Acercamos a los lectores de El Tintero a Yerandy Fleites, uno de los dramaturgos jóvenes que puede ser leído con mucho gusto por lectores cubanos y extranjeros
Conversamos con uno de los dramaturgos jóvenes que puede ser leído con mucho gusto por lectores cubanos y extranjeros, y por directores teatrales. Nació en Ranchuelo, Villa Clara, en 1982, y hoy día es profesor en el Instituto Superior de Arte. Muchos críticos validan su obra y lo incluyen entre los novísimos. A él le gustan mucho las versiones sobre grandes clásicos del teatro universal y por eso lo reconocen. En 2009 obtuvo el Premio Calendario con su libro Jardín de Héroes, y recientemente La Edad de Oro. Acercamos a los lectores de El Tintero a Yerandy Fleites.
—Cuba en tu escritura…
—Cuba. Cuba siempre tiene y tendrá en mi mundo escritural la primera palabra. Todo viene de esa realidad a la que me aproximo, que trato de hacer mía. Cuba es el impulso.
—¿En tu caso el silencio escritural también puede ser una manera de creación?
—No. Yo escribo en voz alta. Y entiendo que esto es una obviedad, que suena como un chiste. Pero lo juro, escribo en voz alta. Soy literal en ese sentido. Para mí el silencio no es escritura, no representa nada. He callado cuando no he podido escapar del deber cotidiano, del devenir. Pero para mí leer tampoco es silencio. Cuando estoy en silencio, sé que no estoy creando nada. La etapa creativa comienza con un gran bullicio, que comparto, que pugilateo. El silencio no representa ese espacio de intimidad en el que me encierro a escribir, a pensar en el espectador en voz alta.
—¿De qué manera la voz que prevalece ha mutado hasta hoy?
—Siempre vuelvo a El Gallo Electrónico, mi primera obra de teatro, mi primer estreno, mi primera obra multiestrenada, mi primer libro. Hay tanto que le debo a esa pieza que la cuido como a una criatura sagrada. Para mí es tan importante como para asegurar que cuando la escribí no tenía la menor idea técnica de cómo se escribía una obra de teatro. Pero con suma velocidad, tranquilidad y libertad la escribí.
«Siempre que inicio un nuevo proceso de escritura, me sitúo allá, en El Gallo Electrónico; me sitúo frente a una suerte de grado cero. Y créeme, es difícil beber en el mismo río otra vez. Entre mi voz de entonces y la de hoy, creo que quien ha mutado ha sido el lector que era y el que soy. Ahora leo más, antes leía mejor: era un lector libre. Y, por supuesto, la realidad ha cambiado, no sé si para bien o para mal, solo sé que me gusta que mis obras se expliquen mediante las circunstancias en que se producen. Tal vez deba sumergirme en ese mapa aún novicio de palabra política y teatralidad que voy trazando, a descubrir los síntomas y sus pertinencias. Pienso que entre mis obras de hoy y aquella primera obra, ondula el mismo lazo. No hay abismo, no hay extrañeza: sigo siendo este. Quiero decir, el mismo muchacho de pueblo».
—Escribes poco…
—Yo no he escrito tanto, solo poco más de una decena de textos teatrales hasta el momento. Soy lento y riguroso con lo que determino que queda en el papel. Creo que cuando mejor me siento frente al proceso es en las versiones sobre esos primeros materiales. Justo ahí me siento un verdadero escritor. Cualquiera de mis obras era otra obra antes de su segunda versión, eso puedo asegurarlo.
«Yo creo que hay que versionar mucho, cincelar mucho, escribir una y otra vez sobre eso que ya está escrito. Todo puede cambiar, todo tiene que cambiar porque si no las máquinas podrán hacer algún día lo que nosotros. Quiero que las máquinas sientan que no es posible, que cualquiera de mis obras aún sigue viva sobre mi escritorio. Cuando hablo de máquinas me refiero también a política, mercado, etcétera… El teatro tiene una cosa magnífica, y es la escritura desde la escena misma, esa que en sentido general toca a los actores y al director. Un verdadero privilegio el artefacto escritural del teatro, ¿verdad? En el teatro todo es sustituible, empezando por el autor».
—Recientemente acaba de publicarse una obra de teatro para niños… ¿por qué el teatro para niños?
—Sí, Balada para Jake y Mai Britt (Premio La Edad de Oro 2014, Gente Nueva, 2015). Balada… es la segunda obra de teatro que escribo para niños. Antes, bueno, había escrito El Gallo Electrónico, que tantas alegrías me sigue trayendo (¡y dinero!). Yo creo que el teatro es uno solo: el que se destina para niños o para adultos, o el que sea.
«Cuando yo me siento a escribir una obra no pienso en eso, sino en la realidad a la que quiero aproximarme. Me interesa mucho el contexto en que se mueven los personajes, y los sistemas de relaciones que allí existen. Pero no es algo que yo busco, es decir, yo no digo voy a escribir una obra para niños, no; es parte de mi proceso de creación, es algo real.
«Balada… es una obra que ha sido muy aplaudida y también muy atacada, en principio porque algunos no la consideran una obra para niños. Yo estiré al niño que fui hasta donde pude, y hoy todavía intento agarrarle la mano. Eso es otro gran debate: los públicos. ¡Los públicos! La verdad es que pienso que hay que trabajar más sobre esas realidades concretas, esos mundos, que siguen sin encontrar respuestas, por lo menos no en los escenarios. Y entendido así, como respuestas, como presencias, anhelo seguir escribiendo teatro también “para niños”».