Para quienes no conocen a este intelectual cubano, este pequeño diálogo puede invitarlos a entrar en su obra
En realidad, el lector que conozca a Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 14 de agosto de 1935) verá que sigue siendo el mismo: veraz, sarcástico, hondo, preciso. A quienes no lo conocen, este pequeño diálogo puede invitarlos a entrar en su obra, mediante los nuevos libros aquí anunciados o de clásicos como los mencionados. Así como yo toqué a su puerta por sus magníficos 80, usted puede traspasar el umbral. Con seguridad, nada dará más alegría a nuestro autor que su entrada al convite.
—En unos días cumplirás ocho décadas sobre la Tierra. ¿Cómo observas, desde esa altura, tu vida, tu literatura, tu tiempo?
—Sería excelente que la vejez fuera una torre desde la cual juzgar o contemplar el mundo y lo que se ha escrito. Pero la vejez es un asunto de los demás. Los otros la imponen. Quieren que el llamado viejo se vista de una manera, le ponen barreras y cortapisas. «Eres viejo, esto no es para ti». Pero si no está enfermo, apenas la vejez existe para él.
—¿Te molestaría trascender —por culpa del incidente en torno al Premio Uneac de Teatro 1968— solo como el autor de Los siete contra Tebas?
—Desgraciadamente, para quienes crearon ese incidente, seguí escribiendo. Si sobrevivo a mi propia muerte, estas salvarán a Los siete…
—Virgilio Piñera y Lezama Lima no solo siguen siendo figuras tutelares para la cultura nacional, sino presencias imborrables en tu propio ámbito personal. ¿Cómo crees que pesan hoy sus respectivas poéticas en el mapa literario y artístico de la Isla?
—Creo que sus críticos, muy numerosos, responderían mejor que yo a esta pregunta. Sin embargo, algo puedo decir, en primer lugar, no sobre su influencia «en el mapa literario y artístico de la Isla», sino en un aspecto más restringido y pobre, en aquel que tiene que ver con lo que he escrito. Ambos fueron para mí ejemplos. Tanto en la escritura como en el compromiso del escritor con la sociedad. Aprendí de Piñera a no comprometerme en falso, a decir lo que pensaba y pienso. A no aceptar falsos compromisos. De Lezama, a decirlo lo más hermosa y auténticamente posible. ¿No son por esto verdaderas figuras tutelares? En segundo lugar, sus poéticas, muy diferentes y diversas, incluso contradictorias, inauguran un campo de posibilidades para la literatura nacional, no solamente para seguirlas, también para negarlas.
—Eres un autor de un amplio diapasón de géneros, ¿dialogas todavía con cada uno; cómo detallarías tus intereses en ellos con respecto a los caminos que siguen en la literatura cubana de hoy?
—Pregunta complicada de responder. Quise ser un escritor de un sistema relacionado, donde los géneros dialogaran entre sí. Ignoro si pude conseguirlo. Pero suele ocurrir en la historia de la literatura que un autor permanezca por lo que quiso hacer más que por lo que consiguió. Los proyectos son a veces más interesantes que las realizaciones.
—La fecha te servirá para dar a conocer nuevos libros, ¿qué traen, se trata de una reorganización o reubicación definitiva de tu obra desde tu perspectiva?
—Habrá dos títulos nuevos, La ciudad que heredamos, un libro en el que cuento el modo en que dos provincianos, abuelo y nieto, se hicieron habaneros, y el otro, una recopilación realizada por Cristhian Frías, El convidado del juicio, de numerosos ensayos no recogidos hasta ahora en libro. Una larga entrevista los vertebra. Sigue a estos dos una curiosidad bibliográfica, En boca de otros, selección de críticas acerca de cuanto he escrito, realizada por Cira Romero. Son más de 60 trabajos. Suman más de 400 páginas. Delicioso licor para mis fans y puro vinagre para aquellos que no me soportan.
—Sin embargo, desde finales de 2014 circula Vías de extinción (Premio Nicolás Guillén 2013), donde pruebas, entre otras cosas, que también la vejez es materia de poesía. ¿Ese libro es una despedida, un testamento?
—Es poesía, como tú dices, de senectud. Tanto personal como de la naturaleza. Vejez del cuerpo y cambio climático. No es una despedida, no aprendí a despedirme ni a redactar testamentos.
—Me tienta, para finalizar, una pregunta de comunicadores al uso: ¿qué se siente al llegar a los 80 años?
—En mi caso, una alegría tremebunda.