La contaminación de alimentos por la aflatoxina puede implicar serios peligros para la salud de los humanos y los animales
Cuando en la contemporaneidad se habla de seguridad alimentaria, resulta imprescindible mencionar un grupo de sustancias naturales conocidas como micotoxinas (toxinas derivadas de un conjunto de hongos llamados filamentosos), capaces de provocar estragos en animales y en seres humanos. Se estiman en cerca de 300 los compuestos reconocidos dentro de ese grupo, los cuales son generados por más de cien especies de hongos.
Las micotoxinas generalmente provocan enfermedades después de ser ingeridas con alimentos contaminados. Este evento tiene lugar con mucha frecuencia en regiones pobres, donde suelen fallar los controles sanitarios que abarcan desde el cultivo hasta el almacenamiento de los alimentos.
La aflatoxina es posiblemente una de las micotoxinas que más se haya estudiado, debido a su potencial nocivo para animales y seres humanos.
Enfermedad X
En el verano de 1960 una extraña epidemia angustió a los granjeros de Reino Unido. En un radio de aproximadamente 1 500 kilómetros alrededor de Londres, más de 100 000 pavos y otras aves domésticas morían casi a la vez. Entonces el desconocimiento sobre la causa de la afección llevó a que esta fuera bautizada como la «Enfermedad X de los pavos».
Las muertes estaban relacionabas esencialmente con importantes daños hepáticos en los animales. Las indagaciones iniciales sugerían que eran causadas por un alimento.
En medio de aquellas pesquisas apareció otra epidemia similar en el noroeste de Inglaterra, en el condado de Cheshire. Llamó la atención de los investigadores una coincidencia con el brote de la enfermedad de la región londinense: el uso de piensos elaborados a partir de una harina de maní importada desde un país sudamericano.
Las investigaciones probaron que la harina estaba altamente contaminada con un hongo conocido como Aspergillus flavus. Se corroboró, además, que ese microrganismo era capaz de producir una toxina que tomó el nombre de aflatoxina («a», de Aspergillus y «fla», de flavus).
El descubrimiento de las aflatoxinas tuvo un impacto trascendente en el mundo cuando se advirtió con mayor claridad su potencialidad como contaminante de gran peligro. Es posible que hasta ese momento no se le diera mayor valor en el campo de la seguridad alimentaria hasta que se precisó como una causa de graves afectaciones para el hombre.
Más perjuicios
En 1974, después de un período de fuertes lluvias y escaseces de alimentos, tuvo lugar en los estados hindúes de Gujrat y Rajasthan un brote de hepatitis aguda que duró unos dos meses, por cuenta del cual fallecieron 106 personas.
Las circunstancias ambientales antes señaladas llevaron a que la población afectada —sobre todo tribal— consumiera maíz almacenado en condiciones desfavorables, en el cual se detectaron posteriormente altas concentraciones de aflatoxina. Fue así como quedó documentado en la historia de la humanidad este primer evento de afección aguda grave en humanos, conocida como aflatoxicosis.
Aunque sucedieron otros brotes de este mal en el mundo, se puede destacar la que tuvo lugar en Kenya, África, en 1981, que ha sido registrada como la más importante a nivel planetario. Nuevamente el consumo de maíz contaminado llevó a que enfermaran más de 300 personas, de las cuales poco menos de la mitad falleció.
Desde 2004 hasta la fecha se han reportado en el mundo cerca de 500 pacientes afectados por aflatoxicosis y 200 muertes por esta causa. Casi todos los brotes de la enfermedad han sido reportados desde zonas rurales.
A diferencia de los casos agudos, la exposición crónica es más difícil de identificar, por lo que se le pudiera restar la importancia que realmente merece. Uno de los mayores problemas relacionados con la ingesta de menores cantidades de aflatoxinas a lo largo del tiempo es la incapacidad de ser eliminadas desde nuestro organismo, por lo que los compuestos nocivos se acumulan gradualmente, y así se potencian sus peligros.
Además de su capacidad tóxica —principalmente hepática—, estas sustancias son teratogénicas (causan malformaciones congénitas), inmunodepresoras (disminuyen la respuesta inmunitaria y aumentan el riesgo de contraer infecciones) y cancerígenas, características que fueron detectadas inicialmente en estudios realizados en animales de laboratorio. Poco a poco fue quedando claro que afectaban al hombre crónicamente, cuando en ciertas partes del mundo —como en África, Filipinas y China— se relacionó la toxina con un tipo de cáncer de hígado conocido como hepatocarcinoma.
Argumentos tales son los que han llevado a que, desde 1993, la aflatoxina sea considerada una de las sustancias cancerígenas más activas en el mundo, al punto de ser clasificada como carcinógeno clase 1 por el Instituto Internacional de Investigación del Cáncer (IARC, conocido internacionalmente por sus siglas en inglés); en el grupo de carcinógenos antes señalado, se incluyen los agentes capaces de producir cáncer con muy alta frecuencia en humanos.
La aflatoxina ha tenido en la actualidad mayor atención por las agencias reguladoras y de la comunidad científica. El cambio climático está jugando un papel importante en el mayor riesgo de aparición de esta toxina en las diferentes cosechas de alimentos. El aumento de la temperatura, junto con la elevación de los niveles de dióxido de carbono, constituye factor que favorece su aparición.
Una oportuna implementación de estrategias para alcanzar la debida seguridad alimentaria sería la clave para enfrentar un riesgo que dejó de ser desconocido desde hace mucho tiempo, y recibió en aquel instante lejano el nombre de «Enfermedad X de los pavos».
Fuentes consultadas
Rees KR. Aflatoxin. Gut. 1966; 7:205-7.
Kumar P et al. Aflatoxins: A Global Concern for Food Safety, Human Health and Their Management. Front Microbiol. 2017; 7:2170.