En sus 117 años, con este premio fueron distinguidas más de 900 organizaciones y personas de unos 60 países. El 87 por ciento de los premiados es de origen europeo y norteamericano, el 13 por ciento nació en África, Asia o América Latina y solo el cinco por ciento del total corresponde a mujeres
EL ingeniero sueco Alfred Nobel (1833-1896) nunca imaginó que, cuando inventó la dinamita para remplazar a la temible nitroglicerina en el rudo trabajo en las minas, ponía también en manos de los guerreristas un explosivo capaz de provocar tragedia y muerte en los conflictos bélicos de la época.
Su cargo de conciencia lo compulsó a fijar en su testamento una cláusula en la cual disponía que parte de su cuantiosa fortuna se destinara cada año a premiar a quienes hubieran realizado grandes aportes en favor del género humano. Estas fueron sus principales instrucciones a sus albaceas:
«El capital, invertido en valores, constituirá un fondo cuyos intereses se distribuirán en premios entre quienes durante el año precedente hayan trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración o promoción de procesos de paz». Nacía así el Premio Nobel, que comenzó a otorgarse en 1901 en los campos de la Física, la Química, la Literatura, la Paz, la Medicina y la Fisiología. El de Economía se le sumó en 1968, auspiciado por el Banco Central de Suecia.
En los anales de los premios Nobel, la familia Curie ocupa un sitio de privilegio, pues más de uno de sus miembros se hizo acreedor de este lauro. El primero se lo agenció en 1903, en la categoría de Física, el matrimonio formado por Pierre y María —francés él, polaca ella—, según el jurado «en reconocimiento a los extraordinarios servicios rendidos en investigaciones vinculadas con fenómenos de la radiación».
Pierre murió en 1906, atropellado por un coche. A pesar del dolor, María continuó sus pesquisas, y en 1911 ganó el lauro de Química, «por descubrir los elementos radio y polonio». Fue la primera en conquistarlo en dos categorías diferentes y la primera mujer en dictar clases en la universidad de La Sorbona. Llamada también «madre de la Física atómica», murió de leucemia en 1934 por su exposición a las radiaciones.
La cadena de premios Nobel de la familia prosiguió en 1935, cuando Irene J. Curie y su esposo Fréderic Joliot —hija y yerno de la citada pareja— fueron reconocidos con el Nobel de Química por obtener isótopos por vía artificial. Amén de sus aportes a la ciencia, ambos descollaron en el combate a la ocupación nazi de París, en especial ocultando información para que los alemanes no pudieran acceder a sus investigaciones.
Aunque no idénticos a los de la familia Curie, existen otros casos en los que los académicos europeos reconocieron con un Premio Nobel los éxitos de padres e hijos. Así, el inglés Joseph John Thomson lo mereció en Física en 1906 por su descubrimiento del electrón. Vivió lo suficiente como para asistir en 1937 a la ceremonia del adjudicado a su primogénito, George Paget Thomson, también estudioso del mundo de los electrones.
El único Nobel conferido el mismo año a un padre y a su hijo tuvo lugar en 1915, y alegró a los físicos británicos William Henry Bragg y William Lawrence Bragg por su trabajo con los Rayos X. Henry tenía entonces 52 años de edad y su vástago solamente 25. Hasta hoy, este continúa siendo el científico más joven en recibirlo, aunque la marca absoluta la ostenta la paquistaní Malala Yousafzai, distinguida con el Nobel de la Paz en 2014, cuando contaba con apenas 17 años.
La historia del Premio Nobel registra los nombres de varios compatriotas que resultaron propuestos para conquistarlo en la especialidad de Medicina y Fisiología. Desafortunadamente, a ninguno le fue agenciado, no obstante exhibir avales y méritos reconocidos por la comunidad científica mundial.
La primera nominación correspondió al insigne bacteriólogo camagüeyano Arístides Agramonte Simoni, sobrino de Amalia Simoni, la esposa de Ignacio Agramonte. Ocurrió en 1903, y a pesar de su admirable currículo el comité que evaluó su expediente no lo tuvo en consideración en su dictamen. Al final, el codiciado lauro le fue entregado al científico danés Niels Ryberg Finsen, pionero en el uso de la fototerapia.
Pero el cubano que más veces figuró entre los candidatos a este Nobel fue el doctor Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla. Lo propusieron siete veces entre los años 1905 y 1915. En una de las oportunidades en que el reconocimiento le resultó esquivo, dijo: «Lo siento por Cuba; hubiera sido la primera vez que hubiera venido a nuestro país este lauro internacional, dándome la oportunidad de probar mi cariño de hijo que ama a su patria».
Otro cubano nominado en esta categoría fue, en 1912, el prestigioso urólogo Joaquín Albarrán. También lo fueron, en 1959, el cardiólogo Agustín W. Castellanos González y el radiólogo Raúl A. Pereira Valdés, ambos de brillante trayectoria y residentes por entonces en Estados Unidos.
