El cuento que presentamos a los lectores está incluido en el libro En la noche, premio La Puerta de Papel 2011, que tendrá una segunda edición este año por la editorial El Abra. Asimismo, junto a otros relatos, este volumen aparecerá por la editorial Letras Cubanas bajo el título Apuntes de Josué
Nelton Pérez Martínez (Manatí, Las Tunas, 1970). Narrador y poeta. Reconocido con varios premios como el de novela erótica La llama doble, 2004, con El enigma y el deseo; el Nacional de Poesía Paco Mir 2005 con Epístolas insulares, y el Internacional de Poesía Eduardo Carranza 2011, Colombia. Sus cuentos han sido publicados en antologías en Cuba y el extranjero.
Era de suponer que se comía porque estaba junto al resto del menú. Por la ubicación y el sabor dulzón tenía que ser postre, aseguraron los que ya le habían dado un mordisco o lamido. Muy duro para quien no tuviera dientes fuertes, y seco para el que recordara los días de agua racionada en altamar... ¿Cóctel de fruta? ¿Sabrían los americanos que era una dulce y grasientica barrita de maní molido? La comida ya no provocaba acidez y era tan abundante que dejamos de imaginar: «Iguana asada». Las migajas de pan y otros restos de comida siempre eran renegados por las iguanas si le dábamos el cóctel de fruta. Con pedacitos de cóctel jugábamos a domesticarlas. A los pocos días entraban a las tiendas junto a los camapés y catres, como perros. Salirse del sueño y tropezar con aquellos rostros de piedra verdusca era como para infartarse; pero también nos fuimos acostumbrando y las cuidábamos. Alguien por fin descubrió e hizo pasar la voz que la barrita de cóctel de fruta debíamos echarla en agua. Un guardia se acercó a ver lo maravillados que estábamos. ¡Parece magia, caballeros! Y veíamos boquiabiertos, abrirse igual que botones de flor y burbujas imponchables los pedazos de manzana, pera y otras frutas que no conocíamos ni de oídas. El guardia explicó en su español de Panamá o Puerto Rico que era una fruta prensada, comprimida... ¡Cubanos!, dijo en tono de urbanidad superior, algo no sé, medio con aire de...
Días después regresó el mismo guardia; lo intrigaba la festividad, esa alegría espontánea que nacía al anochecer y hacía de cada tienda un pequeño cabaré: Boleros, rumba de cajón y exaltados juegos de dominó. El aire traía en fibras delgadas, como de violín, un hedor etílico. ¡Imposible que ya estuvieran entrando desde la base a los campamentos bebidas alcohólicas de contrabando! Nadie sabe cómo pero a partir de esa noche supo que fermentaban el cóctel de fruta con pedacitos de pan. Una semana de química emergente y lograban ron. El guardia movía la cabeza a ambos lados, perplejo y lo escuchaban decir ¡Cubanos...! Entonces el tono era de admiración y nosotros lo espiábamos con el rabillo del ojo, cómplices todos de un orgullo que secreto o no, aún estando allí, nos hacía creer que a las riendas del coche de Dios también había un cubano.