El gran cronista cubano Manuel González Bello estuvo en la Casa de la Prensa en boca de amigos y familiares porque en este 2019 llegó a los 70 años
Manuel González Bello sigue convocando prosélitos. El pasado viernes el gran cronista cubano estaba en la Casa de la Prensa en boca de amigos, colegas y familiares: No porque el próximo 31 de mayo se cumplan 17 años de su escapadita al más allá; más bien porque en este 2019 Manolo, Manolito, Nolo o Mamel llegó a los 70 años y sigue dando qué hacer, sin importarle la inmortalidad ya ganada en el periodismo cubano de todos los tiempos.
Fue una tarde de evocaciones y remembranzas de un talante sin igual, tanto en lo profesional como en lo humano. Una velada que terminó a lo Manuel, con música y húmeda alegría. Era, más que tributo, la conexión con ese cronopio que emprendió una febril expedición hacia lo justo, lo bueno y lo bello, en estado de gracia y gozando cada palabra. Un raro cometa con luz propia que sigue transitando por la prensa cubana, como lo califiqué.
El final de la carrera profesional de Manolo fue torrencial en las páginas de Juventud Rebelde, con aquella sección Crónicas de sábado, que clasifica ya en el parnaso de la mejor crónica costumbrista cubana, junto a insignes como Eladio Secades y Héctor Zumbado, entre otras excepciones.
El humor y la ironía son peliagudos y volátiles, no siempre vencen el paso del tiempo. El misterio de Manuel es escribir para siempre, sugiriendo lo recóndito y hondo que subyace debajo, muy debajo, de la sabrosura contada.
De aquellas Crónicas de sábado (1999-2001), compiladas en el libro Con una sonrisa, brindamos hoy a nuestros lectores un botón de muestra con estas joyas, que parecen acabadas de escribir, en medio de la Cuba profunda y callejera de 2019. Hay Manuel para rato...
Mañana viene la visita. Una visita de arriba, que es lo importante. De nivel. Por suerte, hubo aviso. Y ya se sabe: Visita avisada no mata soldado. Alánimo, alánimo, a mandarse a correr.
Que mañana la recepcionista no venga con los rolos en la cabeza, y que esté presentable. Yeyo, chequea eso, por favor.
Que Paca se ocupe de actualizar el mural, que quite ese comentario sobre las Olimpiadas de Sidney y que cambie el afiche, que ya el Día de la Mujer pasó. Debemos tener un mural actualizado, compañeros, porque el mural muestra la fuerza de nuestra labor político-ideológico-sindical-administrativa-combativa. No, no, eso del Departamento Rezagado quítenlo, que se vea que todos somos vanguardia.
Claro, tú como responsable de Higiene debes garantizar la limpieza, que barran bien el piso, las paredes y el techo. Y temprano, para que no nos pase lo que ocurrió aquella vez en un lugar: llegaron unos compañeros y se pararon a esperar a que la empleada terminara de limpiar el pasillo, y ella, muy amable, les dijo: «Pasen, pasen... Si total, hoy estamos limpiando porque viene el Ministro». ¡Y uno de los compañeros era el Ministro! Eso no nos puede pasar.
Sí, Claro, los baños también. Quita esos periódicos viejos colgados en el clavo y pon papel sanitario. No sé, invéntalo. ¿Y si a uno de los visitantes se le ocurre ir al baño? Porque las visitas también van al baño. Olorosos, quiero los baños bien olorosos. Vaya, que no parezcan los baños de este centro de trabajo; ¿tú entiendes? Claro, con cloro, claro.
Gordillo, tú, como jefe de Abastecimiento, debes garantizar un buen almuerzo. No te me vayas a aparecer con las croquetas de alpargata y el dulce de cáscara de yuca. Ah, no sé; pero mañana pones un almuerzo variado y en colores. Y hay que estar atentos, compañeros, por si aparece un gracioso y comenta: «Se ve que hay visiiita»; en ese caso reímos todos y decimos que es un chiste. Gordillo, y a ti que la visita ni te vea; porque con esa gordura das una mala imagen de jefe de Abastecimiento. ¡Mira que te he dicho que no estés tan gordo, Gordillo!
