Como los poetas, Lezama y Guillén, son vencedores de la muerte, tal como anunciara líricamente Rubén Darío
Cuando los años se cumplen, se celebran, se perpetúan por siempre en la memoria.
Y si así ocurre, la poesía recuerda y recrea. En el año 1962, Nicolás Guillén, ya Presidente de la recién fundada UNEAC, llega a su sexagésimo aniversario —edad que entonces nos parecía remota, por no decir inalcanzable— y el festejo se prolonga de julio a octubre, con el gracioso invento poético del autor de Sóngoro Cosongoro de que no cumplía 60, sino dos veces 30. La humorada verbal se repite por todas partes.
Pero llegó el mes señalado para el otoño y el vecino del «norte revuelto y brutal que nos desprecia», interesado, trató de aguar la fiesta. No solo en la isla caribeña, sino en el mundo entero, con sus amenazas e intrigas de hecatombe nuclear, guerrera y asesina.
Entonces, en el momento en que se iba a realizar un acto más, culminación y suma, del juvenil jubileo guilleneano, la Crisis de Octubre llenó todos los espacios y el ágape poético programado para efectuarse en la Casa de las Américas hubo de suspenderse.
Sin embargo, mezclando el peligro con la amistad y el humor permanente, a alguien se le ocurrió un brindis como breve despedida, ya que el peligro era y parecía ser cierto. ¿Pero a dónde ir? Pues a La Bodeguita del Medio. Muchos ya marchaban de completo uniforme. Todos listos y alertas.
Allá, en el sitio tradicional de las alegres reuniones, los vasos se alzaron y cada cual, para alegría y disfrute de Nicolás, fue diciendo textos del poeta. Los grandes memoriosos recitaron enteras elegías, largos poemas diferentes, rítmicas tiradas… los más discretos, estrofas escogidas; los titubeantes, bellos versos alabados… Seguido de modo y manera elegantes y de aparente sensatez los congregados fueron soslayando a Lezama, como para evitarle una delicada situación que mostrase cierto desconocimiento, nada cortés en aquel momento, de la obra de la laureada figura del camagüeyano.
Entonces, al final, solo en su compartida soledad, el etrusco de la calle Trocadero levantó su voz rítmicamente peculiar, alta y plena de conocimiento; para que se escuchara:
“¡Ahora sí que te rompieron, Papá Montero!”.
Las carcajadas llenaron la noche insular. Y tanto Guillén como Lezama, fundidos en estrecho abrazo, junto a los demás, comprendieron que el conocimiento cabal del autor de La fijeza respecto a la obra del creador de El son entero era tan preciso y memorioso que le permitió hallar, con cubanísimo y grande humor, el verso más apropiado para la ocasión. Romper la trágica acechanza con la gracia criolla que al convocar, supuestamente, a la muerte, reafirmaba la vida y el compromiso de estar en su ámbito de espacio y tiempo. Como para permitirle más tarde a Nicolás afirmar que:
“En Cuba un mundo nace, un mundo libre al fin.
Un mundo sin esclavos, ¡Qué mundo tan feliz!”.
A la poesía van siempre las más entrañables referencias y hay en medio de la concordancia onomástica todas las posibilidades posibles e imposibles.
Primera secularidad de José Lezama Lima y ocho años añadidos a la inicial trayectoria de Nicolás Guillén surge, irrumpiendo Por el mar de las Antillas, desde 1977, el poemilla grande y esbelto que parece reunir a estos dos poetas en su vasto dominio caribeño, su memoria y esa tierna resonancia reminiscente de Emilio Ballagas.
Dos venaditos que se encontraron,
buenos amigos los dos quedaron;
grandes amigos los dos quedaron,
dos venaditos que se encontraron.
Los cazadores que los persiguen
no los alcanzan, aunque los siguen,
pues nada pueden, aunque los siguen,
los cazadores que los persiguen.
