Integrante del jurado del X Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2011, el destacado escritor argentino accedió a conversar con los lectores de El Tintero
Mario Goloboff llega a La Habana un jueves en la mañana; ya a la tarde (aunque él diría «a la siesta») recibe una caja con los relatos en concurso del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar. Al lunes siguiente, ha dado prácticamente cuenta de todos, cuando interrumpe la lectura para iniciar una conversación. En ella lo que más ejercitará será la memoria. Para confirmarnos que hay veces en que no hace falta vivir, cuando se vive en la literatura: heredamos la experiencia de los que nos antecedieron en las historias que estos nos hacen. Se corre igualmente riesgos mortales: un médico aconsejaba a la madre del niño Cortázar que si este no dejaba de leer por lo menos durante seis meses, el carácter psicosomático de sus enfermedades podrían llevarlo a la muerte. Aún así, Borges nos facilita una brújula: saber de dónde se parte, y hacia dónde se va.
—¿Publicará alguna vez esa novela que escribió durante diez años en Francia relacionada con la Guerra Civil Española?
—Si pudiera la publicaría. Pero no ha aparecido todavía el editor. Trata sobre un viaje que hicieron, en la década del 20, los dirigentes anarquistas Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Joan García Oliver, recolectando fondos.
«Empezó en Cuba y llegaron hasta la Argentina, hicieron lo que se llama La Excursión Americana. El título de la novela es La justicia de los errantes, porque dejaban a su paso tras los atracos un pequeño cartoncito escrito con la frase: “La justicia de los errantes”. La última parte muestra el diario de viaje (apócrifo, claro) de Durruti, lo que él ve por América».
—¿Por qué de sus libros, prefiere Criador de palomas?
—Más bien lo prefirió el público. Si voy al caso, por su escritura, seleccionaría hoy algo más reciente: La luna que cae o algún poemario. Criador de palomas ha tenido mucha difusión y disímiles lecturas, por ser, además, una novela simbólica. Se ha leído en clave alegórica a la juventud (sobre todo a la femenina) asesinada en la Argentina durante la dictadura.
—¿Se explica su cuidado por la musicalidad de los textos por aquel consejo que le diera Jorge Luis Borges cuando lo entrevistó: «las cadencias son más importantes que las metáforas o los epítetos»?
—Cuando vi a Borges en agosto de 1983 yo estaba bastante hecho. Se debe a que provengo de la poesía, mi oído es poético y siempre he trabajado poéticamente los versos y la prosa. No creo mucho en la división de géneros literarios. Y me interesa, sí, el sonido, la musicalidad, el ritmo de la escritura. Velo por eso, y corrijo mucho. También está el hecho de que me formé en una familia de músicos, incluso una hija es violinista.
«Aquella entrevista a Borges, la recuerdo como algo muy simbólico. Hacía 11 años que no pisaba la Argentina, pues durante la dictadura viví en Francia, por razones obvias. Regresé en julio o agosto de 1983».
—Entonces entrevistó a Borges inmediatamente de volver a Argentina...
—Exacto. Había publicado un libro sobre su obra: Leer Borges, para atender más a su literatura que a sus declaraciones políticas y mundanas diarias. La ideología de la literatura y el arte de Borges se contraponen a su concepción de la sociedad, de la vida. El encuentro fue en su casa. Iba preparado (como tú) a hacerle determinadas preguntas acerca de asuntos que me interesaban en ese momento, como el origen, la genética de la escritura, la energía que alimenta al escritor. Borges habló absolutamente de lo que quiso.
—¿Él conocía Leer Borges?
—Nunca leía nada sobre él. Tenía 84 años y presentaba ya problemas de expresión al hablar, una especie de dislexia, arrastraba la voz. Me preguntó: «¿Qué hace usted?», y le respondí que enseñaba en la Universidad de Toulouse, en el sur de Francia. Me dijo: «Qué bien. Toulouse. La patria de Paul Groussac». Una lucidez perfecta, mayor que la mía hoy. Me atreví a comentarle: «También he publicado un libro sobre usted». «Ah, qué interesante. ¿Y cómo se llama?», quiso saber. Dije: Leer Borges. Él contestó: «No le aconsejaría eso a nadie». Conservaba lo mejor de su humor.