¿Cómo? ¿Pero no han arreglado esa pared todavía? No, ya no hay tiempo. Busquen unos cuantos gajos y flores y que Pancha, que tiene tan buen gusto para esas cosas, haga un adorno que tape el hueco. Y que de paso le cuelgue un cartelito que diga: «Saludamos a la visita con todas las tareas cumplidas y el entusiasmo al día».
A ver, Calisterio, ¿ya tú hiciste el informe del sindicato? ¿Pusiste que la Administración apoya al sindicato en sus tareas de contrapartida de la Administración, que hay cooperación entre los factores? Eso es, así se hace. Oye, pero no lo leas tú, mi hermano; tú estás muy bravo, no te pongas feo; mira, que lo lea Rufina, y que venga con el vestido verde ese que ella tiene, el apretadito. A la visita hay que darle una buena imagen.
¿Lo de las cuentas por pagar? Eso sí está complicado. Pero bueno, explicaremos que, efectivamente, hay cuentas por pagar, pero hay otra cantidad parecida por cobrar, y que, según las leyes de la dinámica cuéntica, dos fuerzas contrarias en sentido opuesto, se anulan, es como si no existieran, así que no hay por qué preocuparse.
Y por último, un favor, compañeros. Que todo mañana se vea natural, normal. No sea que la visita vaya a pensar que todo anda bien porque hay visita.
Las verdades están por todas partes, frescas, limpias, aunque a veces adornadas. Y qué rico es tropezar con la verdad, lozana, alentadora. Una película de verdad, un libro de verdad, una mujer de verdad, una playa de verdad. Frente a ella, oscura y lacerante, se sienta la mentira.
Es como la piedra en el zapato: uno se acostumbra a ella y termina por aceptarla, reconocerla, admirarla. O como una gotera con la que convivimos durante años. Y se va agrandando, hasta ser una gotera adulta, o sea un chorro.
Hay variantes, grados, multiplicidad de mentiras. Y, además, sobreviven en distintos envoltorios. Como se sabe, hay envoltorios transparentes, y otros más oscuros. Claro, de un modo u otro, siempre se descubre el contenido.
Naces y ya empiezas a escucharlas: que una inyección no duele, que como sabe el niño. Y otras más crueles, como la de los Reyes Magos, que para muchos pueden ser los Reyes Malos, cuando los padres no tienen plata para comprarles hierba a los camellos.
Los adultos tenemos la absurda creencia de que los niños son bobos. Le decimos al pequeño: «Si no te comes la comidita se la lleva el pajarito». Y de repente el chiquillo le suelta: «Imbécil, los pajaritos no comen bisté; comen alpiste y semillas».
Los niños no aprenden a mentir de manera autodidacta. Ese conocimiento lo adquieren de los mayores. Escuchan al padre decir que no va a trabajar porque está enfermo y mañana le dicen a la maestra que no fueron a clases porque les dolía el dedo meñique.
Pinocho no pasa de ser un personaje de ficción, pues si fuera cierto que nos crece la nariz por decir mentiras, no pudiéramos habitar el planeta: nos daríamos de narices.
Engañar a los demás es terrible, pero peor es mentirnos a nosotros mismos. Debiéramos seguir el mandato que canta Joaquín Sabina: que no te den la razón los espejos, que las mentiras parezcan mentiras.
Sí, porque reza la leyenda de nuestros ancestros, la mentira y la verdad intercambian cabezas. Y desde entonces andan juntas. Y a veces se les confunde.
Si en una fábrica de alpargatas a todos los trabajadores los premian por su labor, y la industria no cumplió su plan de producción, el engaño está clarísimo, aunque se le disfrace de razonamientos, estadísticas y espejos. Hay que tener cuidado con las cifras, porque suelen engañarnos. Son como los glóbulos rojos, que no siempre son sinónimo de salud.
