaciones, no pueden ser uniformes para todos, pues incluso el tema de la «velocidad» es muy controvertido, ya que no precisa la misma ni es recomendable hacer idéntica inversión, por ejemplo, en un hogar o un centro científico.
El otro gran campo, el del «aire», ya ha explorado con bastante éxito los sistemas de comunicación satelitales bidireccionales, que pueden proveer un servicio punto-multipunto sobre amplias áreas, aunque el coste de los equipos es bastante alto.
También se ha coqueteado bastante con las comunicaciones por microonda, que posee suficiente ancho de banda para permitir voz, video y comunicaciones de datos en ambas direcciones, y se adapta muy bien a lugares de topología complicada.
En cambio, las palmas se las han llevado la telefonía y transmisión de datos inalámbrica, que cada vez confluyen más, en gran medida por el éxito comunicativo que han supuesto los celulares y la cada vez mayor cantidad de servicios que confluyen en ellos.
Hoy funcionan ya con éxito las consultas a Internet a través del celular, el envío de fotos y videos, e incluso algunas formas de televisión digital. Caminamos, sin duda, hacia un mundo «inalámbrico»… pero sin dejar de tener los pies en la «tierra».