Los minicuentos que publicamos pertenecen al libro El olor de los fulanos, con el que la autora obtuvo el Premio Pinos Nuevos 2012 de narrativa
—Te odio.
—Dilo con más fuerza.
—TE ODIO
—Así no sirve. No te creo. Si te oye alguien, pensará que estás jugando.
—¡TE ODIO!
—Así está mejor, pero algo falta en tu mirada, en tus gestos.
—Te-o–dio.
—¿Y el énfasis de hace un momento?
—¡TE–O–DIO!
—¡Genial!
—Te odio te odio te odio te odio.
—Así no, como lo dijiste antes.
—Te odio.
—¿Qué te pasa? Ya lo habías dicho bien.
—Te odio.
—Para ya. El ensayo terminó.
—Te odio te odio.
—¡DIJE QUE PARARAS!
—Te odio te odio te odio…
«… nadie escucha sus canciones
perderse bajo el puente…».
Edelmis. A. V
Un puente no siempre es un camino. Un puente también puede ser un balcón.
Me gustan los puentes que parecen balcones; esos que son blancos, y la pintura te ensucia la ropa cuando te recuestas, y a los que se acercan los niños para echar flores.
Yo tengo un balcón. Disfruto emprender vuelo desde allí y observarlo centro de todas las cosas. Aterrizar es increíble, posarme despacio, crecida.
Pero los puentes realmente no tienen dueños. Un día puede aparecer alguien que también necesite un balcón. No para volar sino, por ejemplo, para recostarse y mantener la mirada fija sobre algo, que pudiera ser yo misma. Ese alguien pueden ser dos hombres. Dos que me pudieran parecer sospechosos: tal vez quieran apoderarse de mi puente.
La niña canta. Lo hace tan mal que todos se tapan con las manos los oídos: su madre, su padre y la otra niña que es su hermana. La niña no los ve: al cantar cierra los ojos, se emociona.
La canción casi termina. Los oyentes lo saben, por eso torturan sus oídos unos segundos, para que la niña no se dé cuenta de nada, cuando abra los ojos.
Es el turno de la otra hija. Ella también cierra los ojos. No quiere someter a sus padres, ni a su hermana. Sin embargo, esta niña sí canta bien y nunca lo sabrá.
Este pretende ser un cuento corto: escribir me resta tiempo, mas no por eso dejaré de advertir a los asiduos compradores de croquetas de pescado que revisen su compra. Si no lo hacen, puede ocurrirles que encuentren en el paquete de diez, una croqueta cubierta de espinas. Primero pensarán botarla, pero como el ser humano es tan complejo, la limpiarán para ver si puede aprovecharse.
Hace una hora lo hice y ahí está; ojalá pudieran verla, mientras escribo, pariendo espinas, semejante a un erizo y no lo que es, una real croqueta de pescado.
Los trenes tienen sangre. La van perdiendo, poco a poco, en sus travesías, pero la recuperan en las terminales. La sangre de los trenes es verde y es una masa parecida a la de hacer frituras.
Anoche vi un tren desangrarse. Cientos de personas acudieron a la línea. A nadie le importó que estuviera muriendo. Ni a los que llegaban, ni a los que se iban con los cubos.
La tos inundó el vecindario. Después nos dimos cuenta de que toda la ciudad tosía. Ningún medicamento ponía freno a la epidemia.
No recuerdo cuándo dejamos de toser, ni cómo lo logramos. Tampoco sé por qué aún andamos con pañuelos, frotándonos la nariz.
*Liany Vento García (Villa Clara, 1982). Narradora y poeta. Premio Ciudad del Che de poesía (2011). Tiene publicado el libro de cuentos Close up (Editorial Sed De belleza 2010).