Está mintiendo quien al robo le llama faltante; a las deficiencias, dificultades; a la incapacidad, falta de preparación; a la criada, la muchacha que me ayuda en la casa; al alcohólico, que le gustan los tragos; al marido violento, que tiene mal carácter. Son palabras y frases que inventamos para ocultar las verdades, que es una de las formas de mentir.
Existen también las mentiras piadosas. El socio va a morir dentro de tres días y le anuncias: «Hablé con el médico, dice que has mejorado tremendamente». No hay que exagerar, señores.
El hipócrita es un mentiroso vestido de salir. La doble moral es una mentira doble. El oportunista es un mentiroso en superlativo. El american way of life es una mentira para dormir a los incautos. La magia es una mentira encantadora.
La verdad es como el dolor de huesos, que siempre sale. Todos los caminos conducen a la verdad; hay que buscarlos y encontrarlos. Hay verdades que duelen… sobre todo a los mentirosos. No hay verdad más verdadera: con la verdad siempre se gana.
Señores, hacer un informe no es cualquier cosa. Sí, porque que a veces llega un jefe y te dice: «Hazme un informito ahí». Eso es irrespetuoso; eso desvaloriza, minimiza el informe. Y es que hay personas que subestiman el documento. Cuentas, por ejemplo, que fuiste a un congreso, y te preguntan: «¿Y qué? ¿Cómo estuvo la comida? ¿Dieron cerveza?». Y no te preguntan por el informe. Redactarlo requiere tener conocimientos de técnica, ciencia, estilo, gramática, matemática, astrología, dominó, sicología y otras ramas, incluida la magia. Mire usted. Hay una técnica que se aplica en casos de apuro. Pudiera llamarse la técnica histórico-repetitiva o técnica del video. Es muy sencilla. Basta tomar el informe anterior, cambiar algunos nombres y fechas y copiarlo. Digamos: «Un gran aporte de nuestro colectivo se realizó en la fumigación de las plantas de gladiolos, en movilizaciones en que participaron tres compañeros con el entusiasmo que nos caracteriza». Eso dice el anterior. En el informe actual, escribe cuatro. Sencillo.
Hay una gramática típica. Sigamos con el ejemplo. «...En que participaron tres compañeros cuyos tres compañeros fueron destacados». En un informe no pueden faltar los cuyos, y bien mal utilizados, como en el caso ejemplar.
Tampoco deben faltar los gerundios. Un informe sin gerundios no es un informe. Muchos andos y muchos endos, ¿están comprendiendo? Ejemplo: «Habiendo discutido con la administración y llegando al acuerdo de que terminando la fumigación de los gladiolos, los compañeros pasarían al control mecánico de las hormigas, estando todos de acuerdo con lo acordado».
Hay frases muy útiles, que dan brillo al informe. Una de ellas es «dando al traste». No importa que dar al traste sea que algo salió bien o salió mal.
Y muchas cifras, ligaditas, mezcladas unas con otras. Las estadísticas abruman al oyente, lo dejan atontado, como si hubiera caído de un décimo piso, y le impide entender, incluso saber de qué habla.
Un informe tiene que ser crítico, y si es autocrítico, mejor. Pero eso requiere de un manejo equilibrado, de malabares, de dominio exacto de las palabras. Sin que se le vaya la mano; es decir, dar pero no dar, quemar pero no quemar. Es muy complicado. Lo primero es decir que el informe es crítico y autocrítico, que analizará las deficiencias y apenas mencionará los logros; eso causa un impacto sicológico favorable, y permite hacer lo contrario. Sin embargo, párrafos críticos no deben ir al principio, porque provocan mala impresión; ni al final, porque dejan un mal recuerdo; en el medio es lo mejor. Y mucho cuidado: ahí hay que mezclar lo objetivo con lo subjetivo, para que la crítica sea fuerte, combativa, radical, pero suavemente, sin heridas.