Muchas veces los encuentros se multiplicaron, no siempre con facilidad, pero sí con honestidad y vehemencia. Tanto en las verdes como en las maduras. Ambos con expresión deslumbrante de martiana cubanía. Nunca exenta de pasión y gracejo. Si pasó el tiempo y pasó la inevitable águila sobre el mar, Lezama mostraría abiertamente su admiración en otro cumpleaños, esta vez cuando Guillén arribaba a los 64, con el llamado, delicadamente, Poemilla, y Guillén en unión simpática con otros dos bardos nacidos el mismo año de 1910 —Dora Alonso y Ángel Augier— juntó sus respectivas seis décadas, con su rítmico, lírico, simpático y amoroso título Pom Pom, leído por primera vez en diciembre de 1970, en los jardines de la propia UNEAC.
Los detalles sobran, las finezas abundan. De ellos dan testimonio fotografías y epístolas. En primer lugar ese encuentro, propiciado por Nicolás Guillén, en el patio de Bellas Artes con Rafael Alberti en su primer viaje a Cuba junto a María Teresa León después del triunfo de la Revolución; y la carta sin fecha que aparece en la compilación de Ciro Bianchi Ross, Como las cartas no llegan..., y establece un arco desde la España republicana sacudida por la guerra incivil, experiencia que conduce a Nicolás Guillén a madurar por vivencia directa sus previas orientaciones libertarias y nobles e ingresar, en 1937, en la militancia comunista… y más tarde incorporarse al Comité Central del definitivo Partido Comunista Cubano.
En la misiva lezamiana la imagen, una vez más, revela la potencia admirativa y creadora de un poeta proyectada hacia el otro. Año de 1977.
A Nicolás Guillén
s/f
Felicidades por tu nombramiento de miembro del C. Central del P.C. Te supongo fuerte como un torete de la llanura camagüeyana.
Un abrazo
José Lezama
En ocasiones mostraban los dos, con infantil y poética vanidad, en travesuras divertidas, poemas y poemillas, ediciones extranjeras, zapatos y corbatas, comentarios elogiosos o malvados sobre sus respectivas obras y vidas… y carcajadas que señoreaban cuando afanosamente buscaban los dos otro trago o alguna delicia comestible que parecía haberse quedado rezagada o momentáneamente olvidada en una mesa colmada o ya escasa de apetecibles maravillas gastronómicas o de humildes platillos, más criollos y quizá no tan abundantes.
En una casa o en otra miraban los dos con recelo los asientos para valorar si podían soportar sus pesos corporales respectivos. Más el lezamiano que el guilleneano.
Ahora, finalmente, es el momento de convocar el talento de ambos para que persista la poesía de la noche insular, del insondable mar acantilado y para que no se repitan, nunca más, los disparates y errores que intentaron separarlos y sin embargo no pueden acabar con el amor que une a los cubanos en su señorío fundacional.
Como los poetas, Lezama y Guillén, Guillén y Lezama, son vencedores de la muerte, tal como anunciara líricamente Rubén Darío, la cultura cubana permitirá como un homenaje más, celebración y convivencia al lezámico modo, que estos comentarios, al aire de su vuelo, terminen con un texto a modo de declaración de principios:
A la canción popular:
La muerte me está buscando,
y como me puse serio,
me dijo que era jugando.
Respuesta de Guillén a esa canción:
Iba yo por un camino,
iba yo por un camino,
cuando con la muerte di,
pero no le respondí.
Pero después se muestra cortés con la muerte, la llama amiga, le regala un lirio. ¿Cómo Guillén ha hecho sus 60 años? Paseando, hablando, sonriendo, oyendo la raíz y la copa del árbol, oyendo, acariciando la corteza del árbol.
El malicioso a quien yo le subrayaba la espumosa cordialidad de Guillén, me decía: es cordial por táctica. Y yo le respondí, magnífico si existe una táctica de la fineza, qué más se puede apetecer.
La táctica de la fineza, algo semejante a la razón musical, de que nos hablaba Martí.
Todo cubano siente a Guillén como una penetración en el misterio de su ritmo, en nuevos y ancestrales pasos de danza. Una penetración en la casa del árbol y en el árbol de su casa.
En la consumación de los tiempos, se oirá la voz de un cubano trepando a la palma real, gritando:
¡Solo hombre yo!