Dos argentinos y un venezolano ganaron por América Latina el Premio Nobel de Medicina y Fisiología. Fueron ellos, por ese orden, Bernardo Houssay (1947), por sus estudios del páncreas y la hipófisis; César Milstein (1984), por su investigación sobre anticuerpos monoclonales; y Baruj Benacerraf, por su trabajo relacionado con la genética celular. Otro argentino, Luis F. Leloir, lo obtuvo en Química en 1970, y en la misma categoría lo mereció en 1995 el mexicano Mario J. Molina.
En Literatura, los escritores del subcontinente han sido más afortunados, pues los académicos suecos, al justipreciar sus respectivas nominaciones, decidieron otorgarles el Nobel a la chilena Gabriela Mistral (1945), al guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967), al chileno Pablo Neruda (1971), al colombiano Gabriel García Márquez (1982), al mexicano Octavio Paz (1990) y al peruano Mario Vargas Llosa (2010). Sin embargo, nadie de por acá se lo ha agenciado en Física ni en Economía.
El Premio Nobel de la Paz encontró terreno fértil en esta parte del planeta. Así, en gratificación a lo conseguido en el fomento de la concordia mundial y en la lucha por eliminar los conflictos bélicos, se hicieron dignos del lauro el argentino Carlos Saavedra (1936), su compatriota Adolfo Pérez Esquivel (1980), el mexicano Alfonso García Robles (1982), el costarricense Oscar Arias (1987), la guatemalteca Rigoberta Menchú (1992) y el colombiano Juan Manuel Santos (2016).
La cordura no ha predominado siempre en las nominaciones para estos galardones, en especial para el Nobel de la Paz, el cual, por cierto, no se entrega en la capital sueca, sino en Oslo, la capital de Noruega. Algunas rozaron el escándalo, como las de Adolfo Hitler y Benito Mussolini, dos connotados genocidas. Obviamente, no pasaron de la mera propuesta.
El presidente norteamericano Theodore Roosevelt (1858-1919), instaurador de la política del Gran Garrote, lo ganó en 1906, a pesar de que en 1898 su Gobierno intervino en la guerra de Cuba frente a España y de que en 1903 estableció aquí la ilegal Base Naval de Guantánamo. Barack Obama lo recibió en 2009, cuando guerreaba en Irak y Afganistán. Y —créalo o no— el actual mandatario, Donald Trump, fue nominado este año por dos legisladores noruegos, interesados en premiarlo por haber dado «un paso grande e importante hacia el desarme, la paz y la reconciliación entre Corea del Norte y del Sur».
Sin embargo, una personalidad de la estatura moral del político y pacifista indio Mahatma Gandhi jamás fue tenida en cuenta. El jurado sueco lo ignoró en las cinco ocasiones en que fue presentada su candidatura, entre 1937 y 1948. Años después, el propio Comité Nobel reconoció la injusticia. «Fue el mayor hombre de paz del siglo XX, y, evidentemente, es algo triste que no haya tenido el Nobel», admitió su director.
Si de omisiones se trata, el Premio Nobel de Literatura las tiene a montones. Escritores tan brillantes como el argentino Jorge Luis Borges, el ruso León Tolstoi, el checo Franz Kafka, el francés Marcel Proust y el irlandés James Joyce, entre otros, murieron sin recibirlo. En cambio, en 1974 los académicos se lo dieron a los suecos Eyvind Johnson y Harry Martinson, perfectos desconocidos fuera de su país y asiduos miembros de los jurados que adjudicaban el galardón.
No faltaron los que rehusaron recibir este Premio, como el galo Jean Paul Sartre, quien en 1964 lo rechazó, entre otros motivos por ser enemigo de los honores oficiales. Por su parte, en 1973 el militar y político vietnamita Le Duc Tho se negó de plano a compartir el de la Paz con el entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger.
En otra cuerda, tres científicos alemanes se vieron impedidos de recibir sus respectivos Nobel en la fecha prevista porque su führer, Adolfo Hitler, se lo prohibió, con el argumento de que su promotor era judío. Fueron ellos Richar Kuhn (Química, 1938), Adolf F. Butenandt (Química, 1939) y Gerhard Domagk (Fisiología y Medicina, 1939). Al novelista soviético Boris Pasternak le ocurrió otra cosa: en 1958 le dieron el Nobel de Literatura, pero su Gobierno lo conminó a declinarlo.
En fin, ya se han hecho públicos los nombres de la mayoría de los afortunados que en este año recibirán el veleidoso Premio Nobel. Todos, menos el de Literatura, aplazada su entrega para el año próximo debido a un presunto escándalo de acoso y abusos sexuales que obligó a renunciar a buena parte de los miembros del comité encargado de su otorgamiento. Nada, que como dice el aforismo popular, en todas partes cuecen habas.
Cuando se sintió culpable por el uso bélico que se le dio a la dinamita, Alfred Nobel testó para que su fortuna auspiciara el Premio que lleva su apellido. Foto: Tomada de www.indiatoday.in