Pongamos por caso: se incumplió el plan de fumigación de gladiolos, porque hubo líos con los equipos y además los trabajadores no iban a trabajar, llegaban tarde, merendaban a cámara lenta y laboraban igualito que los cosmonautas cuando están en el espacio. El informe debe ser crítico, aplastante, que no deje títere con cabeza. Entonces usted escribe así:
«Si bien es cierto que hubo serias dificultades con los equipos y una parte de ellos eran para fumigar crisantemos, tenemos que admitir críticamente que se dieron algunos casos aislados de algunos compañeros que en algunas ocasiones llegaban tarde y también que en ocasiones el horario de la merienda, que es de 15 minutos, se extendía a 45». Hasta ahí la crítica era para otros, pero usted debe incluirse también, y lo hace así: «Tenemos que reconocer que no siempre hemos mantenido la exigencia necesaria». Y luego añade con energía: «En la última etapa hemos tomado todas las medidas para resolver la situación en coordinación con todos los factores» (eso último es muy importante en un informe). Hay palabras claves, imprescindibles: algunos, en ocasiones, aislados, no siempre, medidas. Porque esos vocablos dan un margen de supervivencia, dicen pero no dicen, atacan pero no atacan.
Algo decisivo es dejar en el ambiente la impresión de que los problemas y dificultades se van a resolver, que los participantes capten una onda optimista. Porque recuerden que después viene la discusión del informe, y ahí puede armarse una guerra de sables. Oiga, no es fácil que a usted le saquen un sable en una asamblea o un congreso; eso es duro, peor que traer a la suegra a vivir un mes en su casa.
Parece simple, pero hacer un informe tiene su truco, su cosa, su magia.
El informe tiene una segunda parte: la discusión del informe. Ahí también hay que saber moverse, hilar fino. Porque puede salir un impulsivo que le haga polvo el documento al que usted dedicó días de sudor, noches de desvelo, decenas de termos de café, miles de cigarrillos.
De ahí que sea muy saludable un pacto de no agresión con algunos íntimos. Esto, dicho así, no dice nada. Quiere decir: debe coordinar con algunos participantes para que sean los primeros en hablar, y comiencen así su discurso: «Primero que todo (o que nada, da igual) quiero felicitar al compañero Eustaquio Pumarrosa por el informe tan crítico y autocrítico que nos ha presentado». Eso traza un camino. Ya después surgen otros espontáneos que inician igual su discurso.
Pero hay que estar prevenidos contra algo imprevisto, para el sable. Alguien que se detiene en un detalle del informe y vira al revés la reunión. Por ejemplo, el informe dice: «… los compañeros pasarían al control mecánico de las hormigas». Y ahí se forma el hormiguero. Se para uno y dice: «A los compañeros que pasaron al control mecánico de las hormigas, se les entregaron unos guantes en mal estado, con muchos huequitos, lo que trajo como consecuencia que cuando ellos iban a aplastar las hormigas, aplastaban a unas, pero otras se metían por los huequitos y los picaban, porque eran hormigas bravas, compañeros, y ustedes saben, compañeros, lo que es una hormiga brava, y más cuando se pone brava». Ahí hay un murmullo, un zumbido de abeja: oooh, las hormigas, uuuh, cómo pican, aaah, y se te inflama el brazo, ooouuuaaah. Y eso anima al orador. «Y por esa razón, compañeros, los compañeros encargados del control mecánico de las hormigas incumplieron su plan, solo mataron el 66 por ciento de las hormigas previstas a matar en el plan».
Ahí Eustaquio Pumarrosa se vira por tercera. Además, se da por enterado en este momento del asunto de los guantes con huequitos. «Creo que el compañero Cundo Rosquilla, jefe del Departamento General de Abastecimiento, Insumos, Materias Primas, Equipos y Accesorios de Control Mecánico de Hormigas, Babosas y Arañas, debe ofrecer a la asamblea una explicación de la situación ocurrida con los guantes con huequitos».
Cuando se para y tartamudea, habla de la atmósfera, de la inseminación artificial de los insectos, de la Torre de Pizza, del último mundial de fútbol, hasta que, luego de mil vueltas, cae sobre las hormigas.
