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La ruta de Yenys Laura Prieto

Esta joven periodista se mueve entre las fronteras del periodismo y la literatura, y siente que no le alcanzan para contar y cantar al mundo

Autor:

Yunier Riquenes García

Hace unos días me escribió una muchacha porque quería leer la creación literaria de Yenys Laura Prieto. Conocía su faceta periodística, pero no su poesía. Le escribí explicándole que esta bella espirituana tiene dos poemarios premiados (David 2018 y Pinos Nuevos 2019) y que en la pasada Feria Internacional del Libro presentó un cuaderno por la colección Sur Editores.

Egresada de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, miembro de la Uneac y de la AHS, Yenys Laura se mueve entre ambas fronteras. Desde niña escribía versos, algunas historias que imitaban aquella literatura que la desvelaba, pero siente que el periodismo, que también adora, no le alcanza (tampoco la poesía) para contar (cantar) el mundo.

—¿Cómo llegan los libros y la lectura a tu vida?

—Los libros han sido siempre una presencia cercana en mi vida. En el centro de los recuerdos de mi infancia hay un librero enorme y un sillón de madera donde solía pasar muchas horas. La literatura fue mi primera ventana al mundo, la posibilidad de conocer más allá de aquel paisaje rural que me circundaba. Nací en Meneses, un pueblo de campo que se parece mucho a los escenarios de las novelas del realismo mágico. Eso lo supe después. Pero creo que la literatura me abrió los ojos a una realidad nueva y poderosa, la realidad de la imaginación.

«Como lectora llegué temprano a los relatos de Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga. Mi mamá, profesora de Español-Literatura, me había negado —por mi edad— algunos títulos de aquella biblioteca familiar. Pero todo acto prohibitivo lleva la génesis de una rebelión. Me encontré a escondidas con El escarabajo de oro y otros relatos, también con los Cuentos de amor, de locura y de muerte. Aquellos personajes delirantes, espectrales, aciagos, me conmovieron de un modo rotundo. Antes de eso, hurgué en otros libros, transité por ellos sin grandes asombros. La novela negra, la literatura de ciencia ficción, las novelas históricas, definieron mi desplazamiento de la niñez a la adolescencia. Pero esos dos autores me sacudieron definitivamente. Marcaron mi verdadero nacimiento como lectora. Luego encontré la poesía de César Vallejo, ahí comprendí que la literatura que me interesa es la que ebulle, la que rompe algún equilibrio. De ese estremecimiento aún no me he podido desprender». 

—¿Y qué te ha ofrecido el periodismo?

—Mi naturaleza es más intuitiva, más cercana a la poesía. El periodismo me ha ofrecido mapas, indicios, herramientas para la traducción del mundo. Me ha dado cierta formación, una ensambladura que la subjetividad de vez en cuando desmiente, pero que me ayuda a estructurar la mirada. Sin esa racionalidad del periodismo, mi escritura fuera más caótica y desordenada, igual que mi percepción del contexto que me rodea. Me apasiona la crónica y el perfil, quizá porque están en esa «frontera porosa» que conecta el periodismo y la literatura. Encuentro la posibilidad de viajar en esa dirección en la revista El Caimán Barbudo, donde trabajo hace unos años. En 2019 fui seleccionada para participar en un Taller de Crónica Cultural organizado por la Revista Anfibia en Argentina, que finalizó con la redacción del libro Rosario, una ciudad anfibia, publicado por la editorial Mansalva.

«Tenía 16 años la primera vez que entré en un estudio de televisión. Acabo de cumplir 31. Aún no se me olvida el olor de aquel lugar y su absoluto silencio. Fue un camino que comenzó incluso antes de estudiar periodismo. Después de aquel noticiero estudiantil, surgieron otros proyectos. He tenido la oportunidad de escribir guiones, conducir espacios y dirigir programas. Me interesa acercarme a los procesos de la cultura, entender sus trasfondos, sus tensiones. Tanto el periodismo como la literatura, tienen la urgencia de revelar».  

—Recibiste el Premio David y el Pinos Nuevos en poesía. ¿Qué propones en cada uno de ellos?

—Un premio puede ser un detonante, un catalizador, sobre todo para entrar en el mundo editorial. Pero no garantiza resonancias al interior del lector. Lo más sensato es seguir trabajando en la obra, pulirla con devoción y humildad. El Premio David de Poesía me ofreció la posibilidad de ser leída por primera vez, de publicar la obra. Esa felicidad entraña también un profundo terror. Soy muy apegada a mis textos, me revelo en ellos, he ido cambiando con ellos. Secuencia de baile popular, que debe ver la luz con el sello de Ediciones Unión, es mi punto de partida en la poesía. Su discurso está atravesado por la memoria, pero también por el camuflaje, la simulación. La mujer de Lot, un conocido poema de la escritora polaca Wislawa Szymborska, me brindó el impulso inicial. La caída del personaje puede ser vista desde lejos como un paso de baile. Es un libro que habla sobre el declive y la pérdida del equilibrio. Hurga obsesivamente en construcciones que emergen de la cultura popular y de la historia nacional.

«La ciencia de la conservación (Pinos Nuevos de Poesía) se define como un cuaderno más interior. Su naturaleza es doméstica, filial. En él evoco mi infancia, asoma la familia y su horizonte íntimo. Dialoga con la pérdida, el despojo, las muertes sucesivas que bordan la existencia. Pregunta cómo preservar los afectos, los recuerdos, para entender que la emoción del lenguaje estalla en el paisaje memorioso y lo trastoca. 

«Recientemente fue publicado La gran fuga como parte de la serie Narciso, en la Colección Sur Editores. Este libro, que hace referencia a personajes del arte y la historia universal, indaga, desde la poesía, en la representación histórica, social y cultural de la locura».

—¿Qué lecturas sugerirías para estos días en casa?

—El mundo allá afuera precisa de nuestro compromiso con los demás y con nosotros mismos. Nunca antes fuimos más conscientes de esa cercanía y de la necesidad de reafirmar aquello que nos une. La literatura y el arte conforman un tejido que sostiene nuestra capacidad de compartir experiencias; de reconocernos en el otro, en sus fortalezas y fragilidades.

«Conservo libros incendiarios, llameantes a los que regreso de vez en cuando. Está ahí la literatura de José Saramago y Jorge Luis Borges, de Hemingway y Faulkner; de Lezama Lima y Virgilio Piñera; Henry Miller y Anaïs Nin. Está la poesía de Anne Sexton, Adrienne Rich, Reina María Rodríguez, Delfín Prats, Ángel Escobar. Los cuentos de Mario Bellatin, Margaret Atwood, Julio Cortázar, Horacio Quiroga… Creo que cada lector debe trazar su propia ruta. En tiempos de pandemia, cultivar la lectura no es solo un modo de emplear el tiempo libre, es también un acto de fe».

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