El cuento del narrador y poeta Delis Gamboa que este domingo les propone El Tintero es inédito
Delis Gamboa (Guisa, 1976). Narrador y poeta. Reside en Jiguaní. Ha obtenido varios premios desde 1999 hasta la fecha, entre ellos el Espejo de Paciencia, Celestino y la Beca de Creación del Centro Onelio Jorge Cardoso, del cual es miembro. Entre sus libros publicados se encuentran El agua en el agua, El ritual de los perros y La Rifa.
En este barrio con una casa aquí y otra por allá como usted puede ver, y donde la misma porquería de vaca nos embarra a todos, no hay que caerle atrás a las noticias, ellas llegan solas. Esa por la que me pregunta es la historia más turbia que ha ocurrido en los últimos tiempos. Algunos, en especial los más sobresalientes, se asustaron tras el suceso. Aunque unos lo nieguen, a nadie le gusta la sangre. Ni el sacrificio de una vaca es un buen espectáculo. La gente se junta y se ríe, pero siente otra cosa. Creo que usted me entiende. Uno hace lo que debe, trata de dar otra imagen, pero no se crea.
Desde que lo vi, supe que Sandro pisaba terreno equivocado. No soy adivino ni sabía nada de lo que iba a suceder. A veces no es que uno sepa las cosas, pero sí como que se las huele. Aquí todo el mundo se dio cuenta desde el primer momento de que Idania le gustó a ese muchacho. Ella también sintió su atracción por él. Nosotros lo llamamos. Se lo dijimos: ella es casada y el marido, más bestia que todas las bestias juntas, es capaz de cualquier brutalidad si al regreso se detiene a sospechar algo. Pero usted sabe cómo son los jóvenes; y peor que los jóvenes, el amor.
Mario había salido de incógnito hacía cerca de diez meses, en busca de trabajo. Al menos eso creíamos. Lo de levantarse de madrugada y luchar con animales todo el tiempo no es vida, y no creo que a alguien le hubiera gustado menos que a él. No nos extrañaba que llevara tanto tiempo fuera, porque no era la primera vez que desaparecía. Cuando tropezaba con una falda se repetía la historia. En los barrios cercanos varias veces se enredó con otra. Venía temprano y a la noche se iba como si nada. Para él Idania era como una sirvienta, una propiedad o algo de eso. El día menos pensado él volvía y la vida seguía normal… Aunque no tan normal, porque a veces se daban sus prendidas. En el barrio se escuchaban las palabrotas de ellos y los berridos de la criatura. Más que mujer ella parecía un monstruo al otro día, por los golpes.
En circunstancias normales, no dudo que Idania y Sandro hubieran formado una linda pareja. Como jóvenes, como seres de este mundo tenían sus necesidades, y más en este tiempo en que hay algo que enciende a las personas. Sea hombre o mujer, usted ve que no pueden estar lo que se dice un par de días de abstinencia, sin el sexo. La cosa es que cada vez se hacía más evidente la atracción de esas almas. Que él llegara temprano al comedor y ella le pidiera que le afilara el cuchillo o le astillara un tronco, no era extraño. Las más alarmadas siempre son las mujeres: la señalaban; hubo hasta quien llegó a lo inaudito de sugerir que la separaran de la cocina cuando, hay que ser justos, aún no había ocurrido nada.
Para la fiesta del 28 de septiembre ella usó de pretexto el sueño del niño y se fue temprano, detrás salió él. Esa noche empezó lo de ellos. Al principio pretendieron hacer lo inevitable: negarlo. Ya lo dije: fue inevitable. Las mujeres se salieron con la suya, con cualquier pretexto lograron que la quitaran de la cocina.
Presentíamos en aquel enlace una bomba de tiempo. En cuanto volviera Mario, correría la sangre. Cada día era una tregua. A Idania la aconsejaron. Sin el mínimo de temor, dijo: «No va a volver. Él me dijo que se iba a buscar un trabajo y una buena mujer, para no volver a este asco de lugar».
Se ha inventado esa historia y trata de hacérnosla creer, nos decíamos. A nadie más que a ella le convenía que se hiciera realidad ese invento. Y tantas veces lo repitió, que algunos, casi puedo jurar que todos, comenzamos a creerle. Es como toda mentira, usted sabe, que entre más se repite… Se le veía confiada y pudiéramos decir que feliz por primera vez en toda su vida. Digo toda su vida porque Idania ni mujer era cuando se casó con Mario; si usted la ve, un angelito. Aún mantiene la figura, la chispa en los ojos, lo que cualquier hombre adora, no sé cómo. No sé cómo, ya le digo, porque lo que ha vivido no tiene precio… La vida es una injusticia. No lo digo por ella y por la desgracia que protagonizó: lo digo por todo. Usted busca en cada gente atrás, o alante lo que le espera, y no le queda más remedio que decir pobrecito.
Volviendo al asunto, recuerdo que un sábado Sandro la llevó al pueblo, y cuando volvieron, él comenzó a quedarse abiertamente en su casa. Mientras, todo el barrio tenía el corazón en la boca y las mujeres levantaban súplicas o maldiciones, ellos vivían su felicidad.
A Sandro se le veía con el niño tras una pelota o empinando el papalote. Quería y mimaba al mocoso, tal vez más que la propia madre. La gente admiraba a ese muchacho, y no era para menos. Secretamente, en lo más profundo de nuestro interior, hasta los que no creemos en nada rogábamos para que Mario no volviera.
Pero Mario estaba aquí, y no lo sospechábamos. Cómo íbamos a sospecharlo. Después que esto se nubló de policías, nos enteramos. Fue una sorpresa grande, más que grande. Parecíamos estar viviendo la más terrible de las pesadillas.
Ese día, esto declaró Sandro porque nadie había visto ni sospechado nada, él notó al niño triste. La madre había ido al pueblo y pensó que esa ausencia era la razón de su congoja.
Tu mamá está al volver, le dijo. No discutas con ella, no quiero que te haga igual que a papá. ¿Qué pasó con tu papá? El niño lo llevó a la cocina y le mostró el cuchillo, y luego lo condujo a través del patio.
Sandro llegó al pueblo con las manos llenas de tierra. No atinó ni a lavárselas antes de salir. Mantuvo el niño en sus brazos todo el tiempo, como un verdadero padre. No te va a pasar nada, yo te cuido, dicen que le repetía.
Con respecto a Idania, analizándolo bien, uno se da cuenta de que su razón tenía para hacer lo que hizo.