El poema de hoy pertenece a su cuaderno Viaje de regreso (Ediciones Matanzas), Premio de Poesía de los VIII Juegos Florales de Matanzas
Israel Domínguez (Placetas, Villa Clara, 1973). Miembro de la AHS y la Uneac. Ha recibido, entre otros, los siguientes premios: Calendario, José Jacinto Milanés y Dador. Algunas de sus obras publicadas son: Hojas de cal, Collage mientras avanza mi carro de equipaje y Después de acompañar a William Jones. El poema de hoy pertenece a su cuaderno Viaje de regreso (Ediciones Matanzas), Premio de Poesía de los VIII Juegos Florales de Matanzas
El tac-tac de la chancleta izquierda
A Rolando Estévez
quien conversa en la cocina de mi casa
mientras Mireya hace café.
ponerlo a la mesa, mostrarlo a los amigos.
Alberto Rodríguez Tosca
Cuando mi madre arrastra su pierna
yo no me compadezco como el vecino
que cumple con su deber de buen ciudadano:
el dolor se encharca
y el alma se cubre de limo.
Cuando en la oscuridad del corredor imaginario
mi madre camina, y mientras avanza
retumba el tac-tac…de su chancleta izquierda
yo no me compadezco como el buen samaritano:
por mis conductos fluye un río de fuego
y las paredes se estremecen revolviendo el ácido
que se concentra en las articulaciones
Mi madre arrastra junto a su pierna
el alzhéimer de mi abuela
y yo no me compadezco como el espectador
que se reconforta
ante el show de la podredumbre ajena:
mi dolor es el dolor de César Vallejo:
hoy no sufro solamente.
Mi madre arrastra junto a su pierna
la tragedia de mi padre, la alegría estúpida
de los enemigos, la indolencia, el marabú…
y yo no me compadezco como un simple compañero:
rabia la sangre y de un manotazo
tiro las miserias.
Sin embargo, no siempre fue mi madre
la angustia que hoy se me atraganta.
Hubo un tiempo de epifanía inmarcesible:
un aire fresco y saludable que inundaba la casa,
un instante en que se creía en el amor
como en casi todo,
y era mi madre la línea parpadeante,
la dulce ingenua idea de que nada se iba a acabar
Trato de conformarme
pero la conformidad es un cuchillo de doble filo.
Trato de aceptar, y aunque sé que la vida
siempre abre una puerta
poner la cabeza donde va el corazón
es el hermoso traje de la sabiduría
que ahora no me sirve.
Si mi madre es el dolor permanente
también pudiera ser el único alivio a ese dolor.
Veo a mi madre infatigable, dura
como el quiebra hacha,
acomodando al Abadón de su cervical
con la misma humildad con que un varentierra
resiste un ciclón.
Cuando está a punto de decir basta hasta aquí
ya me cansé
el gesto se suaviza, cobra su rostro
la dulzura habitual
Y convierte al alzhéimer en un niño pulcro y oloroso.
Veo a mi madre arrancando los coágulos
que se pegan a las hojas del marpacífico.
La veo con los zapatos gastados, las manos limpias
mientras camina por el sendero de la Gran Marcha
y sostiene el peso de un ideal
como quien soporta en sus brazos
una pila de caña quemada.
La veo sacrificarse (si es preciso, dejaría de existir)
para que su hijo vanidoso escriba versos
que probablemente no cambien nada
ni a nadie.
Cuando mi madre arrastra su pierna
yo me pregunto:
De qué material están hechos los seres
que arrastran el dolor
con la misma paciencia
con que ofrecen la vida.