El cuento que presentamos hoy a los lectores es una muestra inédita de la prolífera obra del joven autor Michel Encinosa Fu
Laura es mi mejor muñeca. Tiene ojos inteligentes, como si pensara. Su vestido es rojo, la piel de tejido humano clonado, me lleva dos dedos, y con la última interfase que le pusimos puede hablar y cantar, y hasta recitar trabalenguas. Papá está fuera todo el día, pero con Laura no me aburro. Jugamos, paseamos por la parte buena del barrio, al sur, nunca al norte. Nos hacemos cuentos al acostarnos y dormimos juntas. No olvido a las otras, pero la verdad, no se comparan con Laura, que es la reina y sabe que la quiero.
Paula es la muñeca de Papá. No vive con nosotros, pero viene con Papá casi a diario. Es de mi tamaño, y casi no habla. A veces pide algo, pero nunca a mí. Una vez Papá salió al pasillo a hablar con un vecino, Paula se sentó en el sofá, y yo me puse a dibujarla.
Al rato vino hasta mí, se inclinó hasta tocar mi hombro con su cara, y dijo:
—A mí también me gustaba dibujar.
Papá regresó. Paula me dio la espalda y se fue con él para el cuarto.
Nunca he visto a Papá jugar con Paula. Él tampoco se asoma a mirarnos a Laura y a mí. A las muñecas hay que darles comida y conversación, vestirlas y desvestirlas, bañarlas y peinarlas, acostarse junto a ellas y abrazarlas. A veces pego el oído a la puerta de Papá, y le oigo decirle a Paula que la quiere, igual que yo a Laura antes de besarla y acostarla a mi lado.
A veces imagino a Laura caminando por sí sola por la calle, junto a mí. Guiarla con el vocoder es muy incómodo. Sabe comer y beber, pero a veces prefiero quitarle el aditamento por unos días para no tener que vaciar el contenedor a cada rato. Es muy comelona, siempre pidiendo helados y galletas. También le gusta que la bañen y peinen. Pero es muy grande para mí sola, y Papá no me ayuda a bañarla. Nada más la mira o la toca para ponerle algún dispositivo nuevo, o para cambiarle las baterías. Yo misma lo haría, pero me da miedo hacerle daño. Es delicada, y pone cara de llanto cada vez que ve a Papá con intenciones de abrirla. Cuando ocurre, yo me voy para otra habitación y espero sentada, comiéndome las uñas. No soporto un segundo sin Laura. Y a ella también le duele estar sin mí. Eso lo puedo jurar.
Paula nunca mira las cosas que la rodean. Cuando viene, entra detrás de Papá y va directo para el cuarto, excepto una que otra vez. Es muy bonita, y parece caminar sobre nubes. Papá nunca nos ha presentado, y sé que se llama Paula porque así está en la chapa que lleva siempre siempre siempre colgada al cuello. Entran al cuarto, están ahí unas horas, y luego Papá sale a tomar una cerveza y buscar algún canal de deportes, mientras por la puerta del cuarto se oye la ducha abierta, y a Paula cantar algo muy bajito. Ojalá Laura supiera bañarse sola, como Paula. O tuviera uno de los vestidos que Paula se pone. Son geniales, mucho más que el rojo de Laura. Son plateados y transparentes, muy cortos. Nunca la he visto dos veces con el mismo modelo. Debe tener muchos. Y todos le quedan bien, de lo más bien.
Una vez le dije a Papá que me gustaría vestir como Paula. Papá me dio un golpe en la cara y dijo cosas feas sobre Paula y sus vestidos. Sin embargo, la trajo más tarde, ese mismo día, y era todo besos y caricias, y la tuvo en su cuarto hasta la madrugada. Yo oía las voces, y los ruidos. La cara me dolía, y tenía miedo de Papá, así que estuve abrazada a Laura hasta que amaneció y Papá se fue.
Mientras yo desayunaba, Paula salió del cuarto. Le dije que desayunara conmigo. Muy despacito, se sentó en la mesa, untó mantequilla en una tostada y la mordió. Yo me pegué un vaso de leche fría en la cara; me la sentía hinchada. Paula se puso a mirarme muy fijo, hasta abrió la boca para hablar, pero en vez de hablar se levantó y salió, dejando la tostada mordida en el plato.
Trato de enseñar a Laura a jugar al laberinto heptadimensional, pero el chip no le da para tanto. Tendré que pedirle a Papá que le compre uno más potente. Ya terminaron los ruidos en el cuarto, pero Papá no sale, y tampoco oigo la ducha. A lo mejor están hablando. Lo hacen, a veces.
Sí, están hablando. Pero muy alto, en gritos.
La puerta se abre, y sale Paula, cerrándose el vestido.
Me mira, viene a mí y pone su mano sobre mi cabeza. Luego va hasta el dibujo en la pared:
—¿Me lo regalas?
No respondo. Ella coge el dibujo, lo dobla, y se va.
Laura me dice que le enseñe otra vez, quiere aprender. Pero yo sé que no puede, así que le pido jugar a los doctores. Laura pregunta por qué no la pinto a ella. La verdad es que no tengo ganas.
Casi dormida, oigo a Papá llegar seguido por alguien, pero no es Paula, lo sé porque conozco sus pasos. Salgo a la sala, y veo a Papá con un muñeco nuevo. Ve a acostarte, me dice Papá.
Miro al muñeco. No es tan lindo como Paula. Pecoso, flaco, y no hace más que mirarse los zapatos. No logro ver el nombre en su chapa. Entran al cuarto y Papá pasa el cerrojo. Lo oigo decir algo, no sé qué.
En mi cama, Laura está quieta, demasiado quieta. La toco. Fría. Reviso el indicador de batería. Está en cero.
Papá tendrá que cambiar su batería. Pero no quiero molestarlo ahora, porque él nunca me molesta a mí. Que sea mañana. Y lo del chip también. La pongo en el piso, a los pies de la cama. No quiero dormir abrazada a una cosa fría, aunque sea Laura.