«Y lo que pasa, compañeros, es que efectivamente, los compañeros de la Brigada de Control Mecánico de Hormigas informaron de la situación que había con la situación de los guantes; pero nosotros les explicamos que esos guantes se nos enviaron con los huequitos, por tanto no es responsabilidad de nuestro Departamento General. Pero nosotros, para buscar una situación ágil, dinámica, pasamos el caso al Departamento de Reparación de Implementos Sintéticos y Similares, que posee una larga experiencia en coser guantes y similares. Esto lo hicimos con la debida documentación, con todos los papeles establecidos. Al mes, los compañeros, compañeros, nos respondieron que luego de intensas comprobaciones, comprobaron que el hilo de que disponían no era compatible con el material de que estaba fabricado el guante. Y por eso, compañeros, decidimos, en coordinación con todos los factores de la empresa, tener una discusión política con los compañeros de la Brigada de Control Mecánico de Hormigas, les explicamos la situación y les pedimos que hicieran un esfuerzo, que siguieran matando hormigas bravas sin ponerse bravos, que lo importante era garantizar la producción de gladiolos». Otro murmullo: uuuh, oooh, aaah.
Pumarrosa pide a los compañeros de Reparación de Implementos Sintéticos y Similares que den una explicación a los compañeros. Y se para un especialista: «Efectivamente, fueron los antiguos egipcios quienes de forma muy rudimentaria hicieron los primeros guantes para matar hormigas, aunque existen referencias, según estudios históricos, de que la antigua civilización china empleaba otros materiales. Como deben saber los compañeros, cada hueco lleva su hilo, debe existir una armonía, una compatibilidad, un acuerdo mutuo, entre el material del guante y el hilo que se emplea. En este caso, que tanto nos preocupa, había una contradicción antagónica entre el guante y el hilo, lo que imposibilitó responder a los requerimientos de nuestros compañeros de Control Mecánico de Hormigas».
Mientras, entre el murmullo, los discursos, en medio del hormiguero, al fondo se ve a un participante que de modo insistente pide la palabra. Pero no le dan la palabra. Es decir, sigue sin palabra.
El Jefe de Producción de Gladiolos, que quiere salvar la responsabilidad, quedar limpio, informa acerca de las mermas ocasionadas en las plantaciones por el 34 por ciento de las hormigas que sobrevivieron. Y de paso agrega: «Y pido que este dato sea incluido en el informe presentado por el compañero Pumarrosa». Pumarrosa, que no esperaba aquel desenlace, mira con cara de hormiga brava al Jefe de Producción de Gladiolos y dice con firmeza: «Tendremos que someter a votación esa propuesta».
Ahí comienza una hora de debate acerca de si el dato debe incluirse o no en el informe. Y mientras, el insistente sigue insistiendo en que le den la palabra.
Hasta que al fin, Pumarrosa extiende su brazo, y dice: «Tiene la palabra el compañero del fondo, y por favor, que sea breve, que tenemos que pasar a discutir otros puntos del informe». Sí, porque un informe, lógicamente, tiene varios puntos.
Frente al micrófono, suelta una bomba, una explosión se escucha en el recinto: «Sí, voy a ser breve. Solamente quiero hacer dos preguntas. Una, ¿quién firmó el contrato y compró los guantes con huequitos? Y otra: ¿Por qué no aparece el asunto de los guantes en el informe?».
Se forma un murmullo y un silencio, un silencio y un murmullo. Y al fin, Eustaquio Pumarrosa, con menos bríos, en voz bajísima, responde: «Yo fui quien compró los guantes con huequitos».
Señores, ahí se complica el asunto, porque por los huequitos de los guantes, la gente se quita los guantes y empieza a destrozar el informe, a cambiarle párrafos, a eliminarle líneas, a agregarle páginas.
Y finalmente, es sometido a votación y con un estruendoso aplauso es aprobado por unanimidad. Porque una característica de los informes es que se aprueban por unanimidad, o no son un informe.