—¿Sigue considerando a Borges el escritor argentino más grande de todos los tiempos?
—No solo lo considero un gran escritor argentino. Si tuviera que escoger los dos literatos más importantes del siglo XX, solo dos, diría que fueron Kafka y Borges.
—La idea de Rayuela (una novela ramificada que necesita de un esquema para su mejor comprensión) aparece en el relato Examen de la obra de Herbert Quain. La noche boca arriba parte de otro cuento: Las ruinas circulares. ¿El propio Cortázar reconocía su deuda con Borges?
—En ese sentido, puedes considerar la escritura de Cortázar deudora de Borges, pero no lo creo. Hay ideas que tampoco son originales de Borges, vienen desde el surgimiento de la novela, casi diría que desde El Quijote.
«Cortázar debe haber aprendido de Borges lo que aprendimos todos: el manejo de un idioma más nuestro. Cortázar, ni en su concepción de la literatura, ni en su concepción de lo fantástico, se parece a Borges.
«Para Borges la realidad no existe: “porque no sabemos qué es el mundo, ni siquiera sé quién soy yo”, dice. Por eso jamás va a practicar una literatura realista. Mientras que para Cortázar lo fantástico no es algo que esté fuera de la realidad, sino en sus “intersticios”, por lo que nuestra mirada, demasiado permeada por los enciclopedistas, los racionalistas y los filósofos de los siglos XVII y XVIII, no nos lo permite ver».
—¿Aborda en su biografía de Julio Cortázar la estrecha relación que este sostuvo hasta finales de los 60 con los entonces jóvenes escritores cubanos Antón Arrufat, Edmundo Desnoes y Calvert Casey, los mismos de los que luego se distanció?
—Sabía que él había tenido una relación estrecha con Antón Arrufat. No conocí su correspondencia con ellos. Además, la viuda y heredera de Cortázar no me permitió publicar cartas. Ni me ayudó mucho en la biografía, de hecho, no le gustó nada.
«Ese libro me dejó muchas gratificaciones, sobre todo el hacerlo. Hoy, después de muchos años, seguirán salvándose como 20 cuentos de Julio Cortázar para la historia de la literatura universal, lo cual no es poco para un autor».
—¿Cuánto espacio ocupa la literatura cubana en esa biblioteca que usted ordena según las regiones geográficas?
—Bastante. Tengo toda la obra de Carpentier, prácticamente todo Lezama Lima. Y también a Virgilio Piñera, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández y Luis Rogelio Nogueras.
Mario Goloboff nació en Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, el 16 de marzo de 1939. Es escritor y profesor de literatura. Es autor de las novelas Caballos por el fondo de los ojos, Criador de palomas, La luna que cae, El soñador de Smith y Comuna verdad. Publicó también los libros de poesía Entre la diáspora y octubre, Toujours encore y Los versos del hombre pájaro; y los ensayos Leer Borges, Genio y figura de Roberto Arlt y Elogio de la mentira. Diez ensayos sobre escritores argentinos.
Cuando le preguntan cómo nació su amor por la literatura responde: «Desde que yo recuerdo, cuatro o cinco años de edad, mi madre me decía versos de Rubén Darío, de Martín Fierro, de poetas que ella amaba. Después, claro, mis hermanos mayores, la escuela, el Colegio Nacional, amigos que fui conociendo y escuchando. Todos ellos me hicieron leer libros muy valiosos». Mas, si alguien quiere saber qué cosas, según él, solo puede brindar un libro, entonces asegura: «Casi todo: el conocimiento de lo esencial de la vida, de los seres humanos, de la sociedad, de la verdadera historia».